Pudor

Los padres huérfanos de hijo que se sentaron allí merecían otro trato

David Gistau

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Remontemos al tiempo en que Zapatero identificó en las víctimas del terrorismo un obstáculo para su domesticación de ETA. Cuando, durante una visita a La Moncloa, se igualó en conocimiento del dolor con la madre de Irene Villa porque, al fin y al cabo, a él le habían fusilado un abuelo en la guerra. No sólo utilizó a un prócer fundador, Peces-Barba, como falso enlace que en realidad tenía como cometido someterlas a un marcaje por todo el campo. Sino que además hizo circular unas valoraciones de las víctimas que tal vez les resulten parecidas a las contenidas por algunos editoriales y titulares de la actualidad. Que eran demasiado emocionales para opinar. Que estaban animadas por un sentido medieval de la venganza. Y que, tontas ellas, estúpidas ellas, se dejaban manipular por la derecha. Lo que siempre me pareció más asombroso de aquello fue que estos argumentos sirvieran para descartar la posibilidad de que las víctimas fueran interlocutores políticos mientras se legitimaba como tales a los psicópatas con coartada ideológica que las habían asesinado.

Por mis limitaciones técnicas, a las que agrego el sentido del pudor después del hedor irradiado el jueves por el Parlamento, me declaro incapaz de aportar nada al debate nacional que se está librando sobre la «permanente» con una atmósfera social doliente. O, como mucho, planteo una pregunta sacada de una conversación reciente con Nicolás Redondo: por qué la socialdemocracia, cautiva en realidad de tantos prejuicios viejos, sigue confundiendo el castigo social encarnado por la justicia y la protección de los predadores irrecuperables con una forma de autoritarismo ajeno a la UE e incluso al siglo XXI. No entro en el debate sino allí donde hago pie, por tanto, pero sí me siento obligado a señalar que la cruel desacreditación de las víctimas obrada por Zapatero ha quedado enquistada en la percepción socialdemócrata hasta el punto de que los padres de niños asesinados que el pasado jueves se sentaron en las tribunas del Parlamento han visto cómo sobre ellos recaen las mismas injurias: demasiado emocionales, demasiado vengativos y medievales, tontos como para haberse dejado manipular por la derecha. Sólo falta Zapatero exigiéndoles que no se quejen tanto porque también a él le mataron un abuelo y ahí lo tienen, desfaciendo entuertos en Venezuela como un pichi.

Una cosa sí ha cambiado respecto del tiempo en que las víctimas molestas eran las de ETA. Ese cierto Juan Carlos Campo, el encanallado diputado del PSOE que salió en tromba a desacreditarlas en el mismo hemiciclo, ejerce un marcaje más grosero y violento que el de Peces-Barba, quien supo ser más sutil porque no desconocía la delicadeza del material moral con el que trabajaba. Los padres huérfanos de hijo que se sentaron allí merecían otro trato, no sólo del PSOE, del Parlamento entero, también de la bancada popular que intentó sustituir con su dolor los argumentos técnicos.

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