TRAMBAHÍA

Tranvía interplanetario

El estreno, 16 años y 267 millones después, con un Juanma Moreno estelar amenaza con mostrar la abismal distancia entre retórica y práctica diaria

Un fotógrafo de prensa, en el viaje inaugural, mientras el público mira desde la calle Real. Antonio vázquez
José Landi

Esta funcionalidad es sólo para registrados

El choque, figurado y sin trenes, se producía con el primer vistazo. Los que llegaban a la estación ferroviaria de Cádiz este miércoles presuntamente histórico veían una nube de personas -dos centenares, casi- que no suelen estar allí. De hecho, no suelen coger Cercanías. Ni Media Distancia. Ni Trambahía. Son más de coche oficial o transporte privado. Los que iban a lo suyo de cada día -facultad, trabajo, visita familiar...- viven en una parte del mundo. En un planeta. Los inusualmente aglomerados allí, en otro. De forma efímera y azarosa quedaron unidos, unos minutos.

Cómo abultan el poder, la novelería y la gloria electoral. Un convoy lleno de técnicos, altos funcionarios, asesores, jefes de prensa, responsables de protocolo, cámaras, redactores, fotógrafos, alcaldes, concejales, diputados, delegados y subdelegados. Cierto que mucho más pequeño que un tren convencional pero atestado para el viaje de muestra.

Juanma Moreno se hizo esperar que para eso es la estrella. El presidente llegó tras 20 minutos de espera de esa pequeña multitud y de una hilera de representantes en fila. Los alcaldes de Cádiz, San Fernando, Chiclana, Puerto Real... El delegado del Gobierno en Andalucía, la ministra de Transportes.

Los usuarios comunes de tren pasaban con cara de extrañeza. El presidente de la Junta, de forma paralela, en ese otro planeta, ofreció una actuación acorde a su prestigio. Antes de lo institucional saluda, uno a uno, a los policías que hacen la cobertura rutinaria. Siempre atento a los pequeños detalles. Luego la hilera política. El apretón de manos con el ritual chascarrillo efusivo. Se detiene más en Kichi, Román y Elena Amaya. Apenas cortesía con Antonio Sanz y Marifrán Carazo que los tiene muy vistos. Ten a los amigos cerca y a los enemigos, más. De ahí, al tren.

Los usuarios reales miran la bulla como si acabara de caer de otro mundo. Ninguna hipótesis ha sido descartada. El lío de cámaras, corbatas, expertos, pelotas y bienintencionados abarrota, por primera vez, todo un Trambahía. Que puede parecer un tren de juguete, también es cierto. Pero lleno.

El impasible maquinista de uno comparte cara de pasmo con el público de los otros trenes, los de verdad. Están locos estos cortesanos, parece decir con la cabeza apoyada en la palma de la mano. Quede para los cronistas de la pequeña historia la hora: 09.52 marcaban todos los relojes cuando arrancó el primer viaje habitado de la nave nodriza.

El avance es redondo como pedalada de Indurain. Suave. Menos ruidoso y tembloroso que el tren común. Luminoso. Ventanales mayores, menos opacos, más altos. Asientos e interior, pasillos, puertas, pantallas, tan cómodos y limpios como suelen en los reseñables trenes españoles.

La decoración exterior de los coches anticipa la vocación turística, folclórica, relajante, disfrutona: Monumento al Doce, Camarón, puentes y paisajes. Avanza al mismo ritmo que un Cercanías por el soterramiento. A las 09.54 está en San Severiano. A las 09.56 en Segunda Aguada. En el estadio comosellame a 58. En Cortadura a las 10.01. No hay diferencia con otras modalidades de tren.

El tranvía se convierte en tren durante el trayecto que separa Cádiz de San Fernando. En paralelo a la autovía supera los cien por hora y adelanta a todos los coches, oponentes en esta carrera por conquistar clientes para ahorrar combustible, naturaleza, prisa y sofocones.

Para en el Río Arillo. Alguna vez, alguien, en algún lugar podrá preguntar por qué. Parece que habrá transbordos y un centro comercial pero ahora parece un paisaje lunar, salino y hermoso pero con poca actividad de la que practican los usuarios diarios de transporte público. Quizás para el turista -activo, de naturaleza, sobre todo- pueda ser atractivo.

A partir de ahí, otra velocidad. El tren se vuelve tranvía para subir la cuesta isleña. La calle real y la calle Real se imponen. Se vuelve urbano, lento y llamativo. Va al paso de la gente. Que es entre mayor y muy mayor. Muchos los que empiezan a señalar con una sonrisa, a coger el móvil y grabar.

La calle Real se lo toma a cachondeo

En la Academia de Peluquería Eva Otero se forma, directamente, un cachondeo. Besos al aire, dedos decretando la victoria, pulgares hacia arriba de ocho académicas a las puertas. Así durante toda la vía principal cañaílla. Los más entusiastas hasta aplauden ante el café. Todos miran y comentan.

Del Río Arillo a la Plaza del Carmen, 11 minutos. De una parada a otra en el tramo urbano isleño, entre dos y tres. Puede que traiga cuenta si es gratuito (abono recurrente del Gobierno) pero no renta si hay que pagar solo por ir de un sitio a otro. A no ser para disfrutar del tranvía como de una atracción. La clave estará en definir su uso: cotidiano, turístico o mixto dicen dos directivos ferroviarios en el tren con tono muy especializado.

Una clase entera de críos, con sus dos profesoras, vitorea al paso de la máquina nueva. Hemos cambiado poco desde los hermanos Lumierè. Justo detrás, un establecimiento muestra que hay gente previsora: Café Bar Tranvía. No todo va a ser amor y risa, que cantaba Krahe. En la parada de la Plaza del Rey aparecen ocho manifestantes con una pancarta que piden empleo digno para la Bahía. Luego, en la última parada de Chiclana serán otros 30 más con distintas reivindicaciones.

