España es el país del mundo que tiene más presas por habitante
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La bendita agua corriente

Las últimas semanas están siendo preocupantes porque el anticiclón de las Azores mantiene su dominio y evita que los vientos ábregos y llovedores que vienen del Atlántico aireen nuestros pulmones

Madrid Actualizado: Guardar
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«¡¡Pero este j..... cuántaagua bebe!!» Esta desabrida y al tiempo cariñosa exclamación la oí muchas veces en mi niñez y primera juventud en boca de mi abuelo paterno, declarado y contumaz enemigo del agua como bebida productora de males físicos, desde las colitis recurrentes hasta las afonías estacionales.

Eran otros tiempos. Allá por los cuarenta, el agua corriente que salía de los grifos de las ciudades, y no digamos de los pozos, artesas, ríos y riachuelos, no estaba debidamente tratada y no ofrecía todas las garantías de salubridad. En mi memoria todavía conservo la declaración solemne de todos los miembros de mi familia de que no se podía beber agua y comer ciruelas, pues era garantía segura de alteraciones intestinales, siempre incómodas y a veces peligrosas.

El agua como bebida era un elemento muy sospechoso, que arrastraba toda la mala literatura del siglo XIX como generadora de epidemias y hasta de pestes ancestrales. El resultado era que muchas personas se iban a la tumba sin conocer el sabor exacto del agua, en evitación de males mayores y también, como no, en dedicada afición al vino, especialmente a los vinos de alta graduación rebajados con agua, lo que ofrecía una relativa garantía.

Atención sanitaria

El adecuado tratamiento del agua corriente con sus extremadas atenciones higiénico-sanitarias ha supuesto un cambio de gustos y, sobre todo, una garantía de sanidad, que se concreta en la afirmación de médicos y sanitarios según los cuales el agua, debidamente tratada, ha producido los mismos o incluso más beneficios que todas las medicinas modernas.

Fueron los romanos los mayores arquitectos en construcciones de grandes redes de distribución de agua que han existido a lo largo de la historia pero ya, muchos siglos antes, en Jericó, el agua almacenada en los pozos se utilizaba como fuente de recursos de agua, en Pakistan, alrededor del año 3000 utilizaba instalaciones y necesitaba un suministro de agua muy grande, en la antigua Grecia el agua de escorrentía, agua de pozos y agua de lluvia, eran utilizadas en épocas muy tempranas.

En España los árabes descubrieron y reformaron las condiciones romanas y el 13 de febrero de 1172 llevaron agua potable a la ciudad de Sevilla. Sin embargo, tanto en la capital de Andalucía como en el resto de España, estas estructuras se abandonaron y no se volvieron a recuperar hasta 500 años después.

Evacuar las aguas residuales

En el siglo XIX las epidemias y los problemas de salubridad hicieron que algunos ingenieros de caminos se preocuparan por encontrar soluciones para evacuar las aguas residuales urbanas y abastecer de agua potable a la población. En esas estamos. El 70% de la superficie de la tierra está recubierta por una capa de agua de la que únicamente el 2,5% es agua dulce, que se encuentra en la humedad del suelo y en los acuíferos profundos y constituyen un recurso escaso, amenazado y en peligro.

De acuerdo con los estudios sobre balance hídricos del planeta solamente el 0,007% de las aguas dulces se encuentran disponibles a los seres humanos. España es el país que tiene más presas por habitante del mundo; a fecha del pasado día 18, el agua embalsada era de 33.091 hectómetros cúbicos, el 59,12% de la capacidad total de embalse, 55.972 hectómetros cúbicos.

Cada mañana, al tiempo que compruebo la temperatura exterior de mi vivienda, consulto los datos que ofrece el Canal de Isabel II sobre el agua embalsada en los 23 pantanos operativos de los que dispone la Comunidad de Madrid. El periódico de mi ciudad da los datos de los embalses del Arlanzón y del Ebro y también sigo, por supuesto, los datos españoles que me ofrece en este momento el triste panorama de almacenar un 15% menos de la media de los últimos años y un 11,82 % menos de lo que se disponía el año pasado por estas fechas.

Escasez de agua

Estos últimos años han correspondido, en la vieja dicotomía de las plagas de Egipto, a periodos hidráulicos relativamente generosos que han convertido en historia los años de lo que Franco llamó «pertinaz sequía», especialmente en los cuarenta y cincuenta, con restricciones eléctricas y escasez de agua en muchos lugares de España.

En la primera década de este siglo también, aunque con menos intensidad, sufrimos escasez de lluvias y, por lo tanto, de agua, que las autoridades de entonces trataron de paliar con medidas de restricción e incluso la entonces presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, viajó a Israel para tratar de aplicar en la Comunidad de Madrid los métodos exitosos que aquel estado, tampoco sobrado del líquido elemento, ha aplicado al agua para la agricultura y la industria.

Estas últimas semanas están siendo desdichadamente preocupantes, ya que el acreditado y antipático anticiclón de las Azores mantiene su dominio sobre la Península Ibérica y evita que los vientos ábregos y llovedores que vienen del Atlántico aireen nuestros pulmones, disipen la contaminación, estimulen el cuerpo y los espíritus y, sobre todo, empapen los campos de una España de secano que, según adelantan los agricultores, puede convertirse este año en un auténtico desastre hasta el punto de que en algunas zonas ya se dan por perdidas cosechas y abandonados los pastos. Y eso que, como comentábamos antes, España tiene presas y pantanos suficientes, pero llover, tiene que llover y, a poder ser, a cántaros.

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