Cultura

Volver, al cine, tres meses y pico después

La experiencia es similar pese a las medidas de prevención. El maltrato al espectador empezó mucho antes y las preguntas sobre el futuro son las mismas que en cualquier otro sector. La magia se complica

Espectadores hacen cola, distanciada y con mascarilla, en los multicines El Centro de Cádiz el pasado viernes. N. Frade

J. L.

Son varias generaciones, ya puretas todas. Son varios miles por cada cien mil. Pero cada vez mayores, cada vez menos. Para qué engañarnos, menguan. Las generaciones y los miles. Crecieron con esa expectación de pequeño descubrimiento, cualquier día, frente a un mantel de fiesta desplegado sobre una mesa imaginaria y colocada en vertical, una pared blanca. Si se sirve sobre un espejo negro, con o sin teclado, mayor o chico, sabe distinto. Por peor. Aunque también llene la barriga que hay en la cabeza.

Cuando está dispuesto como les gusta a estos adictos nostálgicos, en vez de sillones y sofás familiares con mando a distancia o pantalla táctil, hay butacas en forma de grada para desconocidos que han pagado, con gusto, para ver si esta vez sí. Para comprobar otra vez si aparece una frase, un personaje, un diálogo, una luz, una foto, una escena, un paisaje, una sensación que llevarse a la boca de la memoria, para ver si hay algo que cada espectador versionará de forma única e irrepetible. Mensajes, no. Los mensajes, a correos, no a las películas, como dijo el genio.

Son esos miles -ya muy mayores por lo común aunque aún los haya jóvenes, hasta de 12 años- que crecieron creyendo en el cine como en poco más. Son esos miles que cuando tienen un problema en el trabajo recuerdan lo que le dijo Vito Corleone a su hijo Michael sobre Luca Brasi o la despedida lapidaria de Paul Newman a Tom Hanks (o una frase de ‘Los Goonies’, que lo mismo es). Son los que comparan sus mejores recuerdos amorosos con la sesión de peluquería esteparia entre Robert Redford y Meryl Streep para ver en qué estante de la memoria lo ponen (o con el beso invertido de Mary Jean a Spiderman, que lo mismo es). Son los que bromean con sus amigas imitando a López Vázquez, “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”. Padrino, búfalo. Los que pasaron las tardes con Tarzán, Godzila, Trinidad y el gordo barbudo que le acompañaba, el que comía directamente de la sartén.

Uno elegía e iba. O iba y luego elegía. O probaba eso mismo. Esperaba, entonces. A veces venía la decepción, pocas. Siempre algo a que agarrarse, un millón de piezas sinfónicas de bandas sonoras de Bernstein, Williams o Morricone (o la versión de ‘Highway to hell’ en ‘Megamind’, que lo mismo es). A veces, tantas, ese prodigio que recordar: los 15 primeros minutos de ‘Up’ escondiéndole las lágrimas al niño que te pidió llevarle. El asombro desconsolado de ‘Apocalipsis now’, la ironía negra y luminosa de ‘El Verdugo', cuentos como ‘Irma, la dulce’, ‘La vida de los otros’ o ‘El secreto de sus ojos’. Qué más dará. Cada uno tiene lo suyo y lo arrastra. Cada vez que ibas, lo llevabas todo, con los nervios justos para que ni se notara, para que la expectativa siguiera como adicción, nunca decepción. Los que aman el cine como a nada más son cada vez menos, como los lectores de periódicos en papel (y en web) o los jugadores de bingo, como los coleccionistas y los pacientes.

Volver

Han pasado unos meses tristes. De muerte, miedo y separación. Aunque también tuvieron su cara feliz, la de todos los que dejamos de ver porque les veíamos sin ganas, la de todo lo que dejamos de hacer porque lo hacíamos sin querer. Perder el cine fue de lo peor. Cerraron el fin de semana que mediaba marzo. Y hasta el 26 de junio, al menos en la ciudad de Cádiz. Tres meses y pico. Una eternidad. Tanto que te acercas al cine como cuando vas a tomar café, años después, con un amor de juventud. Con el miedo a la comparación entre los recuerdos y la realidad, entre la memoria mentirosa, dulce, y la realidad grosera, cruel.

