Bruno Pardo Porto - Papel de fumar

Harry Potter y los Reyes Magos

«De la misma manera que ves una película creyéndotelo todo y, más tarde, descubres la tramoya con fascinación: así funciona la fantasía, así pasan los años. Nunca avistaste dragones en el cielo, la carta que esperabas no llegó. Pero da igual, la magia no estaba ahí, sino en el libro que tenías entre las manos: un relato compartido, nada menos»

Los protagonistas de Harry Potter, veinte años después del estreno de 'La piedra filosofal'
Bruno Pardo Porto

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Al principio de ' Harry Potter: Regreso a Hogwarts ', el documental que HBO acaba de estrenar por los veinte años de la saga en el cine, Chris Columbus –el director de las dos primeras entregas, para más señas– recuerda uno de los momentos más graciosos del rodaje de 'La cámara secreta'. Habían construido un fénix perfecto, un muñeco animatrónico tan realista que cuando Richard Harris , el veterano actor que interpretaba a Dumbledore, lo vio dijo impresionado: «Hala, sí que entrenan bien a los animales hoy en día». El pájaro llevaba una cámara en el ojo desde la que los operadores veían al intérprete, así que él le hablaba y ellos le respondían, para no romper la magia, que es fragilísima. Ahí, en ese preciso instante de inocencia, está resumido todo el valor de la obra de J. K. Rowling , el sentido último de la fantasía: mantener viva esa llama. De lo mismo va la Navidad, creo.

Como es costumbre cada invierno ronda por ahí un movimiento iconoplasta que pretende terminar, al fin, con la mentira de estas fechas para iluminar a los niños con las enseñanzas de la diosa razón, o algo así. Quienes lo defienden insisten en que la verdad es una necesidad primaria y la fantasía poco menos que un estorbo. Como si no estuviéramos hechos de mitos, como si la imaginación no fuera necesaria para desmarañar el mundo o para sobrevivir a él, en las peores. Sospecho que ya no se acuerdan de la infancia, cuando la novela era siempre más larga que la vida y la realidad y la ficción pesaban lo mismo, como en una dulce duermevela. Nunca volvimos a leer igual, aunque esto no lo entendió Harold Bloom .

Toda una generación creció esperando una carta de Hogwarts, como alguien espera, qué sé yo, que le toque la lotería, pero con más fe, con más esperanza, como hacen las cosas los niños (la leche y las galletas para los camellos, el vistazo rápido al buzón). No sé si eso nos volvió mejores, pero sí que aligeró las horas más pesadas, también las más tristes: no se le puede exigir mucho más a una historia, a un cuento. Ahora que ha pasado tanto tiempo es difícil no estremecerse viendo a los actores peinando canas ( Hagrid es un anciano, Ron tuvo un hijo y piedras en el riñón, Sirius aún respira) y escucharlos como a viejos amigos o maestros. Qué raros, qué encantadores eran. Y la música, ésa música. Y la memoria haciendo de las suyas: aún puedes recitar una docena de hechizos y después no sabes dónde posaste las gafas hace cinco minutos. Un misterio.

De la misma manera que ves una película creyéndotelo todo y, más tarde, descubres la tramoya con fascinación: así funciona la fantasía, así pasan los años. Jamás escuchaste a los Reyes Magos al otro lado de la puerta, nunca avistaste dragones en el cielo, la carta que esperabas no llegó. Pero da igual, la magia no estaba ahí, sino en el libro que tenías entre las manos: un relato compartido . Nada menos.

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