David Gistau

Enemigos

Cuando tuvo que elegir entre España y traición, la extrema izquierda siempre eligió traición

David Gistau

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El tablón de «Enemigos del Pueblo » confeccionado en Cataluña con los rostros de los alcaldes resistentes es un recordatorio de cierta forma de desamparo que sólo al Estado concierne corregir. Al Estado: no con los movimientos de masas de choque populares con los que muchos fantasean en las cafeterías de la calle Serrano de Madrid o sacando al perro por el Retiro. Lo malo es que el Estado hace tiempo que se retiró de Cataluña donde, acomplejado y diluido como el propio PP allí, quedó amedrentado por la hipótesis viciosa de que su mera existencia era una provocación que « fabricaba independentistas ». Por ello hace falta una disposición corajuda, todavía no tan heroica como la exigida antaño en los pueblos patrullados por la ETA donde el tablón era el preludio del asesinato, para asumir posiciones de desobediencia a los desobedientes. Porque no está claro que el Estado vaya a respaldarlas, que el Estado vaya a aparecer. Sobre todo cuando ahora, además de las adjudicaciones de fabricar independentistas, tendrá que hacer frente a la campaña de descrédito de una extrema izquierda que, cuando tuvo que elegir entre España y traición, siempre eligió traición. Siempre eligió ideología. Con la única excepción, tal vez, del PCE de la Transición, despreciado ahora por ello por las mutaciones podemitas que se arrogan el control de la Transición pendiente e incluso de las maniobras de guerra en el frente del Ebro, también pendientes de resolución.

Ya hicimos la observación, al cubrir el mitin de Santa Coloma, de que Pablo Iglesias , con un oportunismo sin escrúpulos, había encontrado en el independentismo una herramienta con la que obtener su único propósito: el colapso del 78 y la patente de reconstrucción, incluida la exclusión de por vida de la derecha social. La complicidad trenzada por este motivo está adquiriendo, mediante el intento de sabotaje de la reacción de Estado, unas cuotas de inmundicia y de irresponsabilidad histórica que tampoco servirán para sacar de su autoengaño a los marxistas-rococós que encontraron aquí el nuevo parque temático utópico. Consideraba un alivio y un milagro, sobre todo para lo que cabía esperar de las ambiciones de Moncloa inmediata de Sánchez, que el PSOE no se hubiera dejado arrastrar a semejante lodazal pese a los pactos fáusticos alcanzados o al menos esbozados con Podemos. Al menos hasta la votación parlamentaria de ayer, que lo arruina. El PSOE fundacional del 78, pese a las veleidades revolucionarias e incluso asamblearias con las que a menudo trató de contrarrestar la fotogenia podemita en tiempos radicales, no puede causar semejante decepción que además habría dejado la defensa de España en las manos únicas de Rajoy -nunca me acuerdo de Rivera, es difícil verlo-. Nada sino eso habría querido Rajoy, pues un mínimo acierto a solas en esta encrucijada le va a permitir convocar elecciones anticipadas con una legítima confianza en la mayoría absoluta.

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