Pasar el rato

Córdoba encoge, Córdoba celebra

Dentro de mil años, en las Tendillas sólo quedará nostalgia de todos

Calle vacía en el Centro de Córdoba en la Nochevieja del año pasado Álvaro Carmona
José Javier Amorós

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Córdoba encoge. La Nochebuena se viene , y este año seremos menos a la mesa que el año pasado. Pero con la misma música. De los que quedamos, muchos despedirán la temporada teniendo de ellos mismos peor opinión que en la Navidad anterior . Que es una manera de vivir encogido en la propia poquedad. Cómo se viene la pena, tan callando. La pura pena de no saber por qué. Córdoba encoge. Todavía no se nota en las calles y en las tabernas, pero dentro de mil años apenas quedará en la plaza de Las Tendillas una vaga nostalgia de cordobeses . Nacen menos niños y vienen a establecerse menos forasteros. Al hueco que dejan en el corazón los que se nos han ido, hay que unir el que dejan en las estadísticas los que no han venido. Según dicen los que cuentan habitantes con los dedos políticos, en Córdoba habrá 6.000 cantores menos de villancicos esta Navidad . Todavía somos cerca de 800.000, que no es un mal coro. Pero también el Instituto Nacional de Estadística tiene derecho a pasar el rato poniéndose pesimista por tan poca cosa. A uno le duelen más los que se fueron. «Se morirán aquellos que me amaron, / y el pueblo se hará nuevo cada año». Uno, que nada pide ya ni nada espera, sigue confiando en que Córdoba volverá a recoger los frutos benditos de tantos vientres venturosos. A la nanita nana. Con más o con menos, Córdoba celebra. El que nunca falta en este mes de diciembre cordobés es el Niño Jesús , que lleva dos mil años naciendo aquí, sin una cana. Con Él volvemos todos a la infancia, gracias a Dios. «Un hombre es lo que queda de un niño», le oí a la gran Ana María Matute en El Escorial, hace ya tantas estadísticas. ¿Dios es lo que queda del Niño Jesús? Probablemente acampó entre nosotros para demostrarnos que podía ponerse a nuestro alcance. Para creer en Dios hay que hacerse como niño.

El ateísmo es un asunto entre adultos, demasiado profundo para el ‘caganer’, que en el Belén tiene más protagonismo que Nietzsche . En todo caso, no es incompatible ser ateo con creer en el Niño Jesús. El Belén navideño concentra la mayor proporción de Dios que la mente humana es capaz de abarcar. La más honda teología no puede superar esa evidencia de peatón sin pretensiones. Dios nació de mujer para redimirse de esa imagen bíblica y artística de anciano cabreado. Así demuestra su poder.

Después de haber pasado la tarde educando a los doctores de la ley, que son tan aburridos, el Niño está inquieto y le cuesta dormirse . Llama a su Madre. Se acerca San José, afable y voluntarioso. Pero el Niño tiene las ideas claras.

-¿Qué quería el Niño, María?

- Quería mi mano, José.

-Claro, María.

Qué tendrá la mano de una madre. Dos mil años después escribió eso Miguel Delibes , al que siempre vuelvo para recuperarme de la vejez. Hace ya unas cuantas navidades que se fue a disfrutar al origen de la infancia, paseando de la mano de su madre por los verdes campos de la eternidad. Como el Niño Jesús.

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