Julio Malo de Molina - OPINIÓN

Centenario de la revolución en Rusia

La revolución soviética se desencadenó de forma imprevisible y fuera de todo guión histórico. Los teóricos marxistas creían en una secuencia para alcanzar el socialismo

JULIO MALO DE MOLINA

Recuerdo una conversación siendo yo niño entre mi padre y tío Fernando, hermano chico de mi abuela materna que era Almirante del Cuerpo General de la Armada, hablaban de la ‘guerra fría’ que por entonces debía vivirse con intensidad pues ambos bloques aún se encontraban en posiciones de equilibrada rivalidad, Nikita Jrushov quien desde 1955 había sucedido al feroz Stalin y denunciado sus crímenes, lideraba una modernizada Unión Soviética que había iniciado con éxito la conquista del espacio exterior. Tío Fernando tranquilizaba a mi padre, ingeniero y empresario liberal atemorizado por los éxitos del comunismo.

En opinión del marino, con la revolución soviética ocurriría como en la francesa; terminaría por diluirse dejando una herencia cultural y política ya tamizada; si los revolucionarios franceses legaron la democracia parlamentaria, el pensamiento soviético acabaría por moderarse dejando como herencia las políticas sociales del Estado de protección a los segmentos débiles de la población. Yo adoraba a mi tío Fernando Corominas, hombre de gran cultura y talante amable y optimista; ahora le recuerdo como un niño grande, que prefería dejar a los mayores dándole al bridge para organizar los juegos de sus sobrinos quienes le habíamos proclamado gran jefe de la rebelde tribu infantil.

La revolución soviética se desencadenó de forma imprevisible y fuera de todo guión histórico. Los teóricos marxistas creían en una secuencia para alcanzar el socialismo que no podía eludir el previo cambio democrático. Rusia era un Imperio autocrático de economía pre capitalista, así que el Partido Socialdemócrata, al cual pertenecían Lenin y Trotsky, se planteaba una revolución republicana. Un espontáneo motín de jóvenes que se niegan volver al terrible frente de la Gran Guerra europea, constituye las Asambleas (Soviets en ruso) de soldados, obreros y campesinos, frente al poder zarista, la revuelta popular triunfa en febrero de 1917, con caída del Zar, y la proclamación de un gobierno provisional.

Un sector del Partido Socialdemócrata llamado ‘bolchevique’, que en ruso significa minoría, recoge la decepción de la población frente la debilidad de las nuevas autoridades democráticas, y bajo la consigna: «Todo el poder para los Soviets», depone al gobierno provisional y organiza el asalto al Palacio de Invierno de Petrogrado, éste tiene lugar el 25 de octubre de 1917 según el calendario juliano vigente entonces en Rusia y que equivale al 7 de noviembre del calendario gregoriano. Es el comienzo de la Revolución de Octubre que da lugar a la Unión Soviética, hasta su disolución en 1993 a causa del contragolpe de Boris Yeltsin; setenta y seis años de historia contemporánea iniciada hace ahora una centuria. Una dilatada epopeya que se conmemora en eventos y exposiciones como la recientemente organizada por el Desing Museum de Londres.

Sin embargo tal vez tío Fernando se equivocara, algunos economistas piensan que el fin del ‘socialismo real’ en la Europa del Este ha provocado el debilitamiento de las políticas sociales en los países occidentales de economía capitalista; pues en ausencia de competencia ideológica, los poderes económicos han forzado la minoración del Estado asistencial, incrementando la competencia frente a la solidaridad, y precarizando el mercado laboral. Por otra parte, en estos días se celebra en Pekín el XIX congreso del Partido Comunista Chino, donde el presidente Xi Jimping proclama el objetivo de alcanzar «una gran nación socialista moderna», manteniendo ese peculiar sistema de economía mixta en un Estado cuya complejidad produce vértigo. Como sostenía Ciro Alegría: «El mundo es ancho y ajeno». Mejor así, prefiero la diversidad al ‘Pensamiento Único’.

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