José María Carrascal

Catástrofe anunciada

A los secesionistas catalanes les está fallando todo, incluso sus propias leyes

José María Carrascal
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No es el choque de trenes, pero es poner a ambos trenes en la misma vía para que choquen. Los secesionistas ya no se detienen ante nada. Escudados tan solo en una pretendida «urgencia», Juns pel Si -formado por Ezquerra Republicana y la vieja Convergencia- han aprobado una reforma Express del reglamento del Parlament que les permite, sin informe previo a los diputados, sin debate en comisión, sin escuchar a expertos, sin enmiendas, sin dictamen del Consejo de Garantías del Estatut, poner en marcha el referéndum de autodeterminación cuándo y cómo quieran, lo que significa cuanto antes y sin ninguna garantía legal, con la simple firma de Puigdemont y Junqueras. Por decreto y porque me sale de.

Claro que ¿cómo iban a someterse a todos esos condicionamientos y el Consejo de Garantías Estatutarias -que vela por las normas autonómicas- acaba de hacer público un informa donde declara ilegal la convocatoria de referéndum sin concretar los gastos para el mismo? O sea, que no respetan las normas españolas, sino también las suyas.

¿Por qué lo hacen? Por dos razones, a cual más potente. La primera, porque se han quedado sin argumentos. Eso de que iban a celebrar «una consulta legal» ha demostrado ser un cuento, un fraude, un engañabobos. Luego, porque les corre prisa. La Justicia pisa los talones a sus líderes, las sentencias pueden caer en cualquier momento y quieren tener margen de maniobra para dar su golpe de mano, en realidad, un levantamiento sin armas, tal vez con la esperanza de conseguir que sea aplastado por las armas para mostrar al mundo cómo son oprimidos por el estado español. A los secesionistas catalanes les está fallando todo, incluso sus propias leyes, que tienen que violar si quieren alcanzar sus objetivos.

¿Qué hay que hacer ante ello, que se debe hacer, mejor dicho?, pues ese choque de trenes no interesa a nadie más que a los directamente afectados: los políticos que de manera sistemática han venido violando el ordenamiento legal que les llevó a los cargos que ocupan; los que se ven envueltos en procesos por haber dilapidado el dinero publico o incluso metido en el bolsillo; los que han mentido durante cuarenta años, no ya al resto de los españoles sino a los propios catalanes; los que, en fin, no tienen el valor de reconocer sus fallos, y se envuelven en la bandera para tapar sus vergüenzas. Tiemblan todos ellos y empiezan a echarse las culpas mutuamente, mientras buscan componendas con la fiscalía para rebajar las penas que les amenazan. Ya se sabe, «discuten los ladrones y se descubren los robos». A todos ellos les llega su hora. El oasis catalán era un patio de Monipodio del que salen corriendo y gritando «¡Al ladrón! ¡Al ladrón!». Un barco que se hunde, el duro despertar de un sueño nacionalista. ¡Quién iba a decirnos que la que era el orgullo de España iba a acabar en esto!

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