Desde Río Arillo a Venta Vargas son 20 minutos exactos, dos más que desde la Cuesta de las Calesas hasta Río Arillo. Ahí están las dos caras del 'trentrambahía'. Una efigie gigante de Camarón, en la fachada de un edificio de tres plantas, anuncia la salida de San Fernando.

Porque Tres Caminos (a las 10.31) ya es Puerto Real, como alguien recuerda en el vagón. Por eso está la alcaldesa Elena Amaya. Trambahía pasa por Puerto Real, nadie lo olvide. Concretamente por dos plazas llamadas MediaMarkt y Leroy Merlin.

El Puente Zuazo se ve imponente desde la ventanilla. Brillante aparece el nuevo sendero para peatones y ciclistas entre La Isla y Chiclana, paralelo a la vía durante un buen trecho. En ese tramo vuelve el infinito paisaje marismeño, el imponente decorado natural que adorna los tramos más rápidos. El sentido turístico que pueda llegar a tener todo este proyecto.

Hasta Chiclana vuelve a acelerar. En el Pinar de los Franceses a las 10.36 horas. Ahí vuelve el trazado urbano pero sin el encanto castizo de San Fernando. En Chiclana, todas las paradas están lejos del centro vivo, del mercado y el comercio, de la gente mayor que va a comprar. Se nota. Apenas hay aplausos, ni bromas, ni caras de iros por ahí o ya era hora. El recorrido es más despoblado en Marquesado (10.38) o Alameda Solano (10.40 horas).

El mundo real está fuera del tren de técnicos, políticos, periodistas y asesores pero se ve con claridad al otro lado del cristal. Cuidado a los conductores que vayan junto al Trambahía. No solo por las posibles colisiones. Además se ve todo, pero todo. Y en panorámica, en plano picado, lo que no sucede entre coche y coche. Toda mercancía que se transporte, todo lo que se haga. Avisados estamos.

También se ve el Río Iro con el nivel más bajo que se recuerda. Sobredosis de realidad parece su angustiosa y mínima carga de agua. Las últimas paradas parecen estar en zonas poco frecuentadas: Reyes Católicos (10.48) y La Hoya, la última, cuando se cumple exactamente la hora de viaje.

A partir de ahí, a las cocheras. Como en la estación ferroviaria de Cádiz, en el complejo de Pelagatos se produce la vuelta a la irrealidad. Vídeos, discursos, micrófonos, abrazos, fotos, muchas fotos. Moreno insiste en presentar a los trabajadores, en hablar con ellos, pide aplausos para ellos. El presidente no se cansa de buscar votos. Se ha vuelto adicto. Tiene cola de gente que quiere posar con él.

Fotos. Más fotos. Recorre 24 metros de cocheras en el mismo tiempo que el Trambahía ha hecho 24 kilómetros: una hora. Apenas le dejan agarrar un refresco bajo en calorías. Constantes las paradas, los corrillos, los «¿te acuerdas de...?». Fotos, muchas fotos. Los alcaldes asistentes, cada uno por su lado piden a micrófonos de colores más frecuencias, más trenes, más dinero, más recursos, más de algo.

A Juanma le rodea una nube. Muy tupida. Incluso emite un zumbido. Solo quiere fotos y saludos. La forman los diputados de su partido, los trabajadores de su partido, los concejales de su partido, los dirigentes de su partido, los futuros dirigentes de su partido pero también la plantilla de Trambahía y algún paisano sin carné ni adscripción conocida. Cuesta recordar que hay una ministra en el acto.

El presidente accede a posar con todos los empleados, juntos, al aire libre. Foto de familia extremadamente numerosa. Pero una de las trabajadoras le pide una propia, de dos. Cuando se la hace acaba con lágrimas, momento fan, escena groupie de concierto de rock. La mujer tiene su foto entre enorme carga de sus colegas. Juanma abandona, por fin, el acto con Marifrán Carazo. Ambos caminan sujetando al otro por la cintura.

Viaje a la realidad

A las 16.36 horas de este miércoles, tras la inauguración matinal, se iniciaba el primer viaje comercial, común. Con viajeros de pago, no de pega. De Pelagatos a la Plaza de Sevilla. Después de 16 años de anuncios y declaraciones, después de 267 millones de euros (más lo que se invertirá o gastará cada año) llega la realidad diaria que será necesario analizar pasadas unas fechas, bastantes.

Ahí comienza otra historia ajena al boato, el ruido, el estrés y la sonrisa cortés de la inauguración. Comienza la real, la del planeta de los nimios, la del usuario habitual y potencial que quiere o debe usar el transporte público con frecuencia, el mismo que mira la turba político-mediática con espanto.

Ellos, los clientes, deben decidir si trae cuenta el Trambahía. Si les sirven los horarios, los precios, las paradas, los vagones, las frecuencias, la doble velocidad, el doble tipo de vía. Ellos serán los que decidan para qué trayectos. Si tiene uso turístico o cotidiano, o los dos. Si se alcanzan los tres millones de viajes anuales anunciados por Moreno Bonilla, si sirve para eliminar un millón de desplazamientos en coche en la Bahía como también dijo. Si se impone el deseo de contaminar menos, gastar menos, correr menos a la bulla y el ombligo. Si el oxígeno salvado en la atmósfera equivale, también se dijo en el estreno, a un bosque con 7.000 árboles. Todo muy teórico y retórico, todo muy lírico. Ahora hay que decidir: ¿Nos subimos a este tren o no?

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación