Pasar el rato

Sin ideas

La mediocridad consiste en conformarnos con estar por debajo de nuestras posibilidades

Una máquina de escribir ARCHIVO
José Javier Amorós

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HOY no se me ocurre nada aprovechable para escribir el artículo . Tampoco para no escribirlo. Con la cabeza en blanco, no encuentro argumentos a mi alrededor. Arde julio en Córdoba , pero no se digna calentar las viejas venas de mi cerebro estupefacto. Lo de todos los días. Y como todos los días, echo a andar la pluma por el folio y empieza a salir de ella un calorcito que se extiende por el curriculum vitae y lo entona. Vaya por Dios, tampoco hoy conseguiré el fracaso absoluto, porque no voy a poder librarme de un lector y de un aplauso. En eso consiste la mediocridad, en conformarnos con estar por debajo de nuestras posibilidades, pero ignorando que no tenemos posibilidades. También hay una mediocridad millonaria de espectadores. La de Pedro Sánchez, por ejemplo.

—¡Alto! ¡Por ahí, no!, oigo que me reconviene mi otro yo, el que frecuentó sin provecho al divino César González-Ruano , al deslumbrante Francisco Umbral, al innumerable Manuel Alcántara . Suceda lo que suceda en tu vida sin relieve, me dice, nunca cometas la indignidad intelectual de escribir sobre Pedro Sánchez. Ese hombre como argumento es una mancha en el paisaje de la literatura.

Contamina cualquier texto , empezando por su tesis doctoral. Está muy por debajo de la miserable condición humana. No hay en él una sola cosa digna de admiración. Aunque quisiera, y no quiere, no podría no hacer daño, porque está diseñado para el mal. Buena apariencia y malos sentimientos, que él confunde con la inteligencia. Un anticristo sin principios ni programa interior.

—Entonces, ¿qué hago?

—El título. Piensa un título. Cuando tengas el título, ya tienes el artículo. Eso me dice Manuel Alcántara , después de tantos años.

—Perdona, Manolo, pero pienso un título y no se me ocurre ni la mitad del título.

—No te levantes. No cedas. Insiste. Cortar bien el castellano es una cuestión de insistencia. En la obstinación está el secreto de la literatura.

—¿Y para qué voy a insistir, Paco , si mis tijeras no tienen filo? Anda, tómate el vaso de leche y vete a la cama. No es elegante utilizar una inteligencia literaria como la tuya para desconcertar al aficionado.

—Grave y reposado, el divino César me recomienda que cultive los temas pequeños y me deje perseguir por el detalle. Y que me despreocupe de la inspiración. Todo consiste en empezar, porque las palabras tiran unas de otras. Aprendiendo a empezar, se completa fatalmente el artículo.

—Sí, sí, pero insisto, y ahora, ¿qué? Ahora, su poquito de Córdoba , como decimos aquí. Y se completará fatalmente el artículo. Córdoba ofrece a las letras dos argumentos grandiosos, que necesitan cantores grandiosos: el sol y la historia . En Córdoba tiene el sol su residencia oficial. Por otras ciudades, pasa; en Córdoba , está. Aquí el sol vive y alardea. El sol por encima de nuestras cabezas, y la historia bajo nuestros pies. Aquí no se puede dar un paso sin pisar la historia de la humanidad: el arte, la cultura, las civilizaciones. Sin sentir que tiemblan las rodillas por las vibraciones de los antepasados subterráneos más gloriosos que haya tenido pueblo alguno. Aunque presumamos más del sol que de la historia.

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