El matador de toros y el revisor del AVE

La conversación de Ponce y Amorós entusiasmó al público por las emocionantes confesiones del diestro

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Un revisor puede definir mejor que un activista el ancho espacio que existe más allá del mundo taurino. Cuenta Ponce que, de tanto verle en el AVE para acá y para allá, un revisor le preguntó un día: «¿Trabaja usted en Renfe?». No era aficionado y le sonaba la cara, pero le desconocía con respeto. Luego sí, tras una breve conversación se conocieron, el matador de toros y el revisor de «AVEs». Sirva la anécdota para trazar el redondel donde quien sí siente la belleza del toreo y conoce la tradición cultural de la tauromaquia y las artes que compendia, podría disfrutar con la lidia y sus secretos. Dentro de ese redondel tuvo lugar el diálogo de ABC, en un momento en que algunos olvidan que, desde el rapto de Europa, hay toros en nuestra memoria, que eso nos da sentido.

Ponce confesó cosas más allá de los datos, «que no pueden explicarse fácilmente a un antitaurino -y él lo ha intentado- porque le resbalan. ¿Cómo le voy a explicar lo que siento por tener que matar a lo que más amo, que es el toro? ¿Cómo expresar que yo siento la embestida no solo en las yemas de los dedos, sino con todo el cuerpo, que a veces me fundo con el toro y oigo música?». Envuelto en esa música callada se siente artista «y un artista bueno» porque «el toreo es el arte que encierra todas las artes». Indefectiblemente, la tauromaquia es cultura, y torea a los antitaurinos, con un natural: «La cultura no es lo que usted quiera, la cultura es lo que es».

Victoriano Valencia y Gonzalo Santonja
Victoriano Valencia y Gonzalo Santonja

El auditorio, lleno de aficionados en vísperas de Feria, escuchaba con atención a un matador en la cumbre. Entre otros el historiador de la tauromaquia y catedrático de literatura Gonzalo Santonja -citado durante el diálogo por sus hallazgos sobre el origen del toreo a pie-, y toreros como Victoriano Valencia y Jaime González «el Puno». Javier Aresti, el presidente de la comisión taurina de Bilbao y decenas de aficionados, entre los que había también algún ganadero, como Javier Sánchez Arjona, o el marqués de Villagodio y también un presidente de las Ventas, Jesús María Gómez, que tendrá la responsabilidad el día del paseíllo de Ponce en San Isidro. Ayer, tras escucharles, tras disfrutar con la faena, bromeaba que Amorós y él merecían todos los trofeos.

Vida y toros se mezclaron. Contó Ponce que mató su primera becerra con 8 años, pero antes, «con 6 años, ya sabía lo que quería en la vida». Jugaba a los toros en un entorno nada taurino, pero sabiendo que no era un juego. Reconoce sobre todas las demás, la figura de su abuelo Leandro como la persona que alimentó ese sueño, le dio forma, le buscó oportunidad y le insufló los valores de la tauromaquia: «Afán de superación, sacrificio, disciplina, respeto... Estar en el sitio siempre, en la plaza y en la vida, porque cuando no estás bien colocado en la vida, la voltereta es gorda», advirtió.

Enrique Ponce y Jesús María Gómez
Enrique Ponce y Jesús María Gómez

Y tuvo un recuerdo muy emocionado para su esposa, Paloma Cuevas, que «sufre como si bajara a la plaza, me hace pisar siempre el suelo y me anima, también cuando no triunfo o en los percances. Me ayuda a ser mejor persona, mejor torero y menos tonto. Mi triunfo es tan suyo como mío», aseveró. Y gracias al magisterio de Amorós, rememoró las tardes que le cambiaron desde los 18 años cuando se quedó solo con seis toros seis en Valencia: «Sentí que en dos minutos el toreo puede cambiar todo, incluso tu manera de ver el mundo».

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