David Rieff, fotografiado poco después de la entrevista en Madrid
David Rieff, fotografiado poco después de la entrevista en Madrid - ISABEL PERMUY

David Rieff: «El proyecto europeo es un fracaso cultural y político»

El intelectual estadounidense, hijo de Susan Sontag, observa con recelo a la élite política y vislumbra un futuro poco esperanzador para nuestra sociedad

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«Aunque la vida sólo puede ser entendida en retrospectiva, ha de ser vivida en perspectiva.» Esta frase de Søren Kierkegaard (1813-1855) resume, en esencia, la filosofía existencial de David Rieff (Boston, 1952). El pensador estadounidense, francófilo de corazón, es uno de los intelectuales de referencia en el mundo anglosajón. Su figura ha estado, durante largos años, tenuemente eclipsada por la larga sombra de su madre, Susan Sontag (1933-2004).

No obstante, su progenitora fue la voz de la conciencia más crítica de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX. Una época apasionante, teñida por oscuros episodios históricos que definieron la sociedad que heredó la generación de Rieff. Crecido al amparo del elevado intelecto y cuestionado de forma permanente por el implacable juicio de Sontag, el autor de «Contra la memoria» (Debate) fue construyendo su propia personalidad artística (no es casualidad que se llame como una de las obras cumbre de Miguel Ángel) hasta convertirse en un pensador sin complejos, cuya valía es incuestionable dentro y fuera de Estados Unidos.

Para llegar hasta ahí, David Rieff estudió en el Liceo francés de Nueva York, acudió al famoso Amherst College, se graduó en la Universidad de Princeton y terminó trabajando como editor de Joseph Brodsky (buen amigo de su madre), Marguerite Yourcenar, Philip Roth, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa, entre otros, en la prestigiosa Farrar, Straus and Giroux.

Con esos mimbres ha construido una obra sólida, en la que destaca su fuerte oposición a la política exterior estadounidense de las últimas décadas (como su madre hizo en su día, llegando incluso a alzar la voz contra el patriotismo devenido en obligación tras el 11-S), el cuestionamiento de las intervenciones militares como herramienta política para el restablecimiento de la paz o la puesta en valor de las cuestiones humanitarias (más allá de la labor de las ONG’s) como eje central del devenir de una sociedad (la nuestra) que, si no despierta, está abocada al fracaso.

De ahí la importancia de la «perspectiva» de Kierkegaard, para no perder la «restrospectiva», pero sin caer en la falacia de la «memoria histórica colectiva», que sólo sirve a la Historia más nacionalista y ofrece a los Estados, en bandeja de plata, el arsenal social necesario para perpetuar ciertas guerras que responden únicamente a intereses políticos.

Los crímenes que presenció en Bosnia (fue reportero de guerra) son buena prueba de ello, como hoy lo es la inoperancia, en su opinión, de las autoridades comunitarias ante la crisis migratoria del Mediterráneo. La élite política, instalada en la tradición establecida y aparentemente inalterable, carece, según el intelectual, de discurso. Nuestros políticos han dejado de pensar. Y, en esa dejadez de funciones, se han olvidado del elemento fundacional (y definitorio) de la sociedad: el ciudadano. Circunstancia que, según Rieff, ha posibilitado el surgimiento de movimientos políticos alternativos, nacidos como consecuencia de la desazón y cuyo futuro está aún por clarificar.

No estamos, por tanto, ante un pensador optimista. El de Rieff es un pesimismo comedido, anclado en el absoluto convencimiento de que todo responde a la frágil racionalidad que nos gobierna. Pero es cierto, no obstante, que «los europeos del siglo XXI se merecen algo mejor». Y con ese convencimiento viajó Rieff hasta Madrid para participar en el ciclo «La España posible», celebrado en el Espacio Bertelsmann y en el que se han dado cita personalidades como Tzvetan Todorov, Carmen Iglesias o Albert Boadella. Horas antes de que protagonizara la cuarta sesión del mencionado ciclo («¿De qué hablamos cuando hablamos de inmigración?»), David Rieff charló con ABC Cultural para profundizar en las cuestiones que estos días copan el debate social.

- ¿Cuáles son los retos fundamentales a los que se enfrenta la España de hoy?

- Yo no soy experto en España, pero hay cosas de su situación que conozco porque se parecen mucho a lo que pasa en Francia, donde crecí en parte y donde doy clase. Evidentemente, sigo los temas y la situación europea. He reflexionado mucho sobre la inmigración durante toda mi carrera y creo que sí podría hablar de ello de forma pertinente.

