Homenaje a Jo Cox, la diputada laborista asesinada el pasado jueves, junto al Parlamento en Londres
Homenaje a Jo Cox, la diputada laborista asesinada el pasado jueves, junto al Parlamento en Londres - Reuters

Referéndum sobre la UECuando en Gran Bretaña se derramó sangre por la Unión Europea

Al margen de cuál sea el resultado que den las urnas el próximo jueves, el nombre de la UE quedará vinculado al asesinato de la diputada laborista Jo Cox mientras hacía campaña por ella

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David Cameron se empeñó en un ejercicio perverso: que la ciudadanía tuviese que ejercer los poderes que tiene delegados en el Parlamento. Y eso en el Reino Unido, la democracia parlamentaria de referencia. Porque pedir a la ciudadanía que se pronuncie sobre una cuestión en la que priman los detalles técnicos es perverso. Los verdaderos costes de la ruptura, los beneficios que genera la pertenencia a la Unión Europea al país, no son cuestiones fácilmente comprensibles ni asimilables para el común de los mortales. Precisamente por eso deben ser delegadas en unos parlamentarios que se especialicen en su estudio y deban después rendir cuentas a los electores por las decisiones que toman. En eso consiste la democracia: en elegir a quién actúa y ejerce el poder en tu nombre.

Cameron decidió que en el caso de Escocia y de la Unión Europea, esa tarea debía regresar a manos de los electores. Unas personas a las que es difícil seducir a base de datos –exactamente lo que está intentando hacer la campaña del «Remain»– cuando te estás enfrentando a algo tan irracional como los sentimientos. A los sentimientos sólo se les puede contestar con otros sentimientos. Pero eso era imposible para Cameron porque en el fondo él también es un euroescéptico. Él tampoco cree en Europa. Sólo quiere permanecer dentro de la UE porque sabe que fuera hace mucho frío. Y que las consecuencias de un abandono serán catastróficas para el país.

Es demasiado pronto para saber qué influencia tendrá el magnicidio en el referendo

Es en ese contexto en el que se ha producido el asesinato de la diputada Jo Cox. Una joven idealista, entusiasta defensora de la permanencia de su país en la UE. Se ha recordado rápidamente que hacía un cuarto de siglo que no moría asesinado ningún miembro de la Cámara de los Comunes. Y, siendo cierto, el dato es equívoco. Porque los diputados asesinados en la segunda mitad del siglo XX lo fueron por el terrorismo del IRA. Es decir, por irlandeses dizque católicos que no querían ser parte del Reino Unido protestante. Por criminales cuya pertenencia a la patria estaba en discusión. Una discusión en la que ambas partes reclamaban tener razón, pero que admitían una disputa que hizo correr sangre. El choque entre británicos –entre ingleses en este caso– generado por el referendo europeo es entre hermanos que no se han matado por razones políticas en siglos.

Sí, claro, ahora es cuando hay que recordar que este asesino llamado Tommy Mair tenía problemas mentales. Cierto. Pero algo se está haciendo muy mal en el discurso de los defensores del Brexit cuando consiguen que sus palabras muevan a matar en nombre del «Britain First» a cualquiera, por más trastornado que esté. Cuando alguien como Boris Johnson traza paralelismos entre Hitler –el enemigo contra el que se fue a la guerra– y la Unión Europea, no puede resultar sorprendente que haya miembros de la comunidad que crean que hay que matar para protegerse del monstruo que acecha. Eso fue lo que vimos el pasado jueves en Birstall y lo que este fin de semana sigue teniendo conmocionado al país.

Es demasiado pronto para saber qué influencia tendrá el magnicidio en el referendo, pero sí sabemos que al margen de cuál sea el resultado que den las urnas el próximo jueves, el nombre de la Unión Europea quedará vinculado a la sangre que derramó haciendo campaña por ella Jo Cox, miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.

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