Santiago Martín

Lo que los secretos ocultan

«No debemos perder la esperanza ni dejar de luchar con el arma de la oración»

Santiago Martín
MADRID Actualizado: Guardar
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El Papa se encuentra en Fátima como un peregrino que acude a la casa de la Madre para poner ante ella sus preocupaciones y recibir su consuelo. Es notorio el gran amor que Francisco tiene a la Santísima Virgen y por ello no podía desaprovechar la oportunidad de estar en el santuario portugués cuando se cumplen cien años de la primera aparición. La canonización de Jacinta y Francisco -dos de los videntes- es el broche de oro perfecto para celebrar este acontecimiento.

Siempre que se piensa en Fátima se piensa en los secretos revelados por la Virgen a los tres niños. Que algo sea secreto despierta inmediatamente interés y no cabe duda de que lo mucho que tardó en revelarse el tercero aumentó la curiosidad en muchos grados.

Pero Fátima es mucho más que los secretos, hasta el punto de que éstos -que quizá influyeron a la hora de atraer la atención del público- pueden estar opacando lo más importante del mensaje que la Virgen quiso transmitir.

Nuestra Madre en Fátima dejó claras cuatro cosas. La primera es la existencia del infierno -el cual no está vacío-, una existencia que no está reñida con la misericordia de Dios, puesto que ésta se manifiesta en el deseo del Señor en que nadie vaya a ese lugar de tormento. La segunda, que es necesaria la conversión, la oración y la penitencia, no sólo para no ir al infierno sino para evitar que nuestro mundo se convierta en un infierno -que en su momento estuvo simbolizado por el imperio soviético y sus millones de víctimas-. La tercera es que Dios es el Señor de la historia y que, aunque a veces el mal parezca tener mucho poder o incluso todo el poder, eso es sólo una ficción, pues el verdadero poder lo tiene el amor, lo tiene Dios que es amor. Usando una frase de la Virgen, la cuarta es: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”, aunque antes la Iglesia tenga que pasar por un duro periodo de persecución.

No debemos perder la esperanza y, como consecuencia, no debemos dejar de luchar, con las armas de la penitencia y la oración, defendiendo la verdad, defendiendo a Aquel que es la Verdad plena, Cristo.

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