- Hablemos, entonces, de inmigración: ¿está Europa preparada para ese desafío?

- No. Pero no es una cuestión de no estar preparado, sino de no querer estar preparado.

- ¿Por qué?

- Porque la clase política europea no quiere que la inmigración se convierta en una cuestión prioritaria. Prueba de ello es la atención que se ha prestado a Ucrania comparada con la crisis del Mediterráneo. La crisis de Ucrania representa un cambio de fronteras menor, lo cual debería ser menos importante que la inmigración de masas. Pero, en términos de conducta, la élite política se comporta como si fuera justo lo contrario. La crisis en el Mediterráneo es una daño controlado. Los jefes de Gobierno europeos no pasan mucho tiempo hablando de ese tema. De vez en cuando se modifican las leyes, pero son meros detalles. No creo que las leyes sean las adecuadas.

- Entre los problemas que preocupan a la clase política, la economía ha centrado el discurso a lo largo de los últimos años.

- En mi opinión, en Europa hay tres crisis principales: la primera es la crisis del desempleo y la productividad; la segunda es la crisis de las pensiones; y la tercera es la migratoria. No creo que nadie en este continente sepa qué hacer con respecto a ninguna de ellas. La crisis migratoria es, por supuesto, mucho más problemática. porque no tenemos puestos de trabajo para toda esa gente. Todo, en el fondo, parte de ahí. Para mí, el problema real es el empleo, la realidad material, no la cultural. También hay un problema con relación al Islam, pero creo que si pudiéramos proporcionar puestos de trabajo sobre todo a los hijos de los inmigrantes el problema sería mucho menor. Pero ni siquiera podemos proporcionar puestos de trabajo a los europeos… Eso es lo que genera la crisis.

- Pero la clase política está ahí para solventar esas crisis, ¿no?

- Pues más vale que lo hagan porque, de lo contrario, Syriza, el Frente Nacional y quizás Podemos van a llegar al poder en distintos países.

- ¿Qué opinión le merecen los populismos? Sin entrar a valorar que las formaciones que acaba de mencionar lo sean.

- Lo que me sorprende es que no hayan surgido antes, porque en los países europeos los partidos políticos establecidos moral, intelectual e institucionalmente están en la ruina, acabados. No hago distinciones entre la derecha y la izquierda. No me sorprende que la gente se sienta atraída hacia partidos como los que he mencionado antes. Me parece normal, una reacción natural. Porque el proyecto europeo es un éxito desde el punto de vista económico, pero un fracaso desde el punto de vista cultural y político.

- Hace poco conversaba con Fernando Savater y la conclusión a la que llegábamos era que los políticos no están a la altura de los ciudadanos. No sé si está de acuerdo.

- Es una idea un poco romántica de la ciudadanía, pero sí estoy de acuerdo con la opinión sobre los políticos. Es cierto: mira quiénes son los líderes de los partidos que están en el poder y en la oposición, tanto aquí como en Francia, Italia, Reino Unido… Siendo muy generosos, podríamos decir que Merkel no está mal, pero es lo máximo que cualquier persona honesta puede decir.

- ¿Y qué me dice de Obama?

- Creo que es terrible. Simbólicamente su elección fue muy buena, un avance muy positivo en la Historia de Estados Unidos. Quizá eso sea más importante que lo que realmente ha hecho como presidente. En el mejor de los casos, se puede decir que como presidente ha sido mediocre. Sabe llevar a cabo una campaña, pero no sabe cómo gobernar.

- ¿Quiere decir que su poder es más simbólico que real?

- No es que no tenga poder, es que no sabe cómo utilizarlo.

- Y, sin embargo, ha sido él quien ha logrado un avance histórico: el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Ningún presidente estadounidense lo ha conseguido en 50 años.

- He dicho muchas cosas negativas sobre Obama, pero esta es una de las pocas cosas que respeto. En los dos últimos años del segundo mandato de todos los presidentes estadounidenses, en general, ya no tienen mucho poder interno, todo el mundo está pensando quién será el siguiente, y en el ámbito puramente nacional no se puede hacer mucho. Así que todos, en esa situación, se centran en la política exterior. En los últimos casos, los últimos presidentes han pretendido que podían resolver la crisis de Oriente Medio.

- Pero, ¿acaso es eso posible?

