ANTONIO VÁZQUEZ
REPORTAJE

José Antonio, quince años de una lucha incansable contra la droga

La batalla vecinal y policial logra expulsar a los narcos de este barrio portuense, aunque la demolición de los bloques, desvalijados y reventados, sigue todavía en el aire

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

De repente en José Antonio hubo que cerrar las puertas y las ventanas. Fue el mismo día en el que la droga y la autodestrucción acabaron sin contemplaciones con el olor a puchero, a recuerdo a casco bodeguero y a hierbabuena. Ocurrió de repente, sin avisar, cuando este barrio de gente trabajadora que se había criado en estas calles de El Puerto empezó a temblar. Ya no se podía salir a dar el paseo de la tarde, ni a tomar el fresco con la silla a cuestas esas noches de verano. Los niños dejaron de bajar al patio. Había llegado el miedo y la barriada cambiaría para siempre.

Entrar ahora en José Antonio sin temor es más o menos posible aunque a cada paso no dejes de recordar que allí se ha librado una verdadera guerra.

El escenario además ayuda. Los pisos están reventados. Por dentro y por fuera. Hay pintadas por las paredes, basura en todos los rincones, arquetas levantadas, pisos desvalijados, agujeros hechos a martillazos en cada rincón, y ventanas ahora abiertas pero completamente tapiadas para que no vuelva a ocurrir.

Esta imagen que describe a la perfección lo que trae la droga no es evidentemente algo casual. En este rincón del Barrio Alto se ha librado una de las batallas más duras contra el narcotráfico que se ha conocido en la provincia de Cádiz. Una lucha que ha durado quince años y que, si se consigue dar por fin un último empujón, se habrá ganado. Carmen, Caridad, Pepe, Elena, Fali, Manolo… son algunos de los soldados que cogieron las armas para pelear por una vida digna. Por no sentirse presos en sus casas y que sus hijos tuvieran «una normalidad». Se llenaron de valor y plantaron cara a los narcotraficantes para gritar tras pancartas y megáfonos que necesitaban con urgencia que alguien les ayudara.

Cuando se abrió la herida

Fue a principios del año 2000 cuando todo empezó a nublarse. La llegada a la barriada del primer traficante y el arrastre de los toxicómanos que deambulaban antes por la Ermita, el Quijote y otras zonas, trajo consigo la calamidad. Pepe Oliva, uno de estos combativos vecinos, lo recuerda. «Tuvimos que salir, había miedo, sobretodo a la represalias, pero había que salir…». Contaron con la ayuda del Foro Social, un colectivo ciudadano que los hizo más visibles ante los medios y los políticos. Pero la fuerza de la droga es demasiado fuerte y se fue adueñando poco a poco del barrio.

«¡Claro que teníamos miedo a salir, pero había que hacerlo si queríamos vivir con dignidad!»

La situación más crítica se vivió quizá por el año 2004. Entonces se llegaron a contabilizar 27 puntos de venta de droga en un espacio de 400 metros cuadrados con 98 viviendas. Aunque este tipo de datos suelen ser inexactos porque los narcos abren y cierran ‘local’ de un día a otro. Lo que sí es completamente cierto es que a cualquier hora del día y de la noche era habitual ver como la heroína y la cocaína lo marcaban todo. Destruyéndolo. Matándolo. Era fácil ver como los toxicómanos llegaban de toda la Bahía porque se decía que «la droga de José Antonio era muy buena». El camino de la estación de trenes a Dr. Fleming o Pasteur se llamó la ‘ruta de la plata’ y por ella andaban cadavéricas almas sin rumbo en busca de la papela que iban a quemar ese día. Llegaban en taxi, en autobuses, a pie… a este supermercado que abría las 24 horas.

Peleas, catanas, moribundos...

Fueron los momentos más duros. «Había peleas con pistolas, con catanas, denunciábamos lo que pasaba pero sin nombres, ¿cómo ibas a denunciar eso si tenías que seguir viviendo ahí?». A Pepe le rajaron varias veces las ruedas del coche y hasta le llegaron a disparar con una escopeta de plomo a su ventana. A otros les pegaron. «Recuerdo cuando regresaba de trabajar tarde. Volvía andando para no dejar el coche en el barrio y cuando subía la cuesta sentía miedo. Hasta que veía a la Policía que nos ayudaba mucho. Era como ver una aparición».

Y es que la presión vecinal no hubiera servido de nada sin la policial. Pero también lo tuvieron muy difícil. Así lo reconoce el Jefe de la Brigada de Seguridad Ciudadana de la Comisaría de El Puerto quien estuvo en esa batalla. «Empezamos a pedir ayuda para poder acabar con aquello y tener un servicio permanente». Los medios eran fundamentales. Urgentes. «No podíamos permitir que hubiera ese maltrato a los vecinos». Por lo que los equipos de radiopatrullas, estupefacientes y UPR –ésta última llegó en 2008 con 30 agentes–, dieron todo lo que pudieron y siguen dándolo.

Poco a poco sus actuaciones se fueron notando. Y eso que el trabajo era muy complicado. «Era más fácil tirar los tabiques que las puertas». Los narcos sabían con quién jugaban. Por eso ponían traviesas y metal a sus puertas que blindaban para retrasar las entradas y registros mientras que la droga caía por el retrete. Pequeñas cámaras, aguadores a todas horas o coches mal aparcados intencionadamente son algunas de las prácticas habituales por los expertos del menudeo. Las redadas se hicieron una tras otra con la ayuda de unidades especiales como Caballería, UIP o GOES de Sevilla. «Se desmantelaba un punto pero se ponía otro». Por eso la batalla se tornó permanente. Infatigable. Sin tregua.

