INCENDIOS

Fernando Ojeda: «Dos semanas después de un fuego ya hay vida bullendo y contribuyendo a la regeneración»

Fernando Ojeda es catedrático de Botánica de la Universidad de Cádiz y ofrece su visión sobre los incendios forestales y cómo regenerar los espacios quemados

Los bomberos gaditanos regresan tras ayudar en Galicia a frenar unos incendios históricos

Helicóptero trabajando en Tarifa sobre un incendio ANTONIO VÁZQUEZ

Macarena García

Cádiz

Los incendios forestales están siendo los tristes protagonistas de este verano en España. El Sistema de Información de Incendios Forestales de la Comisión Europea (EFFIS, por sus siglas en inglés) de Copernicus estima en cerca de 400.000 las hectáreas quemadas en nuestro país en 2025, la mayoría durante el mes de agosto. También, cuatro personas han muerto en la lucha contra los incendios.

Galicia, Castilla y León y Extremadura se están llevando la peor parte, pero la plaga de las llamas también ha dejado huella en la provincia de Cádiz, destacando los dos incendios del municipio de Tarifa que obligaron a desalojar residentes y turistas ante la proximidad del fuego.

Fernando Ojeda es catedrático de Botánica de la Universidad de Cádiz y asegura que el terror que se está viviendo este verano es «crónica de una muerte anunciada». Una de las primeras cosas que llama la atención sobre el mapa, es la concentración de estos fuegos en el oeste de la península Ibérica (también ha habido incendios en Portugal): «hay varias razones,; el cambio climático sin duda, es una de ellas. Es verdad que en verano, con los vientos de levante, cuando hace mucho calor suele soplar el levante, no sólo en el Estrecho, sino prácticamente en toda la península. Entonces en todo el levante peninsular, desde Almería a Cataluña, entra humedad del Mediterráneo que disminuye la probabilidad de que se inicien y propaguen incendios forestales». Eso explica la baja incidencia de incendios en la mitad oriental, pero, para comprender la magnitud y extensión de los incendios en el occidente peninsular, Ojeda señala la alteración humana del paisaje efectuada principalmente en la segunda mitad del siglo XX: «si miras un mapa de fertilidad de los suelos, el oeste peninsular, sobre todo el noroeste, tiene unos suelos muy ácidos y pobres en nutrientes donde la vegetación dominante se componía de melojares (bosques de Quercus pyrenaica) y herrizas o brezales en cumbres y laderas, respectivamente. Pues bien, a partir de los años 40 del siglo pasado, gran parte de ese paisaje se forestó, y no voy a decir se reforestó, sino que se forestó, principalmente con pinos y eucaliptos por el entonces Patrimonio Forestal del Estado, precursor del antiguo ICONA».

«Pinos y eucaliptos, especies arbóreas de crecimiento rápido y producción elevada de biomasa inflamable. Las consecuencias de aquello se están sufriendo ahora, sobre todo en los últimos 20 años, agravado por la mayor frecuencia de olas de calor asociadas al cambio climático. Masas continuas de pinar o eucaliptal, a menudo densas por el abandono de su gestión, provocan incendios extensos de gran virulencia, imposibles de manejar; los conocidos como incendios de sexta generación». El botánico se pregunta por qué ponemos el énfasis en quién inició el incendio, pero «por qué nadie señala a quién ha instalado en el monte un paisaje continuo e inflamable de pinos o eucaliptos. Los pilotos de los hidroaviones y helicópteros, encargados de la extinción desde el aire, dicen que no se pueden acercar a los incendios porque son llamas de 40 o 50 metros. Esa magnitud es desmesurada y para nada natural en los incendios de matorral o bosque Mediterráneos. Un incendio en un brezal, en un encinar o en un melojar no forma llamas tan elevadas, va más lento y, sobre todo, se puede apagar».

