Galicia en llamas, testimonios de la tierra quemada

Los policías nacionales cercados por el fuego en Chandebrito, participantes de cadena humana, miembros de los grupos de Whatsapp desde los que se organizan las batidas, testigos, expertos y brigadistas hablan abiertamente del drama vivido

Un hombre observa impotente como el fuego consume el bosque en la zona de Zamanes, Vigo EFE | SALVADOR SAZ
Raquel F-Novoa

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A las 9 de la noche del 15 de octubre en Pontevedra se dibujaban los colores del averno. La parroquia de Chandebrito , en Nigrán , fue una de las regiones más castigadas por el fuego: «Compañeros desenfundaron la pistola para morir sin sufrir», declaró este martes en una carta abierta un policía nacional . Habían ardido dos viviendas y los desalojos estaban siendo especialmente complicados porque los vecinos se negaban a salir de sus casas a pesar de estar cercados por el fuego. Simultáneamente, otro agente de esa misma patrulla se quedó solo dentro del coche y «se vio morir». Según declaró a este medio el policía, el termómetro del vehículo indicaba una temperatura exterior de 96º y empezaba a derretirse. Resignado , llamó a sus padres y a su novia y se despidió de ellos .

En Vigo las llamas tomaron las calles: «Era el infierno», cuenta Noelia, de 30 años . Su piso del barrio de As Travesas estaba lleno de humo y, hasta bien entrada la madrugada, respiró a través de una toalla mojada. No se movía por los nervios, también porque esperaba una orden de evacuación que finalmente no llegó.

Así se construyó la cadena humana

«La calle era muy empinada, empezó a bajar agua de la parte de arriba y todas las personas que formaron la cadena humana se agacharon a la vez e inclinaron sus cubos para recoger el agua».

Los cubos eran desde calderitos de playa para hacer castillos de arena a barreños de la ropa: «lo que la gente iba encontrando en sus casas», cuenta Jorge Fernández Mariño , un vecino de Navia que bajó junto con cientos de vecinos a tratar de contener las llamas. Conocía a casi todos, pero sólo reconoció a dos de ellos, «había mucho humo».

«Los vecinos salían de sus casas y nos traía botellines de agua , volvía a entrar y sacaban paños mojados para evitar la asfixia». Más adelante fueron llegand o mangueras grandes y mascarillas : «no sé ni quién me las dio porque estábamos centrados en otra cosa», dice.

Comenzó a sofocar los focos en su barrio hasta que llegaron los profesionales de extinción, fue entonces cuando se desplazaron hacia la Avenida de Europa , el lugar donde se fotografió la célebre cadena humana. En ambas zonas sólo se escuchaba el chasquido de la madera al arder, el sonido de los pasos de los vecinos y el silencio, roto únicamente por las indicaciones de los cuidadanos : «Cuidado con la manguera. Rodead el árbol. El de ese extremo que vaya hacia el centro».

La gente obedecía sin cuestionar nada, no había debate, sólo necesidad. «Era como si nos dedicásemos a eso, sabíamos lo que había que hacer». Cuando un foco se apagaba se encendía otro, cuenta Jorge, la policía preguntaba por dos sospechosos que, supuestamente, iban en una moto Yamaha de color negro. «Yo no vi nada», confiesa Jorge, «pudieron haber sido ellos como los rescoldos llevados por el viento».

La cadena humana fue, según Mariño , espontánea. Mientras, los vecinos intentaban apagar una casa que estaba ardiendo y salvar la guardería de al lado. Pero los bomberos y protección civil llegaron y los evacuaron porque había riesgo de explosión . Entonces vieron que ardía al otro lado de la calle, pero las mangueras no llegaban y se organizaron de esta manera para trasladar más rápido el agua.

«Había mucha gente joven, cargaban mangueras enormes tanto chicas de 1’50 como hombres de 60 años», relata Fernández Mariño. Que comenzó de madrugada a sentir el dolor de la tos, la sensación de asfixia y el dolor muscular. Luego llegó la desazón, la impotencia y la rabia , pero no antes: «Trabajamos sin parar durante horas, pero no nos cansábamos. Estoy orgulloso de mi pueblo».

Batidas por whatsapp, aprender de los errores

El voluntariado ha encontrado en el entorno digital un medio idóneo para entrar en contacto, organizarse y llevar a cabo iniciativas diversas: desde batidas para rescatar animales heridos a puntos de recogida de medios y recursos o labores para recuperar el ecosistema pasando por la idea de abrir una cuenta bancaria en la que quien lo desee, pueda contribuir.

La información se descarga vertiginosamente, sin control, los ciudadanos aprenden del ensayo y el error. « Sobra gente que quiere trabajar , pero falta la coordinación de expertos y profesionales de diferentes ámbitos porque a veces, por puro desconocimiento lo ciudadanos que intenta ayudar, acaban perjudicando». Adrián Cores , vecino de Cambados, es uno de los miembros del grupo de Whatsapp «Batidas Armenteira» y participó en varias iniciativas solidarias hasta que se dio cuenta de las dificultades que se iban desencadenando.

