Familia Arcoiris Cádiz

Viaje al Benaocaz más hippie: «No somos una secta, compartimos y celebramos la vida con la naturaleza»

El pequeño pueblo de la Sierra de Cádiz lleva quince días conviviendo con la Familia Arcoiris, una comuna que organiza encuentros en los que se venera a la 'Madre tierra', se prohíben móviles y se desconecta del «sistema»

El grupo que acampa de manera ilegal en uno de los parajes naturales más hermosos de la zona está siendo vigilado por la Guardia Civil y este domingo, luna llena, celebran su 'día grande'

Muy huidizos a las cámaras prefieren la tranquilidad y rechazan las etiquetas: «No es tan raro, ¿no? Es otra forma de vivir que no es la impuesta»

El 'focalizador' de la familia Arcoiris, la comuna hippie asentada en Cádiz: «Ni es una rave ni practicamos orgías multitudinarias»

Matías, uno de los acampados con la Familia Arcoiris baja una de las calles de Benaocaz. Antonio Vázquez

María Almagro

Benaocaz

La vida en Benaocaz sigue siendo la misma. Este acogedor pueblo blanco de la serranía gaditana no ha cambiado apenas en estos días. Su tranquilidad, su pausa, su silencio, su respiro, calma a cualquiera dejando atrás, una vez pasas la autovía, el ruido y las prisas como si de repente entraras en un paréntesis del tiempo.

La fuente que encumbra una de sus desafiantes cuestas se escucha nada más encarar la calle, el agua también cae tranquila y te traslada hacia ese espíritu nazarí que da todavía un mayor embrujo a esta pequeña localidad, equidistante entre Cádiz, Sevilla y Málaga, y donde habitan poco más de unos seiscientos habitantes. Es miércoles y como cada miércoles de cada semana una vendedora ambulante llega desde Ubrique con su furgoneta cargada de fruta y verdura hasta la calle Victoria. «¿Qué nos traes hoy? ¿Cómo están los tomates?», le pregunta una de las señoras que la recibe. «Hoy están ya muy buenos, como te gustan».

La normalidad marca el ritmo de la escena hasta que se rompe con las preguntas que le llevan haciendo ya varios días los periodistas, no muy habituales en la localidad. Pero ellos ya saben de qué tema les van a hablar. De sobra. El pueblo ha saltado a todos los medios por una noticia bastante curiosa, incluso sorprendente. Más aún en un lugar donde la sorpresa no les suele visitar a menudo. Un asentamiento hippie lleva unos quince días acampado en su término municipal. En pleno paraje natural, en una finca privada situada en las Nueve Pilas. A unos cuarenta y cinco minutos arriba, andando por el sendero de Las Fuentes, a más de 700 metros de altura. Allí donde el 'Arcoiris' ha decidido quedarse para rendir tributo a la madre tierra, a la pachamama.

Un centenar de personas, la mayoría extranjeros, ha ocupado una propiedad privada y, hasta que se complete el ciclo lunar, es decir hasta el próximo 18 de junio, no tienen intención de marcharse. La Guardia Civil ha activado un dispositivo especial para tenerlos controlados dentro de lo que se pueda. Que hagan fuego es lo que más preocupa. El dueño de la finca ya ha presentado denuncia pero, de momento, los 'visitantes' siguen ahí arriba.

«Bueno... vienen con sus ideales, con su forma de vida... aquí en el pueblo no están haciendo nada malo pero, claro, están en una propiedad privada y es una zona protegida...», cuenta José Manuel, de los pocos vecinos que de primeras se extiende un poco más hablando del tema. La prudencia domina a la mayoría. «De vez en cuando bajan a comprar alguna cosa y se les ve educados, son pacíficos. Eso sí, no quieren móviles, ni fotos, ni que les graben... andad con cuidado por eso», se nos advierte. Esa es la tónica entre los benaocaceños. Bonachones, hospitalarios.

Caminas unos cuantos metros y te topas con un centro cultural. Al lado de uno de los pocos bares del municipio. La casualidad ha hecho una de las suyas. En la pared cuelga un cartel donde se promueve y se anima al uso de las nuevas tecnologías, del avance y la modernidad. De lo impuesto por el sistema contemporáneo. En frente está la tienda de Juan Antonio. Uno de esos pequeños ultramarinos donde hay un poco de todo. Hasta este almacén están llegando a diario muchos de estos 'hippies' que huyen y escapan precisamente de esta avalancha irrefrenable del estar conectados continuamente.

