Rosa Belmonte

Nixolandia

Ya me gustaría que en España tuviéramos que elegir entre Donald Trump y Hillary Clinton

Rosa Belmonte
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Me gustaría vivir en "Adivina quién viene esta noche", pero en España somos más de "Es peligroso casarse a los 60". De Paco Martínez Soria recelando de que su hija se enamore de un negro porque "le traen la negra". Cuando le presentan al novio de Adriana Ozores le dice: "Tanto negro… digo tanto gusto". A Pedro Sánchez lo han puesto de Martínez Soria sin gracia. Y se ha ofendido. Con razón. La acusación de racista es tan infantil que ha acabado mejorándolo y retratando no sólo la ignorancia del votante medio, sino la mentecatez del político medio. Del político de medio pelo. Tuvo Sánchez que tirarse a besar a la primera mujer negra que vio en Vitoria. Y el martes la vicepresidenta aparecía con este pie de foto en la primera edición de "El País": "Sáenz de Santamaría saluda a un hombre negro ayer en Huesca, tras las insinuaciones de racismo contra Pedro Sánchez".

Nos queda sacar la baraja de las familias de siete países de Heraclio Fournier, con sus árabes, sus tiroleses, sus indios, sus chinos, sus mexicanos, sus esquimales, sus bantúes. Y cantar "África", de Rafaella Carrá. "Eoo. Ooo. Entre el rey bantú, el watusi y el zulú cuando yo llegué vaya lío que se armó. Eee. Ooo. Para mí pensé qué feísimos que son. Me van a comer, aquí no me quedo yo. Eoo. Ooo".

Adlai Stevenson pidió a John Kenneth Galbraith que le hiciera los discursos contra Richard Nixon en la campaña presidencial de 1952 (Nixon era el candidato a vicepresidente con Dwight Eisenhower y Stevenson era el candidato demócrata). El más importante lo pronunció en el Gilmore Stadium de Los Ángeles el 27 de octubre de 1952: "Nuestra nación se halla en una bifurcación del curso político. Una de las dos direcciones conduce a la tierra de la calumnia y el miedo; a la tierra de la insinuación marrullera, de la pluma venenosa, del telefonazo anónimo y de la estafa, del empujón y del avasallamiento; a la tierra de los codazos, la arrebatiña y lo que sea con tal de ganar. Esa tierra es Nixolandia. América es otra cosa". El propio Stevenson sabía que era la clase de discurso que sólo sirve para perder votos. La arenga fue un éxito entre la concurrencia ya convencida. Pero no hizo cambiar a los votantes. Si nuestra campaña electoral en general no es Nixolandia, Twitter y otros vertederos sociales sí lo son. Por mucho que Pablo Iglesias trate de desmarcarse de la jauría (Cifuentes es su propia jauría).

Walter Cronkite escribió en "Memoria de un reportero" que al ir aumentando la audiencia televisiva la participación electoral había ido disminuyendo. Esa baja participación (que en Estados Unidos es enorme) la atribuía el periodista a la educación, a la televisión y a la prensa y los periodistas, como recuerda Lorenzo Gomis en su artículo de 1998 "El filete y la grasa". La culpa es en parte de "Cómo hacer un presidente", el magnífico libro que Theodore H. White escribió en 1960 sobre las elecciones que dieron el triunfo a Kennedy. Desde entonces se empezó a prestar más atención a la manipulación política y a los "arriolas" que a los temas de base, a los contenidos de las campañas, a los programas, a lo importante. A la grasa de Moragas antes que al filete de Rajoy.

Damos importancia a ese Lewandowski no futbolista al que Trump ha despedido como cuando estaba en "The Apprentice": "You’re fired!". Pero a estas alturas de campaña permanente (¿vamos al mejor de cinco?) ya me gustaría que en España la elección fuera entre Donald Trump y Hillary Clinton. Que quien viniera esta noche a cenar fuera Sidney Poitier. E incluso el hijo de Antonio Ozores.

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