- Claro, como nadie puede resolver esa crisis, siempre ha sido un fraude. Pero Obama, para su gran crédito, ha hecho algo que sí podía hacer como presidente y para lo que no necesitaba el permiso del Congreso: ha restablecido las relaciones con Cuba. El embargo es más complicado, porque sí hay cuestiones relacionadas con el Parlamento. Es algo muy positivo. A corto plazo, es una victoria para el régimen castrista y, a largo plazo, es el final de ese régimen, porque no van a ser capaces de resistir. Los hermanos Castro están acabados. En el caso de España, se decía que todos los cambios se habían producido, pero para institucionalizarlos era necesario que Franco muriera. Siempre he pensado que había una similitud muy grande entre Fidel y Franco, y entre Raúl y Fraga. Y no sólo porque son gallegos, es el mismo fanatismo tenaz, obstinado… Creo que, seguramente, los hermanos Castro tendrán que morir para que esos cambios se oficialicen. Pero, en el fondo, ya ha ocurrido.

- Teniendo en cuenta los últimos conflictos raciales, ¿qué es más grave en Estados Unidos: la desigualdad social o el racismo?

- No estoy seguro de cuál de los dos problemas va antes. Es cierto que hay una burguesía estadounidense que no sufre estos problemas en absoluto, aunque sí son víctimas de cierto grado de racismo. A la gente le gusta hablar de racismo, aunque duela, pero no pasa lo mismo con las clases, porque existe la ilusión colectiva de que en Estados Unidos no hay clases.

- Pero esa creencia es absurda. En Estados Unidos más que en cualquier otro país.

- Sí. Estados Unidos es el país de la OCDE donde hay menos movilidad social. Bueno, a lo mejor es Corea del Sur, pero en Europa hay mucha más movilidad social que en Estados Unidos. Eso es un hecho.

- Me gustaría saber su opinión acerca del salvaje y brutal atentado contra «Charlie Hebdo».

- Es una catástrofe, un desastre. Porque, además, plantea cuestiones muy fundamentales con respecto a unas asunciones que han hecho los europeos en relación a la cultura y a las relaciones sociales. Yo no creo que haya un derecho a no ser ofendido, pero hay mucha gente en Europa que sí lo cree, ya sea por miedo o debido a una predisposición cultural. Me ha sorprendido desagradablemente el número de personas que dice que es horrible que hayan matado a esa gente, pero que no tenían que haber hecho lo que hicieron, que no hay que ofender a otras personas, sobre todo si están oprimidos. La versión más radical de esto, que se ve en las universidades británicas, sostiene que la libertad de expresión debería ser sólo para los oprimidos y que quienes no lo están no deberían tener derecho a decir cosas contra los oprimidos. Me desagradó ver el número de personas, muchas muy inteligentes, que están de acuerdo con ese discurso. Europa no es Estados Unidos y aquí ya hay límites a la libertad de expresión. En Francia, por ejemplo, es ilegal negar el Holocausto, y se habla de tipificar como delito el genocidio armenio. Si vamos por esa dirección, entonces quizás sea más problemático defender que Charlie Hebdo tenía derecho a criticar a los musulmanes. Si queremos adoptar una actitud más optimista -pero como bien sabe, porque ha leído mis libros, eso no se me da muy bien, no es uno de mis talentos-, se podría decir que los franceses, por lo menos, se han visto obligados a reconocer la existencia de ese problema.

- Reconocer su existencia y afrontarlo.

- Ya veremos, pero cabe esa posibilidad. A mí no me entusiasma Manuel Valls, el primer ministro. Cuando habló del apartheid social de las ciudades dormitorio, demostró que no es un hombre blando, viene del ala derecha del Partido Socialista.

- Desde ese punto de vista, ¿está Occidente preparado para combatir al terrorismo yihadista?

- Los cuerpos y fuerzas de seguridad siempre han sido conscientes de ello. Nunca lo han subestimado. En todo caso a veces lo han sobrestimado. Desde el punto de vista técnico, soy de izquierdas, pero en este tipo de cosas estoy con la derecha. Hay que ser muy duro con esto. Siempre ha sido una cuestión de voluntad política: hace falta mucha más gente, mucho más dinero para pagar a espías, para conseguir informantes y más competencias. Sé que entre los progresistas esto no me va a dar mucha popularidad, pero creo que hace falta más poder. Esto me pone en contra de todos aquellos con los que políticamente estoy de acuerdo en el resto de temas, pero es así. Pero, incluso pensando que pudiéramos contar con todos esos medios, no vamos a poder impedir todos los atentados. Es un tópico, pero nosotros tenemos que acertar en el cien por cien de los casos y ellos sólo en uno. Es imposible. Pero sí podemos hacer más para limitar los daños. En Francia estaban muy centrados en los que iban y venían de Siria y dejaron de prestar atención a las redes que había dentro. Creo que ese probablemente fue el error.