Gestión de montes

Desde su visión, «la aseveración de que los fuegos se apagan en invierno, de que hay que limpiar el monte, debe limitarse a las plantaciones forestales. Esa demonización del matorral y del pasto es, sin saberlo, una negación de la base de nuestra biodiversidad». Ojeda aclara que no está en contra de los pinos, «yo estoy en contra de que haya paisajes tan extensos de pinares, sobre todo cuando no se están gestionando». Además, cuenta que «el pino es una especie muy agresiva. No la especie en sí, sino que varias especies de pino se han domesticado mediante selección artificial y todos sabemos lo que la selección artificial puede llegar a hacer. Cuando interesa una variedad que tenga crecimiento rápido, resistencia a factores limitantes de clima o suelo, etcétera, se selecciona y, en pocas generaciones, la tiene. Cuando esos pinares domesticados se abandonan, arden, se perpetúan y se extienden. Y vuelven a arder. Por ello, donde no son necesarios, hay que eliminarlos, algo que puede hacerse fácilmente el primer año después del fuego. Donde se usen como recurso forestal, deben gestionarse con tratamientos silvícolas adecuados. Ahí sí se puede hablar de limpiar el monte, de crear plantaciones mixtas y zonas mosaico; de intentar evitar que pase lo que ha pasado este año. Si no, exigir responsabilidades en caso de incendio. Es decir, no solo señalar al pirómano o al inconsciente sino también al responsable de mantener un paisaje continuo, monótono e inflamable, sea un propietario particular o una Administración».

Para el botánico la gestión correcta del monte empieza después del incendio. «Esas zonas que han ardido ya tienen asegurado que no van a volver a arder en los próximos 15 o 20 años». Pero, ¿qué hay que hacer ahora? «En las zonas quemadas de herriza, matorral o bosque Mediterráneos, nada. Nada más allá de evitar un exceso de herbivoría por carga ganadera elevada que comprometa la regeneración. En plantaciones forestales, si lo que queremos es la recuperación y conservación de los hábitats forestados, a finales de la primavera siguiente al incendio, pueden ir cuadrillas de trabajadores y, a mano o con desbrozadora de mano, quitar las plántulas de pino que habrán nacido tras el incendio para que el pinar no se perpetúe».

Respeto a la biodiversidad

Fernando Ojeda se refiere a incendios naturales o artificiales, no en función de la fuente de ignición, natural o antrópica, sino de si la vegetación que arde es natural o se trata de una plantación. «Cuando la vegetación natural arde, se quema solo la mitad, hay una mitad que no arde, que es la que está bajo el suelo, formada por raíces, rizomas, tubérculos, bulbos y semillas, protegidas por el suelo, un muy buen aislante térmico». Explica que «a solo 10 centímetros bajo tierra, apenas se siente el calor del incendio por lo que esas estructuras vegetales y semillas sobreviven y son las responsables de la regeneración post-incendio. Además, muchas arañas, insectos, reptiles, micromamíferos como ratones y musarañas, etcétera, tienen madrigueras subterráneas o son capaces de refugiarse bajo tierra y también sobreviven».

Así pues, después del incendio, el paisaje cambiará, las especies dominantes al inicio serán unas que más adelante se irán sustituyendo por otras. «Eso es la sucesión ecológica post-incendio» apunta Ojeda. Sobre qué se puede hacer después del incendio, también tiene claro que «hay que disfrutar del viaje y no intentar acelerarlo». ¿Por qué?. «Por ejemplo, «Silene gaditana es una pequeña especie herbácea anual, muy efímera. Pero se trata de una especie endémica. Solamente la encontramos en las formaciones de herriza de la provincia de Cádiz, donde aparece después del fuego y las poblaciones pueden verse sólo en los dos o tres primeros años de regeneración post-incendio». El botánico cuenta que «en zonas de herriza incendiadas, apenas tres semanas después del fuego, ya se pueden ver arañas, insectos, musarañas y pequeños reptiles como lagartijas y eslizones. Hay un montón de vida bullendo y contribuyendo a la regeneración». Por eso no está a favor de procesos rápidos de restauración o reforestación porque «si a la sociedad lo que le interesa es la solución final, el bosque climácico, falta educación ecológica en la sociedad. El proceso natural de regeneración es el que sustenta la biodiversidad y la función de los ecosistemas. Acelerar el proceso es mutilar la biodiversidad».

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