NUNCA TERMINA NADA

«Cabaret»: el mañana me pertenece

El Berlín de preguerra es en la película dirigida por Bob Fosse el lugar de encuentro entre Brian Roberts y Sally Bowles

Liza Minnelli, en una imagen de «Cabaret»

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Película: «Cabaret» . Año: 1972. Intérpretes: Liza Minnelli, Michael York, Joel Grey.

La ciudad era imponente, una sinfonía de la modernidad, un viaje a un universo deslumbrante, el centro era el Romanische Café . Sentado en una de sus mesas uno podía contemplar como desfilaban al atardecer gentes como el pintor Otto Dix ; el extraordinario novelista Alfred Döblin , el de « Berlin Alexander Platz »; Heinrich Mann , el hermano del Nobel y autor de « El ángel azul »; el díscolo, polémico, y endiosado Bertolt Brecht , quien junto al músico Kurt Weill habían obtenido un notable éxito con « La ópera de los cuatro cuartos »; y hasta el propio Einstein.

Berlín era la capital del mundo; allí se concentraba el saber, la creación, la subversión, las vanguardias más agresivas, la perturbación moral, la corrupción política y económica, la violencia de nacionalistas y comunistas y, sobre todo, el cabaret. Brian Roberts quería verlo y vivirlo . A pesar de sus escasos posibles económicos, se defendía como profesor de inglés.

Lo que cambió sus días en aquel tormentoso y majestuoso Berlín de Weimar fue Sally Bowles, una cantante norteamericana , alocada, romántica, dicharachera, impenitente soñadora y experta en repartir cariño al primero que se le antojara. «En Berlín hoy surgen extrañas amistades. Hay personas de un solo amigo. Hay otras de dos». Y Sally y Brian lo fueron de un tercero, Maximilian, un sofisticado aristócrata, convencido que el apoyo a los nazis, un partido violento y entonces minoritario, «les limpiará de comunistas». Entonces todavía los propagandistas nazis eran expulsados del Kit Kat Club donde actuaba cada noche Sally.

Qué ingenuo el elegante Max, no supo ver lo que se les venía encima, pensaba Brian mientras emprendía su regreso a Inglaterra y daba su particular adiós a Berlín . Brian descubrió la catástrofe a la que se lanzaba feliz y confiado el pueblo alemán cuando en una cervecería de carretera, de esas de mesas corridas, un miembro de las Juventudes Hitlerianas, comenzó a cantar « El mañana me pertenece » y, poco a poco, todos los que llenaban la cervecería, salvo un anciano malhumorado por el número, se sumaban al cántico hasta alcanzar un clímax delirante, enardecido, iluminado; el espejo, se dijo Brian, del totalitarismo.

¿Qué sería de la buena de Sally? En el andén se habían despedido como dos amantes. Pero bien sabía Brian que no volverían a encontrarse, que el destino que emprendía Alemania era hacia la más noche más oscura y arrastraría a Europa a ella. Brian dejó Berlín con pesar. El ambiente se había hecho imposible. La noche que acudió por última vez a ver a Sally en el escenario el ambiente se había transformado en un conjunto de camisas pardas, cruces gamadas y actitudes chulescas y arrogantes, todos bañados en generosas dosis de coñac francés.

En el tren entabló conversación con un tal Herr Brink, director de un reformatorio que, como tantos, ponía pies en polvorosa, más por su condición de judío que de socialdemócrata. Brink le reconoció que el anhelo de libertad «nunca ha sido demasiado fuerte entre alemanes» . Le obsesionaba pensar qué sería de Sally, alguien que tenía la libertad como única e innegociable condición de vida.

Brian, en Londres, pronto restableció sus antiguas amistades. Charles Ryder , pintor, antiguo compañero de Oxford, le había presentado a Sebastián Flye , y la intimidad y la complicidad entre ambos fue inmediata. Sebastián le invitó a vivir en Tánger, y desde allí seguiría las noticias sobre Alemania.

Sally, ¿qué fue de Sally? Por Max se enteró que, al poco de partir él, había aceptado un extraño contrato para actuar en Shanghai y así, en su mundo de sueños, partió hacia la ciudad más europea de Extremo Oriente, como siempre dispuesta en convertirse en una gran estrella. La única estrella que iba a brillar, desde Londres a Shanghai, sería la del terror más espeluznante jamás conocido, pero quién podía saberlo.

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