Una de las copias que se conservan de la Carta Magna
Una de las copias que se conservan de la Carta Magna - AFP

Hallan en un pequeño archivo de Sandwich una copia de la Carta Magna de Juan I de Inglaterra

El documento, valorado en 10,7 millones, es la séptima copia que se conserva de un acta pionera de la democracia

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La Carta Magna que firmó en junio de 1215 el Rey Juan I de Inglaterra se considera uno de los documentos fundacionales de la democracia, porque sometía al monarca a la ley y daba el derecho a los nobles a un juicio justo. Inglaterra celebra estos días sus 800 años de existencia con una exposición en Londres de cuatro de sus copias, pero además celebra la aparición de una más, que supone la séptima de las que se conservan. El hallazgo se produjo en diciembre en la pequeña ciudad de Sandwich, una hermosa y pequeña población medieval de 5.000 vecinos situada al Sureste de Inglaterra.

El descubrimiento ha llegado gracias a la labor del Carta Magna Research Project.

Dentro de sus investigaciones, la asociación pidió a un historiador local de Sandwich, Mark Bates, una copia de un documento de la misma época que estaba en su modesto archivo, la llamada Carta del Bosque, que daba derechos sobre las tierras a algunos de sus cultivadores y se considera un complemento de la Carta Magna.

Al sacarla del libro de recuerdos donde se guardaba, resultó que llevaba anexo un pergamino muy dañado de medio metro de largo y que había perdido la tercera parte de su texto. Resultó ser una copia de la Carta Magna, la séptima que existe y que se valora en unos 10,7 millones de euros. Pero el ayuntamiento local ha decidido no venderla, pues estima que se puede convertir en un reclamo turístico para la población.

El hallazgo de Sandwich prueba que el documento se distribuyó a muchas más ciudades y pueblos de lo que se venía creyendo hasta ahora y tal vez se pusiesen más de 50 copias en circulación.

Juan I de Inglaterra (1167-1216) podría ser un oscuro rey medieval más. Pero el mito de Robin Hood, su villanía y el derecho lo conservan vivo en la memoria. Apodado Juan sin Tierra, es el malvadísimo monarca de las películas del arquero de Sherwood, el pérfido usurpador de la corona de Ricardo Corazón de León, entretenido dando mandobles en la tercera cruzada mientras su hermano exprime como un limón a sus vasallos.

El retrato resulta maniqueo. Ni un hermano era tan malo ni el otro tan beatífico. Pero lo cierto es que para financiar sus guerras en Francia, Juan abusó tanto de sus impuestos feudales que provocó una revuelta nobiliaria. En mayo de 1215, los señores sublevados se hicieron con Londres. El rey Juan se vio forzado a rubricar en Runnymede, en un prado a orillas del Támesis al Oeste de la capital, la Magna Carta Libertatum.

Esa Carta Magna, a la que puso su cuño el 15 de junio de 1215, es la semilla pionera de las libertades regladas, la añosa y reservona antecesora de la carta de derechos humanos. Los británicos están honrando sus 800 años por todo lo alto. Una exposición en la British Library de Londres ha reunido cuatro de las copias manuscritas que se conservan, dos de las cuales se custodiaban en las catedrales de Lincoln y Salisbury. Más de 40.000 personas de veinte países participaron en un sorteo para ser uno de los 1.215 elegidos que visitan la muestra en la biblioteca londinense.

Hito en el mundo anglosajón

La Carta Magna supone un hito en todo el mundo anglosajón. La Constitución de Estados Unidos de 1787 no habría existido sin aquel vetusto papel que unos nobles ingleses del salvaje Medievo impusieron al soberano. Su principal revolución es que establece el principio de que «nadie está por encima de la ley». Y ahora viene lo bueno: ni siquiera el Rey.

Además sienta el principio del derecho a un juicio justo. La cláusula 39 es un milagro jurídico, sin pensamos que es anterior al cepillo de dientes y que lo que ahí se fija todavía hoy se incumple en algunos países, como la Venezuela de Maduro, sin ir más lejos. «Ningún hombre libre podrá ser detenido o encarcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto fuera de la ley ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni usaremos de la fuerza contra él, sino en virtud de sentencia judicial de sus pares y con arreglo a la ley del reino».

Además, se consagran las libertades comerciales de Londres y otras ciudades y se pone coto a la arbitrariedad fiscal del monarca. Cierto que la Carta Magna no se cumplió en su día. En cuanto se rehizo, el Rey Juan la declaró en suspenso y el Papa también la condenó. Pero la puerta se había abierto y ya nunca se cerraría.

En 1216, Juan muere por disentería y el rey Luis de Francia, con ayuda de algunos nobles, desembarca en las islas para imponer como heredero a su hijo. Otros caballeros deciden apoyar a Enrique, el vástago de nueve años del difunto Juan sin Tierra, pero esgrimiendo como baza la implantación de la Carta Magna. Triunfa y Enrique III, aunque la modificará dos veces, acabará aplicando la médula de la norma: que el Rey ya no es un monarca absoluto ajeno a la ley. Cincuenta años después, Inglaterra tendrá ya un Parlamento, que en 1689 dio la vuelta de tuerca definitiva a la democracia imponiendo a Guillermo de Orange la Carta de Derechos.

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