José Francisco Serrano Oceja

Peligran las catedrales

Quienes no dejan en paz a la Iglesia quizá no sepan que en ella están la sede de la unidad y la comunión

José Francisco Serrano Oceja
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Primero fue La Seo de Zaragoza. Esta semana, la catedral de Barcelona. Mañana, quizá, La Almudena de Madrid. Hay quien se teme que Carmena, especialista en patronos laicos, vaya a convertir el primer templo de la capital de España en un parque temático de la igualdad de género. Ojo a las propuestas políticas que, pese a su nulo valor legal, contienen un profundo sentido simbólico.

Así ocurre con el empeño que les ha entrado a algunas marcas municipales de determinadas fuerzas políticas radicales de izquierda, Podemos y la CUP, con expropiar y socializar las catedrales españolas.

Quienes están empeñados en no dejar en paz a la Iglesia quizá no sepan que en la catedral está la sede del obispo, la cátedra episcopal, símbolo de su magisterio, de la unidad y de la comunión.

La cátedra es el lugar desde el que el obispo enseña la verdad del Evangelio y custodia la fe católica, alienta la caridad, anima la esperanza. La catedral, siendo un lugar de culto, es espacio privilegiado de cultura, de encuentro, de diálogo, de búsqueda cooperativa de la verdad, de apertura a las ciudades.

Benedicto XVI dijo el 18 de noviembre de 2009 que las catedrales eran una de las creaciones artísticas más elevadas de la civilización universal. Las definía así: «Son la expresión en piedra de que la Iglesia no es una masa amorfa de comunidades, sino que vive en un entramado que une a cada comunidad con el conjunto a través del vínculo episcopal. Por eso el Concilio Vaticano II, que puso tanto énfasis en la estructura episcopal de la Iglesia, recordó también el rango de la Iglesia catedral. Las distintas iglesias remiten a ella, son en cierto modo construcciones anejas a ellas y realizan en esta conexión y este orden la asamblea y la unidad de la Iglesia».

Cuando se celebra la liturgia, la catedral es, según el decir de san Germán de Constantinopla, «el cielo en la tierra, en el que Dios supraceleste habita y se pasea». Quizá sea eso lo que algunos, de verdad, quieren expropiar: la posibilidad del cielo en la tierra.

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