Pasar el rato

Ponme una copa, robot

Imaginen que el androide de la copa de vino tiene la carita del presidente del Gobierno. Eso frustra a cualquiera

El robot Kime, de Efficold, en su presentación el World Mobile Congress de este año ABC
José Javier Amorós

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Se acabaron los alegres días . Llega el fin de la civilización occidental, ¿qué va a tomar el señor? Todo lo que nos dio de vivir y de beber será pronto recuerdo de la muerte. Los funerales por lo que hemos sido se anuncian en esta Córdoba nuestra, de la que tantas cosas bellas han salido. Una empresa de Lucena está fabricando robots , con cara de diputados estupefactos, para sustituir a los camareros de nuestros bares. Ponme una copa robot, que la pago con el móvil.

Un vino así servido se convertirá en cenizas en la boca. Ya que el experimento parece inevitable , sería más propio de la inteligencia artificial ponerlo en práctica con el Gobierno de España, y sustituir ventajosamente por máquinas a no pocos de los humanoides que nos humillan con su incapacidad. Algo ha escrito uno sobre los camareros, a quienes, en general, admira y aprecia. El oficio de camarero tiene una entidad que trasciende a la persona que lo ejerce . Se trata de un oficio con fundamentación psicológica, hablamos de profesionales de la psicoterapia por copas. Un camarero de la antigua ley es un receptáculo respetuoso de las secreciones emocionales del cliente. Por su frecuentación de desocupados con sed, el buen camarero conoce la psicología de cada individuo que atiende .

El buen camarero , y en Córdoba hay muchos , es atento, comprensivo y afable . Un sufridor silencioso y comedido. Como en el caso de los grandes actores, la procesión va por dentro, mientras representa con eficacia su papel. Cuando uno encuentra un buen bar con buenos camareros, y en Córdoba hay muchos, debe darle un buen refugio en su alma pecadora. Un buen camarero conoce y predica el Decálogo del Buen Bebedor , del gran poeta y novelista colombiano Álvaro Mutis, que escribió hermosamente sobre «Una calle de Córdoba», con dos bares con mesas en la acera. -Permítame recordarle, don Rafael, que no es buenbeber solo ni con desconocidos. Y sobre todo, no hay que emborracharse jamás. Baudelaire decía de Edgar Allan Poe, aquel genio alcoholizado, que «no bebía con glotonería, sino con barbarie, como si estuviera cumpliendo un destino homicida». La máquina más perfecta, la más evolucionada, el robot más parecido a Ortega y Gasset nunca podrá acercarse al corazón del más modesto de los camareros. Los experimentos, con gaseosa política . A nuestros camareros, ni tocarlos . Ellos saben mejor que nosotros que en la bebida, como en la vida, no hay que fiarse de las apariencias. Las bebidas más firmes, las que corroen a su paso las entrañas, tienen aspecto de sustancias medicamentosas. La ginebra, con esa apariencia inocente de agua mineral; el coñac, como tintura para la bronquitis; el whisky, esa laca de barnizar muebles; los tintos innumerables, una disolución de regaliz para la dispepsia. Qué fácil es equivocarse y caer en la tentación con hielo. Y qué sabe de todo eso un robot, tan frío, tan abstemio.

Un robot con la cara de Pedro Sánchez sirve copas en una terraza de Gran Capitán . Hoy están los clientes más sombríos que ayer. Doblan las campanas de la Mezquita- Catedral.

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