Como Imanol, un chico malagueño de ojos claros, media melena morena, gafas a lo John Lennon y mirada directa que viste una bonita falda pantalón y camisa amplia. Se sabe de inmediato que no es de la zona. Que es uno de ellos. Él también nos reconoce pero es muy educado y atiende de forma afable. Con una amplia sonrisa aunque algo tímido o más bien huidizo. Pero algo contesta sobre lo que ocurre allí. Quiere dejar claro que no pasa nada. «No hay drogas duras ni alcohol. Ni orgías. Todo eso es mentira. Sencillamente es una celebración de la vida con la naturaleza entre todos, como una familia, compartir y cuidarnos», explica.

Además renuncia a las etiquetas. «¿Hippie? No sé... yo soy yo... a ver si me comparo con vosotros, pues sí, puede. Pero a mí no me gustan las clasificaciones». Y ahí se acaba la conversación. Es sacar el móvil aunque sea para apuntar y «no, con eso, no...» y se marcha hacia el campamento llevando el pan que acaba de comprar.

El italiano Matías, el diseñador que lo dejó todo

La ruta continúa y es entonces cuando aparece Matías. Baja con su gran mochila a cuestas hacia la tienda de Susi, otra de los establecimientos donde en estos días acuden estos inesperados 'visitantes' y están siendo excelentemente recibidos. Es italiano. De Sirmione, en la provincia de Brescia, al norte del país. Le acompaña su perro Jack, un cruce entre podenco y galgo muy cariñoso. «Lo cogí muy pequeño, en Almería. Estaba abandonado», cuenta mientras se realizan las pertinentes presentaciones. Porque Matías, de 32 años, melena larga rubia con rastas y cara tranquila, siempre sonriente, lleva desde 2017 viajando por lugares donde «encuentra la paz», solo.

«Bueno... es dar el primer paso», explica a quien no entiende de ese diferente o inusual modo de vida. «Claro... yo estudié, lo último en la Escuela de Arte, soy diseñador gráfico. Y he trabajado en bares, como cartero, de diseñador... pero quise romper con todo eso. Quería vivir en la naturaleza. Hacer mi revolución silenciosa así, demostrar que se puede vivir en ella y que el sistema no está consiguiendo cuidarla ni cuidarnos. ¿Cómo le vamos a hacer daño si es lo que nosotros protegemos?», reivindica. «El fuego que hacemos está controlado en todo momento y se busca un sitio seguro para que no haya ningún peligro».

Matías, que ahora se sustenta haciendo tatuajes y vendiendo sus pinturas, lleva ya diez días en la comuna. Dentro de la Familia Arcoiris que ha elegido Benaocaz como su nuevo sitio de reunión en España. «Consiste en estar juntos, tener la misma energía y compartir», «no es una secta, no hay reglas ni nadie manda», explica de manera pausada. «Es la propia conciencia de cada uno la que prima». De ahí que, según cuentan, cada decisión que se toma se haga entre todo aquel que quiera opinar y siempre alrededor del círculo de piedras, donde en el medio se hace el fuego que permanece encendido durante todo el ciclo lunar. Es en ese mismo lugar donde también reparten comida, o hacen sus ritos u ofrendas con cánticos y bailes.

También donde se reúnen si en alguna excepción hay que plantearse si alguno no se comporta del modo adecuado y pone en peligro al resto. «Pero ¿y las orgías o el ir desnudo? Hay menores, ¿no?». «No hay orgías... y el sexo pues no sé... como quien sale una noche de sábado y liga, ¿no?. Y desnudo va el que quiere, pero no hay muchos y si hay menores, se respeta». «Pero ¿hay menores?». Silencio. Sí, alguno hay.

«Hay médicos, ingenieros, profesores, no hay estereotipos, ni etiquetas, quien quiere estar, está»

Veganos, cocina entre todos y lavabo en el río

Las preguntas se multiplican. Es la oportunidad de saber. «Tampoco es tan extraño ni tan oscuro...», sonríe Matías. «Es sencillamente otro modo que no es el impuesto». ¿Y la comida? Vegana. Sopas, lentejas, garbanzos, fruta, verdura y desde hace unos días también al horno por una pequeña instalación con piedras que han hecho. Se turnan para cocinar. Quien quiere participar, participa.

