Jonas Kaufmann, en una escena de «Lohengrin»
Jonas Kaufmann, en una escena de «Lohengrin» - MONIKA RITTERSHAUS
Crítica de Ópera

«Lohengrin»: El individuo y la colectividad

Muchos españoles viajan a París para asistir al regreso de Jonas Kaufmann tras su hematoma en las cuerdas vocales

MADRID Actualizado: Guardar
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Un buen número de aficionados, muchos españoles, viaja estos días a París para asistir al regreso de Jonas Kaufmann. Hará un año que el tenor comenzó a cancelar actuaciones, incluido el recital de Madrid en enero y la posterior convocatoria en noviembre. Un hematoma en las cuerdas vocales le obligó a descansar y, quizá a replantear la intensidad de una carrera abierta a la consideración de un repertorio de notable ambición épica. El «héroe» Kaufmann pisa la Ópera de París encarnando al joven Lohengrin. La aparición podría ser grandiosa, servida por el truco de una escenografía que diera dimensión providencial a la entrada del caballero. Pero la propuesta de Claus Guth, procedente de la Scala milanesa, prefiere sustanciarse en la perspectiva inmediata antes que en la sobrenatural.

Humilde y apocado, vestido con ropas corrientes y encorvado tras una gestualidad elemental, Kaufmann hace suya la idea y asume que la voz tiene hoy el volumen justo (nunca fue un cantante con arrestos), que el timbre es mate y la emisión particularmente coartada. Kaufmann resuelve el papel con gusto, algo tan obvio como que evita arriesgar, incluso en la balada «In fernem Land» cuando apenas un foco ilumina su actuación y Philippe Jordan encoge la orquesta hasta lo mínimo. Todo le es propicio. También el entusiasmo del público al final de la ópera, rubricando un éxito que implica a todos, sin distinción ni matices.

Pero estos existen. El dibujo que Guth hace del protagonista es ingenuo, proletario. La escena se circunscribe a un patio interior limitado por tres fachadas con galerías que acentúa la perspectiva griega del coro y sus comentarios. El carácter lo da Evelyn Herlitzius, cantando con arrojo la parte de Ortrud, mientras Martina Serafin remata sugerentemente el perfil de Elsa. Ya es curiosa la irregular presencia de René Papé, siempre un rey Heinrich imponente. En la solidez conceptual de Jordan y su interesante flexibilidad de acción está el núcleo de la propuesta. Es la dignidad de una colectividad que arropa a Kaufmann en su retorno triunfal.

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