FRONTERA SUR

El viaje de Senegal a Cádiz de Mamsa Ngom

Mamsa Ngom es uno de los más de cien migrantes que están acogidos en el pabellón Mirandilla de Cádiz tras llegar en una balsa a la costa de Tarifa

Mamsa Ngom sentado en el exterior de la pabellón Mirandilla ANTONIO VÁZQUEZ

SARA CANTOS

Probablemente Mamsa Ngom era de las pocas personas a bordo que sabía nadar de todas las que viajaban en la embarcación de goma que les trajo hasta Tarifa el pasado fin de semana.

Es pescador , capitán de barco en su país natal, Senegal , hasta que hace pocas semanas se vio obligado a abandonar su tierra por falta de trabajo, dinero y comida. Era el único que trabajaba de los seis que son de familia (su madre y sus cinco hermanos). «Con un solo sueldo ya no podíamos comer los siete y decidí irme fuera a trabajar». Era la única opción que le quedaba, asegura: «Desde que me levantaba hasta que me acostaba no hacía otra cosa que trabajar pero cada vez ganaba menos, poco, muy muy poco», explica utilizando también sus manos. Así que tomó la decisión de venir a Europa a trabajar. Su objetivo era -y es- «trabajar unos años en el país que encuentre trabajo, ahorrar y volverme a mi país , con mi familia y con dinero para vivir». Lo que en Occidente se llama labrarte un futuro y en Cádiz, ‘buscarte las papas’.

España era lo más cercano. Así que siguió trabajando a destajo para reunir el dinero necesario para el viaje. De Senegal a Marruecos fue en avión y una vez en territorio magrebí estuvo cinco días. Pagó 2.000 dirham (cerca de 200 euros) para comprar la balsa de goma en la que cruzó. El resto de subsaharianos que viajaron con él abonaron la misma cantidad. Aparte, tuvo que destinar otro buen pico para pagar a «otras personas» que facilitarían que los agentes de la Marina marroquí no les detectaran al embarcar.

«No fue fácil» , dice. «El qué», pregunta esta periodista.«Todo. La vida en Senegal, los cinco días escondidos en Marruecos, las amenazas y cruzar con esa balsa ese mar». Lo dice un hombre que trabaja y vive del mar. Lo cuenta sentado en el suelo, en el exterior del pabellón de la Mirandilla, rodeado de otras personas, migrantes de diferentes países que, como él, llegaron el pasado lunes por la noche a estas instalaciones deportivas cedidas por el Ayuntamiento de Cádiz a Cruz Roja para poder proveer una acogida temporal digna tras la saturación de otros espacios enla provincia.

Mamsa no está solo. Comparte sombra con otros compatriotas que tomaron la misma decisión y charlan animadamente con los voluntarios de Cruz Roja. Son de Senegal, Mauritania, Guinea Bissau, Costa de Marfil, etc. Por ejemplo, Mohamed Soumahoro , tiene 29 años, es de Costa de Marfil y los motivos que le han llevado a estar en la Mirandilla son parecidos a los de Mamsa, con el añadido de estar amenazado de muerte. No saben cuántos días se quedarán en Cádiz. Algunos no han podido ni avisar a su familia de que han llegado bien y están a salvo en España . No les funciona la tarjeta sim, no tienen saldo y el escaso dinero que llevan encima no pueden cambiarlo en el banco porque les piden el pasaporte o un documento oficial. Esa es la primera bofetada de realidad del soñado paraíso occidental, que para muchos luego no lo es tanto.

Mamsa cumplirá la promesa que le hizo a su madre (su padre murió). Aunque esté capacitado para trabajar en la pesca o en otra actividad del mar, probablemente encontrará un empleo escasamente remunerado, donde invertir doce o catorce horas diarias y que le permitirá vivir a duras penas pero que le alcanzará, con el tiempo, para ahorrar y volver a su país. De momento no tiene claro dónde irá. «Dónde tenga trabajo, si lo encuentro en Cádiz, me quedo, sino otro sitio, el que sea, sólo quiero trabajar». Su voluntad no tiene límites.

La historia de este pescador senegalés que ahora recorre el Campo del Sur y mira curioso hacia la Catedral es sólo una de las casi 19.000 que podrían contarse, tantas como migrantes han llegado a las costas andaluzas por la Frontera Sur en lo que va de año.

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