José Francisco Serrano Oceja

El riesgo de la irrelevancia

La propuesta cristiana ha dejado de ser interlocutor hábil en el discurso público, político y cultural

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No hace muchos días, el cardenal italiano Camillo Ruinni concedió una larga entrevista al «Corriere della sera» en la que hacía un jugoso análisis de la situación de los católicos en Italia. Diagnóstico que, en algunos aspectos, podemos trasplantar a España. Ya se ve que los cardenales eméritos tienen una libertad interior y exterior que interpela su conciencia. El titular era elocuente y provocador. Decía que en la Italia enojada, «los católicos corremos el riesgo de la irrelevancia». Admitía el descenso en la práctica de la fe; insistía en que no hay que desesperarse, porque «existen católicos sinceros y comprometidos»; se lamentaba del problema demográfico, «el más grave, porque destruye la esperanza del futuro»; y apuntaba a un fenómeno que se extiende por no pocos países: en las relaciones entre política y mundo católico, entre catolicismo y cultura, hemos entrado en la dinámica de la irrelevancia, pese a las notables contribuciones a la vida social.

No son pocos los síntomas de este riesgo de irrelevancia en los órdenes político y social. Vivimos inmersos en la crisis de las mediaciones. Abstraídos por la ley del péndulo, pasamos de liderazgos fuertes a débiles, de presencia pública activa a plegamiento generalizado, de claridad y firmeza en el juicio moral sobre lo que pasa -véase el caso del nacionalismo- a silencios que amparan mucho más que el legítimo pluralismo. Ralentizados por la digestión de un pontificado que nos ha introducido en un nuevo paradigma, transitamos de la sorpresa a la sospecha. Extraída la Iglesia de la zona de confort de la práctica de la caridad hacia fuera, y sacramental hacia dentro, lo que se vislumbra es el espesor de la niebla. Existen, sobre todo en las diócesis, realidades que entusiasman, iniciativas que se despliegan. Pero la propuesta cristiana ha dejado ser interlocutor hábil en el discurso público, político y cultural. Y este es un síntoma alarmante. No se trataba de dar un paso atrás para que no se confundiera a la Iglesia con un partido político. Se trata de otra historia, la de la elocuencia significativa más allá de lo que el mundo acepta.

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