REPORTAJE

«El policía es policía toda la vida, hasta que te mueres»

Tres agentes gaditanos que se jubilan tras décadas de servicio cuentan su paso por el Cuerpo: atentados de ETA, la agitada Transición, atracos, el viejo Cádiz, decenas de recuerdos que jamás podrán olvidar

«En el País Vasco íbamos casi todas las semanas a recoger a compañeros muertos, tiroteados, tirados en la calle»

«Cádiz ha cambiado mucho. Antes ibas por el Cerro del Moro y hasta nos tiraban lavadoras»

Juan Pedro, de patrulla con otros agentes junto a la Aduana. La Voz

María Almagro

Esta es la historia de Juan, de Paco y de Juan Pedro, pero podría ser la historia de cientos de policías de cualquier rincón de España que han llevado su placa encima durante décadas, entregados al servicio, atentos a cada una de las tareas que les iban encomendando, evolucionando según dictaban las normas de una sociedad en progreso, poniéndose cada mañana, cada tarde o cada noche el uniforme, fuera gris, marrón o azul, y saliendo a la calle para cumplir con lo que habían prometido: estar al lado del ciudadano.

Algunos llegaron por vocación, otros buscaban una salida en un país entonces renqueante, pero al final todos se encontraron en el mismo sitio, bajo el mismo deber . Y pasara lo que pasara ahí tenían que estar. Porque así lo decidieron un día.

La Policía Nacional ha cumplido esta semana su 196 aniversario desde que se fundó de manera originaria. Pero, realmente, la verdadera historia del Cuerpo empezó a tomar forma, empuje, con la Transición. Fue un punto de inflexión porque desde sus puestos, desde sus distintas funciones, se convirtieron en valedores imprescindibles de una sociedad que pedía cambios pero también seguridad, control, estabilidad. Y Juan, Paco y Juan Pedro, estos tres policías gaditanos que este martes recibían el reconocimiento de sus compañeros al llegarles la jubilación, fueron protagonistas y testigos de esta historia, porque, sencillamente, era y es su historia. La misma que a veces cuentan emocionados entre lágrimas, o la que también les hace reír a carcajadas con anécdotas y anécdotas de patrulla. Porque en todo este tiempo han pasado por muchos momentos, muchos servicios que ahora se llevan en su memoria y que, como aseguran, nunca podrán olvidar. «El policía es policía toda la vida, hasta que te mueres».

Juan, Paco y Juan Pedro (de izquierda a derecha) acaban de recibir la jubilación tras décadas de servicio en la Policía Nacional. Antonio Vázquez

Juan García Guirao, gaditano de 66 años, inició su andadura como policía justo en el año 78. Estuvo en la academia en Badajoz y tras pasar unas prácticas en Vallecas le enviaron destinado «al peor sitio» que había entonces: Rentería. La banda terrorista ETA arremetía entonces con extrema crueldad y él lo pudo vivir, o más bien sufrir, en primera persona. Fue la etapa más sanguinaria. «Yo he ido a recoger a muchos compañeros muertos, tiroteados, tirados en la calle... luego los velábamos en el hospital de San Sebastián... ¡qué duro era recibir a sus familiares, no podré olvidar jamás sus miradas!».

Aunque no solo vivió este terror por otros, sino que él también notó el aliento de los asesinos en su nuca . «En las manifestaciones o por la calle nos escupían en la cara. A mi mujer si le notaban el acento andaluz en las tiendas no la querían atender... muchas cosas, muchas...», y sigue, «recuerdo una vez que paré a tomar una tapa en un bar. Se me acercó un camarero y me dijo: '¡vete de aquí ya ... corre... que te están buscando!'». A Juan le tiemblan las manos solo de retroceder a ese momento. «Puf... me pongo hasta nervioso pero en fin... ya pasó». Y pasó porque tras otro atentado en el que perdió a un compañero más decidió hablar con su jefe y decirle que «ya estaba bien». Quería volver a Cádiz. El dinero que ganaban de más los que estaban destinados en el norte ya no le compensaba. «Quería volver pero no en una caja de pino». «Perdimos a 72» .

Entonces, ya en la capital gaditana, llegó su etapa más dulce. «Empecé a sentirme policía de verdad. Lo de antes no era eso, lo de antes había sido una guerra». Y entró en el servicio de proximidad –el antiguo policía de barrio– «un servicio precioso. Estabas muy unido al ciudadano y podías ayudarle en muchísimas cosas. Me encantaba».

Sus otros dos compañeros, Paco y Juan Pedro le escuchan atentos. Saben de qué está hablando. Entre 'guardias' se entienden bien. También ellos tienen mucho que contar.

Paco Sánchez Salas, 62 años y natural también de Cádiz. Su historia en la Policía Nacional comenzó en el 79. Tras la academia y las prácticas, el primer destino que le asignaron tampoco fue de los 'cómodos': el barrio chino de Barcelona. Y allí sirvió, y sobre todo aprendió, una década. Inspección de guardia, seguridad ciudadana, policía judicial, grupo de informe... sumando experiencia. Y experiencias. «Me acuerdo cuando estando en judicial nada más llegar, me decían: 'toma, aquí tienes las llaves del coche, hay un fiambre en tal sitio'». Eran los 80, en los que la despiadada heroína machacaba vidas a diario, esparciendo cadáveres por esquinas y calles de muchas ciudades. «Era horroroso verlos acabar así... tan jóvenes», lamenta.