En este grupo, una de las prioridades era organizarse para rescatar animales heridos. No tardaron en aprender que, cuando se movían sobre el terreno quemado, además de dañar el suelo desorientaban a los animales que habían sobrevivido y a los que todavía se encontraban en estado de shock . Ahora intenta ponerse en contacto con ingenieros agrónomos y forestales para organizar charlas formativas a los vecinos y, de esta manera, aprender de los errores y no repetirlos en el futuro.

Los grupos engordan con el paso de las horas, mucha gente de fuera de Galicia , solidarizados con la causa, piden unirse para colaborar. «Es tan inabordable que necesitamos coordinación, organizarse entre tantos al final acaba siendo un caos», confiesa el joven.

Galicia, «alma de un pueblo derrotado»

Pasaron quince años, pero a Magdalena todavía le tiembla la voz cuando recuerda la tarde en la que, siendo apenas una adolescente, esperó durante siete horas noticias de su abuelo: «Se había empeñado en defender su tierra a pesar de todo y se quedó cercado por las llamas». Cuenta que estaba desesperada «porque no sabía si estaba vivo o muerto ».

Santiago , su abuelo, frunce el ceño: «qué iba a hacer, nadie más que yo va a defender lo que es mío». En el año 2005 se produjo el incendio más devastador en la Villa de Verín , ardieron más de 12.000 hectáreas. Desde entonces, cuando arde, esa cifra vuelve a crepitar en forma de conjuro. Este año la desgracia volvió a sacudir al valle del Támega, fue el primer gran incendio del verano. El día 5 de agosto comenzó una vorágine que se saldó con más de 5 hectáreas de bosque. El grupo musical «Amparanoia» se topó de frente con la realidad «pensábamos que íbamos a morir», confesó la cantante del grupo.

El testimonio de Santiago, de 73 años, personifica una de las principales causas que destacan los expertos, que apuntan al éxodo rural como uno de los motivos de los incendios forestales. «Si la gente encontrase facilidades trabajaría el campo los montes no se quedarían vacíos y las poblaciones no se verían tan dispersas. Las brigadas no dan abasto y protegen las casas mientras el fuego crece en los bosques», explica Rafael Castro ingeniero agrónomo y forestal .

Bruno Rúa , antropólogo y brigadista durante más de 20 años, no puede contener las lágrimas: «Todo el mundo pierde, pero nadie se atreve a decir nada, vivimos en una dictadura del silencio». Según el experto, la sociedad gallega es inmovilista y pesimista por naturaleza porque sufre un mal denominado «alma de pueblo derrotado» y está intrínsecamente ligada al miedo y al dolor: «Los pueblos de mentalidad arcaica que fueron azotados durante toda la historia se empapan de ella y su única filosofía es aguantar lo que les echen y así evitar problemas mayores», explica el antropólogo.

«Tengo un hijo de siete años que no va a tener futuro en la tierra que siempre quise para él», lamenta Rúa, «Nos obligan a marcharnos y ver desde fuera cómo este geriátrico se convierte en un cementerio ».

«Como no me toque la lotería me tengo que marchar el año que viene», cuenta Xosé , un vecino de la sierra del Larouco que no quiere dar su verdero nombre para evitar «meterse en líos». Es ganadero tiene 300 vacas y para conseguir poner en marcha su actividad tuvo que pedir un crédito al banco . Lo invirtió en acondicionar el terreno, maquinaria y ganado. No contaba con la posibilidad de que el fuego devastase su tierra. Devoró su silo. Ahora se ve obligado a vender sus animales para poder pagar el crédito .

La situación también desbordó a Marcos , un catalán que, cansado de trabajar el terreno de otros, regresó la tierra de sus antepasados en la sierra de San Mamede para explotar las propiedades que había heredado. Los vecinos lo recibieron con gran algarabía porque les gustaba, según cuenta el catalán, que llegase gente joven con niños a llenar los colegios y dar vida al pueblo. Sus iniciativas fueron vitoreadas hasta que, las treinta vacas se duplicaron y comenzó a ganar lo suficiente como para comprar maquinaria más sofisticada para su ocupación. Entonces, dice, «empezaron los murmullos y la hostilidad». Hasta que cierto día sus terrenos ardieron y su maquinaria apareció destrozada . Ahora vive en Bilbao.

Al referir el caso al antropólogo se muestra decepcionado, no le convence la perspectiva de los conflictos entre vecinos: «Se acusa a los cazadores porque les interesa un suelo raso, pero se quedan sin animales cuando arde. Se acusa a los pastores, sin embargo, un vecino mío sacrificó a 300 ovejas tras un incendio». Da pie a un silencio incómodo y continúa: «También se señala a pirómanos y enfermos mentales, así se deshumaniza el problema. Si metemos en la cárcel a toda esa gente… ¿El año que viene no arderá? ».

En el momento de despedirse sentencia: «menos mal que Valle Inclán no vio esto, de haberlo vivido no tendría que inventarse el esperpento».

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