Julio Malo de Molina - Opinión

Y en esto se fue Fidel

No solo fue un dictador sino también un líder con una visión generosa y humanitaria que además hizo de su pequeño país un coloso en el escenario mundial

Julio Malo de Molina
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Sus más torpes enemigos se limitan a definirle como «un dictador» y sin duda lo fue. Como buena parte de los Jefes de Estado de nuestra época, lo hayan admitido descaradamente como Pinochet o Videla, o se hayan denominado a sí mismos republicanos o demócratas, como Ronald Reagan o George Bush. Los citados han esparcido entre sus rivales mucha más sangre y más dolor que el Comandante Fidel, lo cual no le exculpa, contra el crimen político tolerancia cero.

Pero Fidel Castro que ejerció como un dictador fue algo más que eso. Brillante abogado e intelectual combate la dictadura de Batista desde posiciones nacionalistas y demócratas. Superó el proceso judicial por una acción contra el sátrapa caribeño asumiendo su propia defensa a través de un alegato que forma parte de la literatura política de nuestro tiempo: «La Historia me absolverá».

En México organiza a un grupo de patriotas para iniciar de nuevo una insurrección contra el gobierno que amparaba a las peores mafias de Estados Unidos. Compra un yate americano en el cual embarca con unos sesenta hombres para arribar a su isla. Los servicios secretos yanquis informan a Batista de la operación y las patrulleras del dictador les esperan para abatir la nave y a sus tripulantes.

Sobreviven sólo catorce que acaban vagando dispersos hasta reunirse en Sierra Maestra; a partir de tan exiguo contingente, con el apoyo de la colonia española, de los patriotas criollos y de la Iglesia Católica, en poco más de dos años, el 1 de enero de 1959 consigue derrocar a Batista y destruir su aparato de poder corrupto y opresor. Le sigue una experiencia que ilusionó a toda la izquierda europea y latinoamericana y una historia tan sobradamente conocida como controvertida.

Ya retirado se dedicaba a escribir, en su último texto habla de los derechos humanos que en parte conculcó durante su mandato, y del pensamiento cristiano que siempre anidó en sus propias convicciones desde su formación con los jesuitas.

Carlos Alonso Zaldívar, embajador de España en La Habana cuando yo frecuentaba «la perla azul del Mar de Las Antillas» (Rafael Alberti) entre los años 2006 al 2009 hablaba del fervor incondicional que el pueblo llano profesaba a Fidel, estableciendo una comparación con Franco. Si a nuestro caudillo que era un hombre bajito, gordo, con voz atiplada y de cultura francamente escasa, buena parte de la población le admiraba, cómo no entender que los cubanos se sintieran orgullosos de un personaje inteligente, culto, simpático, seductor y de excelente presencia.

En esos tiempos cercanos de relativa prosperidad y democratización de la vida pública, los debates en un pueblo tan conversador mostraban una pluralidad que a mí me recordaba el ambiente de la transición española. Desde siempre en Cuba todo era discutible salvo la figura de Fidel Castro, tal vez porque como sostiene el escritor inglés John Carlin no solo fue un dictador sino también un líder con una visión generosa y humanitaria que además hizo de su pequeño país un coloso en el escenario mundial.

Tuve el raro privilegio de verle jugar al baloncesto en la Escuela Lenin el año 1974 y me sorprendió observar a un líder mundial que se comportaba como un muchachote: «Controlen a ese negro, que encesta la jodida bola cada vez que la pilla». Cuando Goethe presenció a Napoleón escribió emocionado: «He visto al espíritu del mundo». También Fidel Castro ya ha entrado en la historia de la humanidad como un personaje imprescindible.

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