el gran apagón

Relatos de un apagón histórico: odisea de Cádiz a Madrid tras quedarse el tren parado en pleno campo

«Un primer día de vacaciones maravilloso», resume con ironía Abraham convirtiendo ya en gracia lo que en su momento no tuvo ni pizca

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José María Vilches

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Una pareja que emprendía su huida vacacional de la rutina, aunque al mundanal ruido de Madrid, se las vio y se las deseó para llegar a su destino debido al histórico apagón que este pasado lunes sacudió, y de qué manera, a todo el territorio español. Finalmente, y como si de una película de Berlanga se tratara, a más de uno le salvaron el día el dinero en efectivo para comprar y los transistores de radio para estar informado: lo antiguo le dio una paliza a lo moderno.

Eso en la ciudad, pero a quienes el histórico apagón les pilló de viaje hoy tienen mucho que contar. Es el caso de la pareja conformada por el gaditano Isaac y Abraham, de origen tinerfeño pero asentado en Cádiz desde hace nueve años.

Los dos salieron desde Cádiz a las siete menos cuarto de la mañana y llegaron a Madrid pasadas las doce de la noche. «Un primer día de vacaciones maravilloso», resume con ironía Abraham convirtiendo ya en gracia lo que en su momento no tuvo ni pizca.

Abraham inicia el relato de su odisea particular con permiso de Homero: «Fue toda una odisea, una experiencia religiosa. Tras salir en tren temprano desde Cádiz, pillamos un Iryo de Alta Velocidad en Sevilla hacia Madrid. Al hora del apagón, el tren se quedó parado, literalmente, y a nosotros nos pilló en pleno campo. Ahí estuvimos encerrados cinco horas, sin aire, con agobios... Una especia de Gran Hermano, con personas con actitud muy diferente, unas con buen talante, otras chillando y liándola. Hasta que abrimos las puertas y pudimos respirar».

Abraham e Isaac

Fue un suspiro en una odisea que acababa de comenzar. Y es que, tal y como explica Abraham, la compañía ferroviaria «se lavó las manos, no hizo nada por darnos una solución». «La ayuda nos vino por parte del Ayuntamiento del pueblo más cercano, que era Yeles, en Toledo», destaca.

La ayuda... «Éramos 500 pasajeros y nos mandaron un autobús para ir trasladándonos de 35 en 35 a un pabellón del pueblo. La imagen era dantesca, con la gente bajando del tren con sus maletas atravesando el campo... Cuando llegamos al pabellón, nos temíamos lo peor», recuerda Abraham. «Allí había gente con esterillas tirada en el suelo, los cuartos de baño asquerosos por el problema de la falta de agua, con los wáteres rebosando... de hecho, muchos optaron por ir haciendo sus necesidades entre árboles durante el camino».

«No nos llegaba nada de información. Ni la alcaldesa de Yeles, que se portó fenomenal, sabía muy bien qué decirnos. Los más alarmistas hablaban de un ataque nuclear y tú te veías en un pabellón de un pueblo, lejos de casa, encerrado con mucha gente, sin saber qué hacer ni que pensar... En fin, obviamente, pese a las quejas de algunos, en el traslado a Yeles se dio prioridad a personas mayores, niños, embarazadas... Y cuando estábamos en el pabellón la alcaldesa dijo que se iba a prestar atención a esas personas y que el resto se fuera buscando la vida como buenamente pudiera. A todo esto, la compañía ferroviaria ni mu», apunta Abraham.

Y añade: «Nosotros decidimos salir del pabellón y tuvimos la suerte de que un vecino se ofreció para llevarnos en coche a Illescas. Nos hubiese llevado a Madrid, pero no le daba la gasolina y no funcionaban los surtidores en las gasolineras. Nos llevó hasta Illescas, muy amable, le dimos diez euritos por habernos hecho ese favor. Y ya estábamos más cerca de Madrid».

Moviendo cielo y tierra fueron llegando soluciones. Un autobús de Illescas a Madrid, a las afueras de Madrid. Y un taxi que costó la misma vida pillar para alcanzar el destino en la capital madrileña, donde ayer el mundanal ruido se multiplicó por un millón.

«Si en Cádiz las horas sin luz fueron una locura, imaginad en Madrid... policías por todas partes, colas de gente, todo cerrado... un colapso total. A mí no me había pasado algo parecido en la vida», concluye Abraham sin pasar por alto que una de las cosas que hicieron al llegar a Madrid fue «poner una reclamación» al operador privado ferroviario de alta velocidad Iryo.

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