Soldados de EE UU inspeccionan los restos de la casa donde fue abatido el líder de Al Qaeda. / AFP
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El aduanero delator

Un funcionario jordano puso a las fuerzas de seguridad sobre la pista de Al-Zarqaui durante un interrogatorio, tras los atentados contra tres hoteles de Amán

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Hay quien le llama el Judas que vendió a Abú Musab al-Zarqaui, pero Ziad Khalaf Raja al-Kerbouly no cobrará ni un euro de los casi 20 millones que Washington ofrecía por la cabeza de su jefe y paisano, ya que la información que ofreció salió de interrogatorios.

Las autoridades jordanas capturaron en abril a este funcionario de aduanas gracias a una larga cadena de investigación y delatores que se puede rastrear hasta el 9 de noviembre del año pasado, cuando la organización de Al-Zarqaui atacó a su propio país con terroristas suicidas que saltaron por los aires en tres hoteles de Amán, dejando 57 muertos. Entre los supervivientes se encontraba Sajida al-Rishawi, cuya intención, truncada por un fallo en los explosivos que portaba, era convertirse en mártir junto a su marido.

Según el embajador jordano en Estados Unidos, los testimonios que se le arrancaron en prisión fueron de «vital importancia» y el principio para penetrar la red del terrorista que sembraba el terror en Irak. Con la ayuda de la inteligencia del Gobierno de Amán, la unidad estadounidense que se había especializado en secreto en la búsqueda de Al-Zarqaui estuvo muy cerca de su captura en abril pasado, durante una operación lanzada en Yusufiya en la que cayeron varios de sus lugartenientes.

Fue el funcionario de aduanas el que proporcionó la pista clave. No sólo porque gracias a él la organización de Al-Zarqaui había permeado la frontera para introducir armas y hombres, sino porque entre los nombres y casas de seguridad que reveló se encontraba el del nuevo consejero espiritual del líder de Al Qaeda en Irak: Sheik Abd al-Rahman, la única persona con la que el terrorista jordano se reunía periódicamente.

Teléfono satélite

Al-Zarqaui había sido definido como un hombre inteligente y escurridizo, que no dormía dos veces en el mismo lugar ni utilizaba móviles. Cometía, sin embargo, el error de confiar en los teléfonos satélites Thuraya, fabricados por una compañía de Dubai, que si bien resultan más difíciles de interceptar son rastreables por la alta tecnología estadounidense.

Gracias a eso se cree que la inteligencia militar tenía la certeza de que se encontraba en la casa de dos pisos, en medio de un bosque de palmeras, que tres meses antes había sido alquilada a una familia suní cuando huía de un gueto shií de Bagdad, según contó el dueño del edificio, Jumaa al-Ubaidi, al diario The Washington Post.

Con la información del aduanero las fuerzas especiales estadounidenses tenían bajo continua vigilancia 17 casas de seguridad, que fueron intervenidas tan pronto como cayó Al-Zarqaui. Un avión espía pilotado por control remoto seguía día y noche a su consejero espiritual a la espera de que se encontrase con el líder terrorista de 39 años.

Estados Unidos conocía el punto de reunión con anterioridad, porque Mohamed Ismael, un taxista de la aldea de Hibhib cercana a la casa destruida, vio llegar el día antes del ataque tres furgonetas de marca americana y cristales ahumados que pasaron a toda velocidad por delante de su casa. «Me extrañó mucho, porque esa casa siempre estaba vacía», dijo en entrevista telefónica a The New York Times.

Su sorpresa no había hecho más que empezar. Las dos bombas lanzadas por dos F-16 con casi 500 kilos de explosivos hicieron retumbar toda la aldea, y pronto aparecieron los famosos helicópteros Black Hawk, de los que descendieron con cuerdas las fuerzas estadounidenses que tomaron el pueblo.

Pese a la terrible explosión que no dejó piedra sobre piedra, el líder de Al Qaeda en Mesopotamia sobrevivió. Las tropas iraquíes le tenían controlado en una camilla cuando llegaron las fuerzas norteamericanas a identificarle. Al-Zarqaui reconoció a sus enemigos y aún sacó fuerzas para darse la vuelta e intentar escapar, pero fue inmediatamente reducido. «Murmuró algo ininteligible, y murió poco después», contó ayer el general William Caldwell. Tres gobiernos discuten aún qué se hará con su cadáver.