A Paco también le rozaron atentados. Uno de ellos, «a cien metros de la comisaría». «Fue la OLP. Escuchamos unos disparos y cuando llegamos había dos personas en el suelo con la cabeza abierta». Dos marineros israelíes. Además, por entonces, los Grapo atacaban fuerte en la ciudad condal. «Fue cuando cayó Martín Luna». Abatido a tiros. Y es que el ritmo era frenético.

Como ejemplo, otro de los recuerdos de Paco. «Estando en la Comisaría de las Ramblas, saliendo ya para casa poco antes de la nueve de la mañana, me topé con el atraco al Banco Central . Era el año 81, me acuerdo perfectamente porque fue cuando nació mi niña». Concretamente, el 23 de mayo de 1981. Los motivos de este asalto nunca fueron del todo esclarecidos. Algunas versiones apuntaron entonces que detrás de este atraco había estado el intento de sus autores de obtener papeles comprometedores sobre el 23F. Más tarde se determinó que no pertenecían a ninguna facción política. Aún así, fueron 37 horas de «absoluta tensión» en las que estos delincuentes armados llegaron a retener a unas trescientas personas.

A los años este policía fue destinado a Jerez. A la inspección de guardia y a los zetas, y después, a la capital gaditana, donde fue agente de proximidad, de conducciones y, por último, ocupó su puesto en vestuario – «eso último fue lo peor de todo»– , bromea.

Del campo a luchar contra ETA

Juan Pedro Benítez, 64 años, de Villamartín, cuenta también historias que remueven emociones. Ingresó en el 81. De familia de campo, él no quiso quedarse en el pueblo para seguir «estripando terrones», así que se hizo policía. Y lo que le vino encima pudo resultar al final mucho más duro que pasar horas y horas arando. Tras realizar las prácticas en Zaragoza lo destinaron a San Sebastián. Otro 'punto negro' donde los terroristas mataban sin escrúpulo alguno. Y donde los radicales hacían la vida imposible a todo aquel que intentara vivir en paz. Y mucho más a quien representaba como él y sus compañeros, policías o guardias civiles, la libertad, la ley y el orden.

Aún así Juan Pedro no se amedrentó. O al menos no se rindió. Acudió cada vez que se le ordenaba a cientos de manifestaciones, a ponerse al lado de los que le odiaban y donde de repente tenían que actuar en medio de una marabunta violenta que les rodeaba, pegaba, escupía e insultaba. Vivía en Altza y su coche, con matrícula de Sevilla, lo aparcaba en la calle. «Todos los días, al subirme, pensaba que iba a explotar».

Episodios de este calado hubo muchos. Pero sin duda uno de los peores fue cuando ametrallaron a seis de sus compañeros que iban en un furgón. «A uno lo remataron en el suelo... –para de hablar unos segundos y no puede contener las lágrimas... parece que no ha pasado el tiempo, pero continúa– jamás podré olvidar aquello».

También imborrables fueron las oscuras y lluviosas noches en las que tuvo que caminar por el Monte Igueldo portando un foco a buscar entre la maleza y la montaña a posibles secuestrados por la banda que habían sido allí encerrados o escondidos. «¿Miedo? No nos daba tiempo ni de tener miedo. Salíamos de casa por caminos y horarios diferentes y, por supuesto, con las pistolas siempre cargadas». El 'por si acaso' era una constante.

Él también regresó al sur. Y como experto conductor recaló en los radiopatrullas donde vivió otra Policía completamente distinta a la de sus inicios. «Recuerdo muchos servicios en Cádiz . Como cuando recuperamos 112 kilos de hachís que habían enterrado en la arena del Castillo de San Sebastián». O cuando dio con un valioso diamante que había sido robado. O ya en los 90 cuando se enfrentó a un delincuente habitual muy conocido por todos los agentes por su extrema violencia y al detenerlo porque había robado una moto se resistió y acabó por romperle la espalda.

Historias de un oficio. Y también de un país y de lugares que estos agentes pudieron palpar en la calle al tiempo que esas mismas ciudades o pueblos iban evolucionando, creciendo, mejorando o también empeorando. «¿Te acuerdas cuando en el Cerro del Moro no podíamos ni entrar? Nos tiraban de todo, piedras, vasos, a mí una vez me tiraron hasta una lavadora encima», rememoran entre ellos aquellos tiempos de un barrio entonces decadente y peligroso. «¿O los astilleros? No nos han dado guerra ni nada los astilleros...». Y así enlazan una y otra anécdota con ojos brillosos y sonrisas amplias, al fin y al cabo.

Porque, como aseguran, una vez que se para y se mira para atrás , el balance resultar ser positivo. «Extraño a muchos compañeros que he tenido aquí y también el poder estar al lado del ciudadano», cuenta Juan. «Pudimos pasarlo mejor, peor, ser grises, monos, maderos... pero somos policías y eso es para siempre... no acaba cuando te jubilas», se suma Paco. Y corona Juan Pedro: «Han sido cuarenta años de mi vida. Lo ha sido todo. ¡Pues claro que se echa de menos!».

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