Pasar el rato

Publicidad y fama

Los famosos creen que por haber escrito un libro tienen autoridad para opinar de lo divino y de lo humano

Público en la feria del libro de Córdoba Valerio Merino
José Javier Amorós

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La noticia más importante que hay en Córdoba esta Navidad es el virus que viene de China. En estos días gozosos somos la familia y uno más, que no había sido invitado. Inmediatamente después, la noticia más importante de Córdoba es la fama de los famosos de variada procedencia, que habitan en los medios de comunicación y en las redes para cazar pajarillos bobos. Se acaba el año y aparecen inevitablemente los famosos. Como un virus. También en Córdoba, a pesar de su señorío de vieja dama escéptica y exigente. La fama de la que uno habla es consecuencia de la publicidad, no de la calidad. Es el resultado de exponer el cuerpo y el alma a la contemplación pública, como chacina en un colgadero. La fama de los escritores es más fugaz que la de los cantantes y los cocineros. Quizá porque los escritores famosos tienden a confundir las cosas, y creen que haber escrito un libro les habilita para opinar con autoridad sobre lo divino y lo humano. De lo que no saben necesariamente más que sus lectores. La fama depende del tiempo de exposición a la curiosidad ajena. Curiosidad que no existía previamente. De manera que todo es forzado, la exposición y la curiosidad. La publicidad crea el mundo moderno y la publicidad lo explica . La gente que consume publicidad tiene el cerebro acostumbrado a la pereza. En él se puede vaciar cualquier cosa, desde una buena compresa hasta una mala novela, de un licor a un diputado, los dos sirven para embotar el sentido moral del prójimo. Todo se compra y todo se vende. El precio lo determina la duración del embobamiento del espectador .

A uno le gusta frecuentar las librerías, también las tabernas, porque en ellas se encuentra únicamente con los libros, no con las autores, y los libros no dan la lata. Uno se siente en ellas menor y prescindible, aunque en relación con algunas obras, nada más. Con las otras no entra en conversación. En estos días finales de diciembre he visto ya cerca de 50 libros etiquetados como ‘libro del año’ . Que no sé lo que significa exactamente. Salvo que si todos los libros son el libro del año, eso quiere decir que ningún libro es el libro del año. Uno no lee esas cosas, por la misma razón por la que no come hamburguesas, porque no sabe con qué carne están hechas. Lo que ayuda a permanecer en Lope, en San Juan de la Cruz, en Borges, en Camus. Y en la tortilla de patatas. Uno ha conocido, quizá para su fortuna, a unas cuantas glorias de la farándula literaria. No me atrevería a decir que la humildad fuera la virtud dominante en todos ellos. Pero todos, invariablemente, destacaban por unas dotes extraordinarias para el arte de las letras. Eran grandes escritores, inmensos escritores, y eso no tenía que ver con la publicidad. Poseían la capacidad de admirar sin regateo lo que de valioso había en los demás. De ellos aprendí que en el escenario cabemos todos, interpretando cada uno el papel que le haya correspondido: de cerilla o de antorcha. Las dos iluminan. La mera vanidad, que es una soberbia de clase media de la cabeza, el presupuesto de la fama, no da luz.

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