Acusado, asaltado y detenido

Pedro Sánchez quiere perseguir la simbología fascista mientras él mismo sigue cantando la Internacional

Edurne Uriarte

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Lucian Wintrich es un joven periodista estadounidense al que hace unos días le ocurrió exactamente eso, que fue acosado, asaltado, y, encima, detenido, cuando intentaba dar una conferencia en la Universidad de Connecticut. Después de unas horas en la comisaría, el asombroso episodio aún se hizo más increíble cuando el periodista se marchó a casa con cargos, por haber roto la paz, le acusaron. ¿El delito? Que Wintrich tuvo el valor de correr detrás de la ultra violenta que le asaltó en la mesa de su conferencia y le robó los papeles, después de que el grupo extremista del que formaba parte intentara impedir que Winttrich hablara.

Pasó en una universidad americana y podía haber pasado en una española. Porque Wintrich es un periodista de derechas, y los acosadores y la asaltante, miembros de esa extrema izquierda que domina muchas universidades de Estados Unidos, aún más que las nuestras, y que monta acosos violentos cuando alguien lejano a su ideología quiere hablar en la universidad. Si alguien se pregunta por la ola de indignación y solidaridad con la víctima en las universidades y en la prensa estadounidense, pues no, no hubo tal cosa. Más bien lo contrario, todo tipo de titulares con alusiones a la ideología de derecha radical y pro- Trump de la víctima, lo de la minifalda de la violada en los titulares de la violación, pero en un asalto ideológico. Y con el matiz de que al menos las víctimas de la minifalda no son detenidas. No al menos en la actualidad.

Me acordé de una reacción bastante habitual en mis alumnos de la universidad, cuando les explico la diferente memoria de las dictaduras fascistas y comunistas, la imagen positiva del comunismo frente a la negativa del fascismo. «Pero no son lo mismo, no se pueden comparar», me dijo un alumno de veinte años hace unos días, visiblemente irritado. Me esforcé en explicarle que se trata de dictaduras en ambos casos y que la represión y los crímenes han sido incluso mayores en las dictaduras comunistas. Pero mis explicaciones y, sobre todo, los datos, chocan con contrincantes demasiado fuertes y poderosos, como esas élites culturales y mediáticas, las americanas, las nuestras, que hasta entienden los asaltos violentos contra periodistas de derechas y consideran libertad de expresión lo que hacen los admiradores de las dictaduras comunistas.

Por eso parece perfectamente natural que Pedro Sánchez pretenda hacer una reforma de la ley de memoria histórica en la que quiere perseguir toda pervivencia de simbología fascista mientras que él mismo sigue cantando la Internacional con toda tranquilidad. Y, por supuesto, no tiene intención alguna de proponer una ley para perseguir la simbología comunista. Ni él ni la inmensa mayoría de los líderes occidentales. Les pasa lo que a algunos de mis alumnos, o lo que a las universidades estadounidenses, que denuncian unas dictaduras y su memoria pero ven con buenos ojos otras y la reivindicación de su memoria.

Es improbable por eso que la reforma de la ley de memoria histórica sea aprovechada para denunciar los crímenes del comunismo y perseguir y denunciar la simbología comunista exhibida y difundida a placer por todos los rincones de España y del mundo. No hay que descartar que acosaran y asaltaran al que se le ocurriera hacer una propuesta tan revolucionaria. Incluso cabe pensar que pudiera ser detenido y que un juez lo imputara por « alterar la paz », la paz de esa ideología dominante según la cual las dictaduras comunistas se deben obviar y olvidar.

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