Charles Chaplin: el genio del bastón y el chiste mudo

Actor, humorista, productor, guionista y director

Chaplin, en una escena de «La quimera del oro» ABC
Lucía M. Cabanelas

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Ni el bastón ni el bombín, ni el bigote de pega o esa mueca infinita sirvieron al británico Charles Chaplin para burlar, como hacía en la ficción sin necesidad de palabras, las desgracias de la humanidad y los recelos de una América que lo vendió a la menor ocasión. Relegado al pozo de los subversivos , fue tachado de comunista y obligado a exiliarse en Suiza, donde murió el día de Navidad de 1977.

Chaplin se reconcilió con EE.UU. con el tardío reconocimiento de su Oscar honorífico, en 1972, que premiaba por fin la ejemplar carrera de uno de los artistas más geniales del siglo XX. ABC lo contaba en su portada.

Su campaña a favor de la apertura del Segundo Frente para ayudar a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial o sus críticas al capitalismo y a las armas de destrucción masiva en la comedia de humor negro «Monsieur Verdoux» (1947) motivaron la caza de brujas que emprendió Edgar J. Hoover contra el genio incómodo de Hollywood. Acusado de «antiamericanismo» , EE.UU. olvidó pronto las sátiras que una década antes Chaplin dirigió a Hitler en «El gran dictador», por las que el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, llegó a decir del humorista londinense: «Es un pequeño judío despreciable».

En la lista negra de la Academia, se le negó reiteradas veces el Oscar por razones políticas al igual que a Cary Grant , Kirk Douglas , Peter O’Toole y a otras leyendas del cine. Como con todos ellos, la meca del cine se resarció entregándole el galardón honorífico en 1972, aplaudiendo entonces su retorno tras el exilio.

Descubierto por los Keystone Studios de Mark Sennett, como el caído en desgracia Fatty Arbuckle , Chaplin se convirtió en una estrella de la comedia, capaz de mantener el control sobre sus producciones. Apostó entonces por técnicas como el «slapstick», la mímica o la pantomima, refinando así a su álter ego cómico, Charlot, un vagabundo solitario pero con buen corazón, siempre vestido con un sombrero Derby y un bastón. «Quería que todo fuera contradictorio: los pantalones holgados, el sombrero pequeño y los zapatos anchos. Dudé entre parecer joven o mayor, pero recordando que Sennett quería que pareciera de más edad, me puse un pequeño bigote que me haría aparentar más años sin ocultar mi expresión. No tenía ni idea del personaje pero el maquillaje y la ropa me hicieron sentir el personaje, comencé a conocerlo y cuando llegué al escenario ya había nacido por completo», recordó en su autobiografía.

Conocido por abordar temas como la pobreza, nexo a su propia infancia, el director siempre quiso ser recordado por «La quimera del oro» , que paradójicamente fue uno de los filmes que más beneficios recaudó en la época. Y aunque renegó del sonido, no dudó en estrenar una nueva versión editada que decepcionó a los más puritanos del cine mudo pero tuvo gran acogida en los cuarenta. Hasta en sus contradicciones, el artista triunfaba.

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