Análisis

¿Tasa rosa?: «Que me los lía, ministra»

El mercado castiga a la mujer inflando el precio de algunos productos y servicios, porque ella está dipuesta a gastarse más para cuidarse y en estética. ¿Hasta cuándo?

ABC
Érika Montañés

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Por aclarar. No es lo mismo un producto de higiene íntima femenina (la compresa y el tampón, que es un consumo «inevitable» e «involuntario» porque no queda otra, si me lo permiten) que un jabón para hombre o mujer que se venda a diferente precio. Es un debate distinto.

La OCU se ha detenido a calcular cuántos tampones usa cada mujer a lo largo de su vida. Son unos 15.000. Saquen la calculadora. En España, todos están gravados al 10% de IVA desde septiembre de 2012. Y desde hace años, asociaciones de consumidores y de mujeres urgen a bajarlo al 4% (IVA hiperreducido). Todas aplaudimos. No es que seamos feministas, es que somos prácticas.

Lo dicen analistas del mercado, como Javier Vello , socio responsable del sector de Retail y Productos de Consumo de la consultora EY: «Es injusto gravar más por un producto de primera necesidad ». Por sentido común, suscribe con buen tino Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas, compresas y tampones son para todas las mujeres «productos imprescindibles y para los que no existen alternativas». Al menos en esto hay consenso. Y es un debate, insisto, diferente al hecho de que se pague demasiado por los pañales, los preservativos y otros productos sobre los que también se pronunció ayer en el Congreso de los Diputados la ministra de Hacienda, María Jesús Montero . Es un batiburrillo de churras con merinas.

Convendría no mezclarlo tampoco con la llamada «tasa rosa» o «impuesto de género». Y ahí llegó ya el lío definitivo. No conozco a nadie que no saliese ayer de escuchar a Montero en la bancada del Ejecutivo sin pensar que «el Gobierno socialista va a eliminar la tasa rosa». Es más, titulares grandilocuentes desde primera hora de la mañana articulaban el «golpe o la guerra del Gobierno socialista a la tasa rosa». Sin duda, una medida efectista.

De repente, el 51% de la población de este país miramos nuestros bolsillos e ideamos mil sueños de qué haríamos con los cientos de euros ahorrados si bajan el precio a las cuchillas de aféitar, los desodorantes y las bragas para la incontinencia. Un larguísimo etcétera que es imposible reproducir. Siento tener que ser yo la que les diga, como haría un castizo, que «va a ser que no».

Vello vuelve a aclarar: si se paga más por un auricular rosa frente al azul o el negro, o por una maquinilla rosa, «nadie obliga» a hacerlo y el mercado lo que mira y valora es «la ocasión de compra, los precios, las virtudes y atributos que se ofrecen». Es decir, la mujer está dispuesta a pagar más porque no mira tanto el precio de lo que echa a la cesta si es para cuidarse o por estética. Ocurrió también con la «tasa gay» y se infló el precio de productos destinados a este público, porque «tenían, de media, mayor poder adquisitivo», se dijo. «Entra ahí la ley de la oferta y la demanda », defiende Vello.

Hagan la prueba: a las mujeres nos «castigan» las leyes del mercado pidiéndonos más dinero en la caja por las mismas maquinillas desechables que desecha tu padre, tu hermano o tu hijo por un 30% menos. Lo cierto es que ocurre con el corte de pelo (y si me apuran, se usa más luz con la máquina con la que a él le rapan al cero que con la tijera con la que a mí me suavizan las puntas). Y, cosa ya tremebunda, en la tintorería (7,50 euros por mi camisa, frente a 6,80 por la misma de hombre, ¡y la suya tiene más tela que limpiar!).

Canarias fue una adelantada y aprobó para este 2018 la supresión de un gravamen. Adujo, como la ministra, «que se discrimina a las mujeres por el hecho de serlo», y bajó al 0% de IVA «los impuestos indirectos aplicados por la compra de productos relacionados con la higiene femenina». No tocó «la tasa rosa». Volvió a confundirse. La Universidad de California hizo las cuentas: nosotras gastamos 1.276 euros más al año por el mismo concepto de productos que los varones. Y ese Estado, como las ciudades de Nueva York o Miami, anularon el «impuesto de género». Puro pragmatismo.

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