PASAR EL RATO

El Aeropuerto

El aeropuerto no está basado en la idea mercantil de utilidad. Es un fin en sí mismo, como la poesía o la buena educación

José Javier Amorós

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Tener aeropuerto es mejor que no tener aeropuerto. Con el aeropuerto le pasa a Córdoba lo que a los estudiantes con la lectura de los clásicos. Cada mañana, los estudiantes de tuit y Wikipedia se preguntan por qué hay que leer a los clásicos, para qué sirven. Y cada mañana les responde el gran Italo Calvino, al que tampoco leerán: «No se crea que los clásicos se han de leer porque sirven para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos». Córdoba tiene aeropuerto desde hace muchos años, y no ha servido para nada, que se sepa. Salvo para que Córdoba tenga aeropuerto, que es de lo que se trata. Una ciudad de la importancia de Córdoba no puede permitirse no tener aeropuerto, como no puede permitirse no tener Ayuntamiento o farolas en las calles. El aeropuerto complementa la ciudad, la civiliza, le da distinción. También la lectura de los clásicos aporta distinción al alma, y muchas veces, eso se nota en el cuerpo. El aeropuerto de Córdoba no parece llamado a proporcionar beneficios inmediatos, no está basado en la idea mercantil de utilidad. Es un fin en sí mismo, como la poesía o la buena educación. Viajeros no tiene, ni parece que vaya a tener, si nos basamos en el desinterés de las aerolíneas por instalarse aquí. Prefieren Sevilla o Málaga, más rentables, más preocupadas por lo material, sin ese refinamiento espiritual que distingue a Córdoba. Y gracias al que se ha podido alargar la pista del aeropuerto, para que podamos gozarnos en su contemplación.

Por el momento, la ampliación del aeropuerto ya está sirviendo para que el lenguaje municipal entre en ebullición. Admitiendo que dedicarlo al transporte de viajeros no sería lo más acertado, aunque parezca lo más lógico, un concejal cordobés propone usar el aeropuerto para «potenciar la intermodalidad». Debe de tratarse del concejal de Modalidad. La idea es feliz, pues va a buscar al pueblo, aunque primero tiene el pueblo que entenderla. Que la expresión pueda ser correcta no equivale a que sea clara. Nos exponemos a que generaciones de cordobeses desaparezcan sin haber hecho realidad tan grande aspiración, y lo que es más triste, por no haber entendido su significado. También la LOGSE, con un afán de originalidad que destrozó el sistema educativo español, llamaba a la pizarra «panel vertical de conocimiento» y al recreo, «segmento de ocio». Las cuentas pendientes con el idioma no hay que resolverlas en público.

La encargada del mostrador se retocó los labios, mirándose con coquetería en un espejito. Era morena y risueña, muy agradable de contemplar. Cerca de ella se sentaba el único ocupante de la sala. Un hombre ya maduro, sin estar pasado. Parecía flotar entre tanta soledad. Por el altavoz llegó el aviso: «Pasajeros del vuelo a Londres, embarquen por la puerta número 1». El hombre miró otra vez a su alrededor, que conocía de memoria. Y preguntó a la señorita: —¿Soy el único pasajero? Había tristeza en su voz. Sin esperar respuesta, añadió: —Parece que en Córdoba son ustedes de poco volar. —No crea, no, señor. Aquí volamos como todo el mundo. Pero desde otros sitios. —Entonces, ¿para qué quieren un aeropuerto? —Es que no se trata de querer o no querer, señor. Se trata de tener. El hombre ya no la oía. Avanzaba por el pasillo hacia el avión, con la cabeza baja y la espalda encorvada. Pensaba que en Córdoba nadie lo quería.

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