La actriz australiana Cate Blanchett junto a su compañera Rooney Mara
La actriz australiana Cate Blanchett junto a su compañera Rooney Mara - efe
cine

Cate Blanchett y Rooney Mara se comen con la mirada

Emotivo y sutil vistazo al amor entre mujeres en «Carol», dirigida por Todd Haynes

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El impacto de la película de Nanni Moretti, «Mia Madre», contra las habituales reticencias de la crítica internacional hacia el cine que gotea sentimientos, ha sido tan fuerte que ha desbaratado sus defensas, colocándose como gran favorita para la Palma de Oro. Pero esto es el Festival de Cannes, y la gran favorita siempre precede a otra capaz de arrebatarle ese honor. Y llegó uno de los títulos con más morbillo (que es como se llama a esas atracciones que no se cuentan, se confiesan), el de Todd Haynes, «Carol», que narra una historia de amor entre dos mujeres a mitad del siglo pasado. El morbillo no lo producía el suceso en sí, pues el hecho ha perdido afortunadamente la metralla social que tenía en aquella época, sino dos detalles con madera de pértiga: el primero es que la historia pertenece a Patricia Highsmith, o a la de una de su primeras novelas, «El precio de la sal», que firmó con el seudónimo de Claire Morgan, y refiere una ficción con irisaciones de autobiografía; y el segundo detalle, crucial para el morbillo y la pértiga, es que los personajes de Therese Belivet y Carol Aird, y por lo tanto su colisión erótico sentimental, los interpretan Cate Blanchett y Rooney Mara.

Lo que es urgente decir a este respecto es que ambas, y aún más especialmente Rooney Mara, consiguen una de esas interpretaciones tan completas y magistrales que están mucho más allá de lo romántico, lo erótico o lo dramático. Y Todd Haynes aprovecha la elocuencia física y sentimental de estas dos enormes actrices para no caer ni en el diálogo estomagante, ni en el plano sobrante o las situaciones estomagosobrantes…

La puesta en escena y la piel de la película (¡esos años cincuenta neoyorquinos!) son de una elegancia tan inmensa que solo una mujer como Cate Blanchett podía estar en y dentro de ellas: Blanchett camina por el plano como si escribiera música en él, y mira y le siente a la cámara con tanto hechizo que el espectador se convierte en la palomilla blanca del ilusionista. El espectador, y la joven y perpleja Therese Belivet, vendedora ocasional en una tienda de juguetes que recibe el gancho de embrujo de la dama o diosa elfa, y le remueve los aun escasos cimientos personales que tiene. Elige dos tiempos para narrar el camino que recorren estas dos mujeres, en cuya meta Todd Haynes hace sensible y palpable la existencia de un precipicio, aunque ellas no son Thelma y Louise… Por supuesto que no se asoma a la pantalla ni el menor síntoma de algo que no sea buen gusto, sensibilidad y grandes pasiones (no deja de tener ese aroma Sirk que tan bien sabe cocinar Haynes), y por supuesto que un gran aplauso subrayaba el memorable final que le regalan dos memorables actrices a su película.

Otra relación tormentosa

La otra en competición era la francesa «Mon Roi», de Maïwenn, una directora que se conoce algún atajo para llegar hasta aquí, pues su película contenía algunos de los elementos imprescindibles para que el Festival de Cannes te ignore, como por ejemplo un tratamiento pedestre de lo que quieres contar. «Mon Roi» trata también de una relación tormentosa, pero entre una mujer tirando a vulgar y uno de esos hombres que convierten la vida en pareja en una pista de patinaje, y la directora utiliza un recurso nunca usado en las últimas 24 horas para narrar su historia. Comienza con el accidente de ella cuando se rompe una pierna esquiando; sigue con la dura rehabilitación, que viene a ser una metáfora de su recomposición anímica mientras dobla la rodilla y nos pone delante unos «flashback» aclaratorios de cómo conoció a su gran amor y cómo se fraguaron sus grandes desdichas.

Al tipo lo interpreta muy convincentemente Vincent Cassel, que parece divertirse en su papel como un cochino en una charca, y a ella le pone su punto lastimero Emmanuelle Bercot (la directora de la película inaugural, «La tête haute»…, todo muy familiar). Podría tener algo de peculiaridad el retrato del cielo y el infierno de su relación pasada, pero la mezcla en paralelo con su presente en el sanatorio y con la elemental relación con los demás pacientes empequeñece mucho el conjunto. El público en su pase para la prensa reaccionó al final con cierta violencia, sin tener en cuenta que contenía algunos diálogos ingeniosos y dos o tres chistes aceptables. ¡Qué dura es la vida del cineasta francés en el Festival de Cannes!

Ver los comentarios