Yolanda Vallejo

Luz del mar

A esta ciudad le pasa como a los folletos de muebles, todo encaja mejor en el papel que en la habitación

Yolanda Vallejo
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No se qué pensará usted, pero a mí cada día que pasa me gustan más los folletos publicitarios, o mejor dicho, la vida vista a través de los folletos de publicidad, sean de lo que sea. Es un poco como Facebook, pero más cutre, lo sé, y con una intencionalidad mucho más perversa que la de poner los pies a ventilar, y hacerse una foto en la orilla de cualquier lugar, para dar envidia a los «amigos» que se asoman a cotillear en el muro de las lamentaciones del primero que aparezca en la pantalla, pero a mí me gustan los folletos publicitarios. Tal vez, porque venden deseos, y el mundo del deseo es muchísimo más bonito que el de la realidad, qué quiere que le diga.

Me gustan todos los folletos, los de supermercados, los de viajes, los de juguetes –posiblemente, si me sicoanalizara, confirmaría que es de ahí, de donde procede mi afición– los de los museos, los de los bares, los las tiendas de ropa.

En el super top de los folletos, son los las de tiendas de muebles, los que más me gustan, sobre todo, si los muebles son baratos y no hay que montarlos. Me encantan las composiciones de los salones modulares, que siempre se llaman ‘Capri’, o los dormitorios de matrimonio con nombre de lugar de alterne ‘Apolo’, ‘Venus’… Yo no sé usted, pero yo me imagino habitando entre esos muebles y todo me resulta más sencillo y más acogedor que en mi propia vida. En esas cocinas –sin ventilación, porque en los folletos, ninguna cocina tiene ventana–, seguro que sería más feliz que en la mía, que está llena de trastos y siempre hay migas de pan en la encimera; y en los dormitorios juveniles de los folletos, mis hijos estudiarían más y serían más encantadores que en la vida de verdad. Lo mismo me ocurre con los folletos de comida, sobre todo con los de productos frescos. Me alimenta casi más lo que aparece en las fotos de oferta, que lo que acumulo en mi nevera. Añada a la lista, la carta con foto de los restaurantes –de los restaurantes chungos, claro está– donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. De los folletos de ropa, ni hablamos, porque ahí sí se que estará totalmente de acuerdo conmigo. Una se imagina vistiendo esos maravillosos pareos a juego con el bolso y la pamela, paseando por una playa solitaria, y se siente muchísimo mejor que cargando con la silla del chino y con la toalla de propaganda bajando la rampa de la Caleta. Es lo que tiene la cosa de la virtualidad, que nos permite vivir varias vidas en una, o como diría Paul Elouard, que nos permite confirmar que «hay otros mundos pero están en este».

A estas alturas, se estará usted preguntando que a dónde quiero llegar. Así que se lo diré rápido, y sin más rodeos. Me gusta más la vida de esta ciudad a través de sus titulares y de sus folletos publicitarios. Me gusta, por ejemplo, leer que «la Junta pretende licitar el Tiempo Libre antes de que se acabe el año», porque, además, de haberlo leído muchísimas veces ya en los últimos diez años, uno se imagina ese maravilloso hotel a pie de playa por el que están deseando apostar muchísimas empresas –igual que con el estadio o con la estación, las mismas– y la importancia que va a tener para el turismo y todas esas cosas que dicen las consejeras y los consejeros –en una década ha dado tiempo de que haya varios– cuando aparecen por aquí. De sobra sabe usted, tan bien como yo, que la realidad no tiene nada que ver con el deseo, y que pasarán otros diez años y seguiremos viendo el mismo edificio abandonado en el mejor sitio del paseo marítimo; y sabe también, que si echa mano de las hemerotecas, el rodillo publicitario es el mismo de siempre. No importa. A esta ciudad le pasa como a los folletos de muebles, todo encaja mejor en el papel que en la habitación.

Por eso me gusta tanto el folleto de la programación ‘Luz de mar’, con el que nuestro Ayuntamiento nos recuerda que tenemos más de ciento treinta actividades programadas para el verano –si hace la cuenta por encima, sale como a dos actividades diarias de media–, una oferta que según nuestro alcalde es «multidisciplinar, rica y diversa que está a la altura de la propia ciudad y de sus habitantes»– –lo de a la altura de la ciudad y sus habitantes prefiero no pensarlo mucho– porque «Cádiz está a la cabeza de la oferta turística y de las miradas. Estamos en el epicentro» –lo del epicentro también prefiero no pensarlo.

El folleto tiene de todo. De todo de lo de siempre, exposiciones, conciertos, mercados –andalusíes y de los otros– carnaval, flamenco, talleres, taichí, puestas de sol, teatro, cine, rutas… vamos, lo de siempre, pero con folleto publicitario. Que es lo que más me gusta, ya se lo dije antes. Porque una ve la publicidad, tan atractiva, tan sofisticada, con tanto glamour, y se imagina una cosa; el deseo. Y luego se acerca a las actividades y ve otra; la realidad.

Y entre tanto, mientras pasa el verano y se acerca el otoño, prefiero no hacer preguntas, y siempre quedarme con el deseo, porque como dijo Cernuda –que yo también me pongo poeta cuando quiero– «el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe».

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