«Me llegaron a ofrecer quince millones de pesetas por mi casa cuando no valía ni seis», cuenta Pepe. Tras la oferta estaba un narco o un intermediario porque José Antonio se convirtió en una especie de milla de oro para el tráfico. Algunos vendieron y se fueron pero él no. «Si vendía era destrozar mi bloque entero, entonces… ¿qué hacía yo en la lucha?». No fue la última vez que recibió alguna oferta. También hubo quien para callarle le puso sobre la mesa un piso y un traslado rápido. «No luchábamos por irnos de aquí sino por vivir dignamente. Yo quería quedarme en mi barrio, donde se crió mi mujer y donde nacieron mis hijos».

La batalla política ha sido otro capítulo aparte. Las imágenes de destrucción y delincuencia de José Antonio en la tele hacían mucho daño. Y más a una ciudad como El Puerto que se tiene que agarrar con fuerza al turismo. Y fueron innumerables las visitas, las fotos, las reuniones, las promesas y las esperas. Hasta que por fin llegó el realojo. La Junta, responsable de la zona y del plan social de emergencia que se puso en marcha, llegó tras años a un acuerdo con una treintena de vecinos que ya viven en los nuevos pisos que se hicieron justo al lado. «Ahí no me voy», afirma Pepe.

El realojo

«Lo que hicieron fue un gueto. Unos bloques para esconder la realidad. Respeto a los vecinos que hayan querido irse pero eso está condenado a ser otro José Antonio». Señala una gran mole de pisos que cuenta tan solo con una entrada y un pasillo entre dos promociones inmensas. «El proyecto que nos enseñaron no era ese. Había espacios abiertos, locales comerciales que dieran vida a esta zona deprimida…». Pepe, quien ha sido concejal de Levantemos El Puerto, insiste: «Nuestra lucha no era sólo por la droga, era también una batalla social por dar alternativas de empleo, culturales y educativas a la gente. Si no las tienen, volverán a caer en lo mismo». La opción de 25 años de alquiler con opción a compra no le convenció ni a él ni a otros tres vecinos que siguen pendientes de negociación. «Mi casa era mía. No la voy a entregar por un alquiler... y si me muero antes de los 25 años, ¿qué les dejo a mis hijos?».

El derribo de la barriada de José Antonio depende de estos flecos en las negociaciones y de que realmente haya voluntad política. Durante su año como edil, Oliva intentó llegar al final. A la demolición que era lo que supuestamente se iba a hacer. Pero, de momento, ese monumento a la degradación sigue en pie. A pesar de la lamentable imagen que da en un enclave de paso de miles de personas al día que justo se está remodelando, y de que siga siendo un foco de delincuencia e inseguridad como demuestran los dos incendios que ha habido ya. El último el jueves pasado. Por allí se siguen colando a consumir toxicómanos y ocupas que revientan lo que sea para entrar.

«Ya podemos dormir»

En cuanto al narcotráfico queda solo un reducto. Dos o tres puntos de venta de los que se llaman de subsistencia. Es decir, de gente que vende lo justo para vivir. Los clanes que vendían a grandes narcos se marcharon. A otras zonas de El Puerto, de la provincia o de España. No es algo que desaparezca sin más. La droga es algo cíclico que siempre está y que se va moviendo de un lado a otro. «Ahora pongo la tele por la noche, antes mirabas por la ventana y siempre había espectáculo. Pero ya no hay ese ruido. Ya podemos dormir». «Gracias a la Policía se ha logrado quitar lo que había. No han parado de venir y eso nos daba fuerzas para seguir. Las redadas las vivíamos con miedo pero con la esperanza de que iba a ser un paso más».

Tanto es así que el trabajo de los agentes no ha cesado. Justo esta semana detenían a dos personas y desarticulaban otro punto. De 2009 a 2016, la UPR hizo 10.000 actas por tenencia o consumo de droga con casi 200 detenidos. En Estupefacientes se llegaron a hacer 80 actas en un mes e incautar 60.000 euros y 100 vehículos de alta gama. «Es un servicio muy meritorio», destaca el responsable policial, «es muy duro trabajar en condiciones así con la detención de personas, la incautación de armas y de drogas. Van pero muchas veces no saben qué se van a encontrar en la calle o en el piso… Estoy muy satisfecho del trabajo realizado por todos». Pero llama la atención sobre una cuestión fundamental. «Es necesario que se impliquen todas las administraciones. Hay que derribar ya eso de una vez porque es un riesgo y un peligro».

Queda entonces el último empujón para que la Plaza de la Esperanza tenga por fin ese nombre con todo su sentido. Manolo fue uno de los vecinos que no llegó a ver el realojo. Lo llamaba la Tierra Prometida. Murió en 2013 con el honor que le dio la valentía. Su piso estaba rodeado y para salir cada día a hacer los recados tenía que pelearse con los que se tumbaban en su puerta o escalera a consumir. Su mujer impedida le decía que no se metiera en líos por ella. Pero no se acobardó jamás. «Fue un ejemplo para todos. El verlo así nos daba fuerzas para seguir». Para continuar en una lucha que ahora, quince años después, parece que por fin empieza a escribir su final.

REPORTAJE DE VÍDEO REALIZADO EN 2013

Ver los comentarios