El padre que fue a pedir por la salud de su bebé y murió con él en brazos en Funchal

Indignación en Madeira por la caída del roble centenario que estaba dañado

Bomeberos trabajando en Funchal, donde el pasado martes cayó un árbol centenario AFP

FRANCISCO CHACÓN

Las señales de descomposición del árbol que se desplomó en el Santuario de Nuestra Señora del Monte , seis kilómetros al norte de Funchal, eran evidentes desde hacía tres años. Así lo denunciaron los lugareños de ese rincón de Madeira donde el pasado martes murieron 13 personas por la caída del roble centenario .

La dimensión de la tragedia se personifica en Diogo Camacho y su hijo Gustavo . Ambos perdieron la vida de forma inmediata al afectarles directamente el derrumbe. Con el niño de 15 meses en brazos, este hombre acudió a la romería de la Virgen junto a su esposa, Joana, hoy entre la vida y la muerte en un hospital cercano debido a que resultó gravemente herida.

Se da la circunstancia de que el bebé era prematuro, nació con tres meses de antelación después de una gestación con múltiples dificultades. De manera que, con su presencia en el acto religioso, los padres quisieron agradecer a Nuestra Señora del Monte que la criatura hubiese ido superando poco a poco los obstáculos y se encontrara en un aceptable estado de salud.

Sobrevino entonces la fatalidad y la ilusión se tiñó de negro ante el dolor de los asistentes a la romería, en la que se encontraban numerosos turistas, de los muchos que visitan en verano la isla portuguesa.

200 años de antigüedad

En las redes sociales proliferan los mensajes de protesta ya que la población no entiende por qué no se actuó antes si se había podido comprobar que el roble estaba señalizado por riesgo de derrumbe . La Administración local no actuó cuando los empleados locales alertaron hace tres años sobre el deterioro del roble, con 200 años de antigüedad.

Además, en la plaza donde se registró el accidente, Largo do Fonte, ya habían caído varias ramas que se desprendían del arbolado circundante.

Se trata del segundo mes de agosto consecutivo marcado por la tragedia en la pedanía de Monte, donde se alza el santuario, pues el año pasado el sufrimiento se plasmó en forma de los daños provocados por los incendios. Madeira saltó entonces al primer plano cuando las apocalípticas imágenes de las llamas se difundieron por todo el mundo. Fallecieron tres mujeres y el fuego se plantó incluso en el casco histórico de Funchal . También se suspendieron los actos religiosos que honran a la Virgen, dado que 300 casas se vieron destruidas y las pérdidas ascendieron a 157 millones de euros.

La caída del árbol supone el tercer siniestro en la última década, porque en agosto de 2010 la zona se vio asolada por unas fuertes inundaciones. La tragedia de Madeira del pasado martes se saldó con un total de 50 heridos. Siete personas aún permanecen ingresados en el Hospital de Funchal con heridas de diferentes consideración. Según informó ayer en rueda de prensa Miguel Reis , médico del centro, entre los hospitalizados hay cinco adultos y dos niños, uno de dos años y otro de catorce.

La gestión hospitalaria del accidente también ha generado polémica porque por su reducido tamaño ha almacenado los cadáveres en contenedores.

Dos extranjeros fallecidos

Ries también confirmó ayer que de los 13 muertos, ocho mujeres y cinco hombres, se encuentran dos personas extranjeras, cuyas nacionalidades no fueron precisadas aún . El Gobierno regional de Madeira decretó ayer tres días de luto con motivo de la tragedia.

Entonces, y ahora, la devoción por la Virgen de Nuestra Señora del Monte no hace más que aumentar. Si ya hace cinco siglos que se la venera, las catástrofes recientes hacen que las gentes de los alrededores se vuelquen en la fe religiosa. Se aferran a sus ceencias con la intención de aliviar el sufrimiento que corroe sus almas.

La proximidad de las elecciones municipales en Portugal, que se celebrarán el 1 de octubre, obliga a los políticos locales a tratar de reconfortar a los lugareños en la medida de sus posibilidades . De momento, el descontento campa a sus anchas.

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