Como quien de repente decide hacer un taller de danza, de música, de meditación... «Siempre hay cosas que hacer». Entre ellas, lavar y lavarse. Para eso utilizan el agua natural del río (por eso siempre buscan uno cerca). «Hay jabón y productos de higiene, claro...». Y hablar entre ellos. Entre 'hermanos' llegados desde todas las partes del mundo. De Europa, Sudamérica, India... y de todas las profesiones. «Hay médicos, ingenieros, abogados, artistas, profesores...», «¿y el dinero?», pues ahí ya cada uno. Desde el que tira como puede hasta el que tiene ahorros e incluso se ha pedido vacaciones para estar estos días en este 'Rainbow Gathering', como llaman a este encuentro.

Y es que no es el primero. Hace dos años la Familia Arcoiris llegó a La Rioja, en la Sierra de la Demanda, con el mismo modelo que llevan décadas practicando y donde, como promulgan, se rigen por la paz, la armonía, el respeto y la libertad. Su origen se remonta a 1972 cuando los 'herederos' de Woodstock se reunieron en Colorado, Estados Unidos, y miles de personas estuvieron durante varios días rezando por la paz en el mundo entre hogueras y cantos en armonía con la naturaleza. Movidos por el ciclo lunar no vuelven a asentarse en un mismo lugar hasta que transcurran mínimo siete años. Y quien elige dónde y cómo, es una incógnita ya que pocos quieren contestar a eso ya que se supone que no están jerarquizados. También, quizá, es que conocen que están infringiendo la ley al ocupar una finca y el señalar a alguien o algunos puede suponer un riesgo penal más contundente.

Pero este asentamiento sí ha levantado ciertas alarmas debido sobre todo a que, como insiste la Guardia Civil, es un «asentamiento ilegal en una finca privada- de un ganadero que además está preocupado por sus animales- y en un espacio protegido tan importante por su riqueza ambiental en la provincia como es la Sierra de Grazalema. Por ello los agentes mantienen activo un dispositivo para intentar controlar que el número de personas acampadas no aumente. Además los están identificando y realizan patrullas por la zona. Se han levantado numerosas actas.

«Es una asentamiento ilegal. No tienen permiso, la zona está protegida y están haciendo fuego», la Guardia Civil los vigila de cerca estos días

Sin embargo la familia Arcoiris continúa en su mundo aunque, como rezan, sea el de todos. La tienda de Susi sigue recibiendo a algunos de ellos. «A mí no me molestan en absoluto. Son educados, amables... solo tienen palabras bonitas para mí». Tanto es así que a Susi le han regalado un cartel en el que se lee: 'Precios módicos llenos de amor', con un corazón dibujado. Ella lo enseña orgullosa. «De verdad que yo no estoy teniendo ningún problema. Yo llevo aquí siete meses y nadie del pueblo me compra así que yo a ellos les ofrezco lo que tengo pero tampoco estoy ganando dinero ni haciendo negocio. Al revés, les bajo los precios si hace falta», cuenta esta alegre tendera mientras llegan con sus mochilas Alfred y Ana, una pareja de alemanes de 25 y 24 años, estudiantes de Ingeniería y Medicina. «Llevamos tres días, surgió de manera espontánea, no lo teníamos previsto pero estamos muy contentos». «¿Qué queréis? ¿Fruta? Tengo piña y melón muy fresquito», les aconseja Susi.

El viaje sigue pero la hora ya nos impone la vuelta. Tiempo justo para subir un poco el sendero y cruzarse con Anna. Parece centroeuropea. Baja sonriendo de la montaña a por sus 'mandados'. Saluda. Pregunta en inglés si llevamos el mismo camino hacia el Arcoiris pero le decimos que no, que el nuestro es otro. Que de hecho ya nos vamos a tener que volver. Y su próxima respuesta ya nos deja claro que ella sí que regresará. «¿De dónde eres?», «Yo soy de las estrellas y de la tierra. Todos somos de ahí».

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