El dolor de Pablo VI

Quizá en España aún no nos hayamos despegado de la imagen del «Montini antiespañol»

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La canonización del Papa Pablo VI este domingo en Roma se convertirá también en una acción de gracias por los magníficos papas que la Iglesia católica ha tenido a lo largo del pasado y del actual siglo. No está mal, por cierto, que la Iglesia muestre motivos de alegría entre tanta nebulosa. Es particularmente injusto que haya quienes, en estos días, para ensalzar al hoy ya «san Pablo VI» se dediquen a contraponerlo con san Juan Pablo II, como si cada uno, al elegir un Papa santo, se viera obligado a desprestigiar al otro. La canonización de Pablo VI trasciende con mucho el reconocimiento de la santidad personal de un papa incomprendido. Es también la canonización de todo lo que el Concilio Vaticano II supuso para la Iglesia y la sociedad, como ha escrito recientemente uno de sus grandes estudiosos, el historiador Vicente Cárcel Ortí.

Quizá en España aún no nos hayamos despegado de la imagen del «Montini antiespañol» o de un Papa dubitativo que tuvo que capear no pocos temporales doctrinales, disciplinares y morales. Flaco favor le hacen a Pablo VI quienes solo recuerdan una etapa o un perfil de su rica personalidad.

Pablo VI gobernó a la Iglesia desde el dolor, tal y como lo demostró el historiador contemporáneo de los papas Mariano Fazio. Con demasiada frecuencia olvidamos que Pablo VI lo mismo fue un reformador de la Iglesia, que apostó por la continuidad del Vaticano II, o implantó el Sínodo de los obispos, que se reservó en el Concilio las cuestiones debatidas del celibato sacerdotal y el control de natalidad, sobre las que escribió con claridad más adelante. Lo mismo alentó el progreso doctrinal y pastoral que nos dejó su impresionante «Credo del Pueblo de Dios». El cardenal Fernando Sebastián, no hace mucho, escribió en un libro sobre Pablo VI y la renovación conciliar en España que «la verdad y la justicia reclaman que un día, no solo la Iglesia, sino las mismas instituciones sociales y políticas reconozcan la deuda de gratitud que los españoles tenemos con este gran papa, tan grande como humilde, tan clarividente como sencillo».

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