Luis Ventoso

La lata de bonito

Allí estaba una metáfora perfecta de la crisis de valores

Luis Ventoso
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Hay gente aficionada a cotejar los horarios de los trenes, o a coleccionar botijos, o incluso a las brasas de La Sexta. Mi afición friki radica en que me encantan los supermercados. Soy lo suficientemente viejo para pasmarme ante el hecho de que en cualquier súper de barrio de la España actual puedes encontrar cerveza mexicana y holandesa, yogures de más colores que las confluencias de Podemos, anaqueles de comida ñoño-ecológica, panes de molde de seis tipos, buen embutido y carne, pescado decente excelso comparado con el que se vende en Inglaterra y un arsenal de productos de limpieza que nos deja boquiabiertos a los de la era de la lejía Conejo y el correoso papel higiénico El Elefante.

Donde ya goleamos a otros países es en la fruta y la verdura fresca, un alarde tan cotidiano que solo aprendemos a valorarlo cuando viajamos fuera. El festival de calidad de nuestros supermercados me congratula, porque supone un reflejo certero del impresionante salto de calidad de vida que ha dado España en sus fecundos años de democracia (hoy cuestionados por los paladines de la efebocracia, muchachos sin memoria, salvo para enredar con la Guerra Civil de sus bisabuelos, que carecen muchas veces de vida laboral y cultivan el desprecio hacia su propio país).

Haciendo la compra en un establecimiento de una excelente cadena coruñesa, me sorprendió ver que una simple lata de bonito Palacio de Oriente, que costaba poco más de dos euros, estaba protegida dentro de una caja de plástico candada, como se hace con las cuchillas de afeitar. Al pagar, le expresé mi extrañeza al joven cajero ante tal alarde de protección. «Uy, si supiera usted lo que roba la gente...», me respondió el chaval. Luego, ya gustándose, añadió con aire novelesco: «¡Ay, lo que yo he visto en esta caja!».

En los Juegos de Río llevamos unas cuarenta medallas menos que los británicos y en productividad estamos muy lejos de los alemanes. Pero en mangancia somos una potencia: España es el sexto país del mundo donde más se roba en el supermercado y el tercero de Europa. Brillamos también como uno de los grandes en el pirateo de películas y los ayuntamientos populistas ya ni se molestan en impedir el escándalo del top-manta.

Un amigo suele repetir que lo que nos diferencia de países europeos más prósperos es que «ellos se portan mejor que los españoles cuando nadie los ve». Las latas de bonito de alta seguridad son una metáfora de una crisis de valores (España ha sido mucho más pobre que hoy y no se robaba a esta escala). Hay algo hipócrita en el amargo y constante lamento sobre nuestros políticos, pues no dejan de ser un reflejo visible de la sociedad que hemos construido. Los valores del cristianismo están siendo arrumbados, pero no acaba de aflorar una ética laica que los sustituya, sobre todo en las familias. Ese es el caldo de cultivo que luego trae los Bárcenas, los ERE, los Urdangas... Y no se va a arreglar con los cosméticos corsés morales de Bisagras Rivera. Lo decisorio es lo que se enseña en hogares y escuelas. Ahí se define quién será un tío normal... o un chorizo que guinda latas de bonito.

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