- El problema es que hoy el terrorismo es global.

- Lo fascinante de la Yihad es que hay gente que viene de todas partes. Estuve un tiempo trabajando en Asia Central y vi lo que sucedía en esos países. Nunca hubiera imaginado que había tantos voluntarios. No es sólo el Magreb y Europa, estamos hablando de todas partes. Si pudiera cambiar algo en Europa sería el hecho de que la gente de buena voluntad deje de pensar que el mundo es un lugar racional.

- Porque no lo es.

- No lo es. No somos racionales y la racionalidad siempre puede romperse, deteriorarse, fragmentarse. Además, el Islam está en crisis y esa crisis se expresa allá donde está el Islam, incluida Europa. Imaginemos que en la crisis migratoria no hubiera musulmanes; imaginemos, también, que la migración española procediera sólo de América Latina. En ese caso, seguiría habiendo una crisis social, problemas de recursos, pero ya no habría una crisis de seguridad. No se trata de algo políticamente correcto, es un hecho, es una crisis global. La crisis de seguridad es un producto directo de la crisis del Islam. No sé qué se puede hacer, porque el Islam no va a ningún lado. Todas las guerras acaban. No debemos pensar que los momentos más oscuros van a ser para siempre. Sería un pesimismo excesivo. Pero lo primero es reconocer el problema. Porque se combinan tres factores: la corrección política y la culpabilidad poscolonial; los inmigrantes, que hacen que los salarios bajen y eso les conviene a los políticos; y, por último, las élites políticas, que no quieren pensar. Me encantaría que la clase política tuviera algún tipo de política, el que fuera. Pero no están dispuestos a pensar y reflexionar en serio. Syriza ha ganado, pero no sé si Grecia tiene tanto peso… No creo que la política europea pueda establecerla Atenas, pero si las cosas cambiaran aquí, o en Francia, o en Holanda… Pero no veo que haya ninguna prueba de cambio.

- A finales de diciembre se cumplieron diez años de la muerte de su madre, Susan Sontag. ¿Cómo la recuerda?

- Cuando murió mi madre mi cometido era cuidar su trabajo, las obras que no se habían publicado. Además, estaban los diarios, que me ocupé de editar. Me aseguré de que sus libros estaban publicados, que las traducciones eran buenas… Ahora bien, aparte de eso, he decidido que no quiero hacer nada más, así que me niego a participar en ninguna conferencia o acto que esté relacionado con ella o donde Susan Sontag sea la protagonista. Cuando me preguntan cómo puedo explicar su trabajo, respondo que no lo sé. Es su trabajo. Yo no veo los documentales, no leo los libros…

- ¿Ni siquiera el último documental, «Recordando a Susan Sontag», que se acaba de estrenar y en el que aparecen declaraciones suyas?

- No, no he participado en ese documental. Las declaraciones fueron cogidas de una entrevista distinta y hecha para otra cosa.

- ¿Y qué me dice de las biografías, las ya editadas y las que están por venir?

- El estado, que en términos legales soy yo, acaba de autorizar una biografía y hemos puesto a disposición de su autor todos los archivos existentes.

- ¿Cuándo se publicará?

- Va a tardar años. Es un autor joven ( Benjamin Moser) que escribió una biografía de Clarice Lispector. En las negociaciones me preguntó qué pasaría si iba por un camino que no me gustaba... Le dije que, probablemente, nunca voy a leer ese libro. En cualquier caso, por supuesto que no me va a gustar, pero siempre que sea bueno, estaré cómodo. No quiero ser el censor o el guardián. Porque, a fin de cuentas, a todos los que escribimos, una vez que morimos, ya no nos pertenece nuestro trabajo. La gente tiene que escribir lo que desee sobre mi madre y yo, seguramente, voy a odiar la mayor parte de lo que digan. Pero si alguna vez escribo algo personal sobre ella, lo meteré en un cajón para que sólo se publique cuando yo muera.

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