Darío VIllanueva durante su discurso
Darío VIllanueva durante su discurso - JAIME GARCÍA

Darío Villanueva: «El periódico es y será insustituible»

Discurso íntegro del director de la Real Academia Española y presidente del jurado de los premios Cavia

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Majestades;

Presidenta-Editora de ABC y Presidente de Vocento;

Excelentísimas Autoridades; Señoras y Señores,

Me considero afortunado porque mi condición de director de la Real Academia Española, que debo a la liberalidad de sus miembros, me haya puesto en la tesitura de presidir tan prestigioso jurado como el que recibió en este año la encomienda de fallar la nonagésima quinta edición de los premios internacionales de periodismo ABC.

El único merecimiento personal que yo podría aducir para merecer tanto es el de mi apasionada fidelidad como lector de la prensa.

No por primera vez confieso en público que desde niño vengo experimentando día a día como una suerte de milagro la llegada a mis manos del periódico, fresco todavía de la tinta que lo sustancia, diferente por sus contenidos a la edición de ayer pero igual, siempre, a la vida misma que nos rodea.

Soy de los que leen los periódicos para saber qué nos está pasando realmente. Porque la vida meramente vivida es en sí misma casi siempre caprichosa, aleatoria, caótica, acaso incongruente, de modo que con frecuencia lo que le da sentido a las experiencias propias y ajenas, a los hechos, es ponerlos por escrito, con las mejores palabras en el orden mejor que diría el poeta inglés. Palabras que, además, en las páginas de los diarios están tasadas, y sus redactores y columnistas se rigen por un brillante principio de economía lingüística.

Las múltiples y sucesivas revoluciones de la sociedad de la comunicación han producido nuevos medios, muy poderosos, para dar cuenta de la realidad. Admiro sin reservas el fotoperiodismo, y a artistas como mi siempre recordado compañero Antonio Mingote, en los que parece cumplirse el dicho oriental de que una imagen vale más que mil palabras. Pero en la mayoría de los casos la urgencia con que se transmite audiovisualmente la noticia no permite sino ofrecer meras impresiones de lo sucedido. Su significado profundo vendrá con la lengua y con la escritura, y en este sentido el periódico es y será insustituible.

Aquel niño lector de diarios que yo ya era, pensaba en el mérito de los titanes que cada veinticuatro horas llenaban páginas y páginas de palabras escogidas con buen tino, las imprimían, fabricaban los periódicos y los transportaban, muy de mañana, hasta donde los lectores los esperábamos para entender lo que nos estaba ocurriendo. Me parecían Hércules anónimos y misteriosos dotados de un enorme poder.

No pensaba yo entonces en la noción del cuarto poder de Edmund Burke que empezó a circular en pleno siglo XVIII. No entraré en disquisiciones políticas, pero sí repararé en lo puramente lingüístico. El lenguaje nos sirve para representar la realidad, para manifestar nuestras ideas y sentimientos, y para incidir sobre la conciencia y la conducta de los otros. Estas tres funciones se cumplen en las páginas del diario. Pero el ejercicio de la palabra ha ido acompañado siempre del poder demiúrgico no solo de reproducir la realidad, sino también de crearla.

No es casual que en el libro del Génesis la creación del universo se realice mediante una operación pura­mente lingüística, cuando «Dijo Dios: «Haya luz»; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche». Del mismo modo es creado el firmamento, las aguas, la tierra, y así sucesivamente. Mas, en términos muy similares al Génesis judeo-cristiano, la llamada «Biblia» de la civilización maya-quiché, el Popol-Vuh o Libro del Consejo, narra la Creación por parte de los Poderosos del Cielo.

Cuántas veces, en nuestra habla coloquial, utilizamos como argumento de convicción la frase «lo dice el periódico». Ahí está, gracias a la palabra, el gran poder del periodista, y en su deontología, el código no escrito para regularlo. Diarios que como ABC han pervivido a través los siglos lo han conseguido porque sus autores han administrado con prudencia su poder y porfiado por la defensa de la libertad de expresión.

Gracias por su atención, Señoras y Señores.

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