La experiencia de ir al cine en Cádiz -el pasado miércoles y el pasado sábado, en los dos centros abiertos en la ciudad- demuestra que este acto, ahora, comparte virtudes y defectos con el resto de hábitos y actividades. Es decir, es igual que antes pero un poco peor. A distancia, con esa tensión de hacer cola para todo con lo mal que se nos da. Con mascarilla y esa resquemor que nadie nombra, con menos gente, algo que habríamos celebrado siempre con alborozo pero ahora no tanto.

Los rodajes se paralizaron también, la distribución tiene miedo y no quiere estrenar hasta que baje la marea (si baja), el público tampoco tiene tantos motivos por los que ir, las salas no saben qué hacer. Netflix, HBO, Amazon y Movistar cabalgan entre carcajadas malignas como los cuatro jinetes de esto tan peliculero; el apocalipsis. En la cartelera conviven clásicos recientes con unos pocos estrenos, raros.

El primer día de prueba, 'Cinema Paradiso'. Totó sigue con la misma sonrisa euforizante. Italia sigue deslumbrante y rota. Alfredo sigue teniendo razón "vete, vete y no vuelvas, no mires atrás, ni llames". Se refiere al Sur. A cualquier Sur en cualquier tiempo. En la sala contigua, 'Personal assistant'. Nueva obra. Cuatro personas.

En el segundo día de prueba, el 'Batman' de Tim Burton. Jack Nicholson (¿cómo estará del Alzheimer, el pobre?) palidece ante Joaquin Phoenix. Aparece Kim Bassinger con flequillo de los 80 ¿Te acuerdas de Kim Bassinger? Otro día ponen 'Tiburón' o 'Regreso al Futuro'. En la sala contigua, 'La lista de los deseos', una comedia española que une a María León con Victoria Abril, con un cuarto del metraje rodado en la provincia de Cádiz. Tiene diez espectadores.

Da igual. En ambas visitas, en todos los casos, no hay más de seis personas. Esa es la media, seis-ocho, en todas las sesiones. Quizás parecido a lo de antes cuando no había vengadores y guerras galácticas de por medio. La gente va con mascarilla y la mueve para comer, qué manía, hace su cola con más distancia, y entra. Hasta ahí, todo normal. Le atracan cuando compra palomitas y agua. Un inexplicable, antes y ahora, desfase entre precio de coste y precio final. Le cortan la entrada, o se la venden, en la barra de las chucherías, hasta ahí todo como antes. Igual de triste. El maltrato al espectador, la falta de respeto al ritual y la ceremonia, empezó varios años antes de que conociéramos la palabra 'coronavirus'.

En la sala, todo es parecido. Hay gente con spray, con mascarilla, que limpia mucho todas las superficies. Se agradece. Se ocupa una fila sí, una no. Entre las parejas o grupos que van juntos y los otros, en esa misma fila, varias butacas de separación. Es fácil, hay poca gente. "Sólo han entrado más de 15 ó 20 personas en algún pase de 'Los zapatos rojos y los siete trolls', en las demás, no". Habla un empleado de uno de los dos cines de Cádiz, Cinesur en El Corte Inglés y El Centro, da igual. Se refiere a un estreno de animación al que van niños y algunos padres. Hay menos publicidad al empezar, que antes iba por un irritante cuarto de hora de previa, y ahora son apenas cinco minutos de autopromociones de los propios cines y sus tarjetas o descuentos.

Al salir, se sufre el mayor impacto. El cine ha perdido su carácter mágico y se vuelve mundano, prosaico, víctima de las mismas preguntas que un periódico, una cafetería, una fábrica de bisagras o un despacho de abogados: ¿cuánto tiempo aguantaremos así? ¿hasta cuándo será rentable con esta demanda? ¿volverá el público? ¿cuándo? ¿toda esta decadencia es nueva o había empezado mucho antes y solo se ha acelerado?

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