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Lord Ashcroft contra Cameron, lucha de clases entre cabezas de cerdo

El magnate de origen humilde fracasa en su intento de vengarse del primer ministro patricio con una escandalosa biografía

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«Llámame Dave», la biografía a degüello contra Cameron que ha escrito el magnate Lord Ashcroft, antiguo tesorero y vicepresidente de los tories, se ha convertido en el cotilleo morboso que anima el otoño inglés. El libro se pondrá a la venta el próximo mes, pero el tabloide conservador «The Daily Mail» ha ido publicando a modo de folletín sus pasajes más jugosos.

El resumen de los dardos del despechado Ashcroft ha dado la vuelta al mundo: acusa a Cameron de haber fumado porros y esnifado cocaína en su juventud y de formar parte de dos clubes de niños ricos de Oxford, el «Bullingdon» y el «Piers Gaveston», consagrados a pillarse cogorzas memorables, bramar contra los plebeyos y destrozar restaurantes.

La guinda ha sido el ya archifamoso cerdo muerto, en cuya boca Cameron habría introducido «una parte muy privada de su autonomía» a modo de rito de admisión en el «Piers Gaveston».

Michael Ashcroft, de 69 años, se siente despechado porque asegura que Cameron, de 48, incumplió su palabra de nombrarlo ministro en 2010. El magnate había donado 8 millones de libras (10,8 millones de euros) al Partido Conservador, cuya maquinaria electoral contribuyó además a modernizar enormemente. Pero Ashcroft se vio envuelto en un escándalo fiscal (evasión vía Belice) y Cameron soltó lastre. La venganza es la biografía, que ha resultado engorrosa para el primer ministro, pero para nada letal.

«Michael es increíblemente leal con sus amigos, pero irá al fin del mundo para vengarse de quien se cruce en su camino», ha comentado uno de sus allegados. Por ahora, su vendetta se ha quedado en pellizco de monja. A tenor de lo publicado Ashcroft no ha dado con una bala de plata para liquidar a su antagonista. Downing Street ni siquiera se ha molestado en desmentidos, «para no dignificar el libro», que en privado califican de «ridículo».

«Una puñalada por la espalda»

Cameron se lo ha tomado con obligada ironía. Esta semana bromeó sobre la biografía en una cena en el «Carlton Club» de Londres ante 300 importantes donantes tories. Contó que esa tarde había ido al hospital, porque tenía molestias de espalda tras haber estado talando leña en su circunscripción electoral. Él médico —siguió explicando— le pidió que se tendiese para verle la espalda y le dijo que necesitaba una inyección, pero el galeno añadió bromeando que sería «un pequeño pinchazo, solo una puñalada por la espalda». Cameron le respondió: «¡Vaya! Eso resume mi jornada de hoy», en alusión a la puñalada de Ashcroft.

La guerra Ashcroft-Cameron es una historia esencialmente inglesa, que no puede entenderse sin aludir al clasismo, que todavía hoy marca sutiles líneas divisorias en su sociedad. Resumiendo mucho: Ashcroft sería un advenedizo, un plebeyo hijo de un dependiente, extremadamente habilidoso en los negocios pero sin pedigrí; mientras que Cameron encarna al prototípico patricio del establisment inglés, hijo de un adinerado inversor, forjado en Eton y Oxford, casado con la hija de un noble terrateniente y hasta con unas remotas gotas de sangre real, aunque sea por vía de una concubina del decimonónico Guillermo IV.

Michael Anthony Ashcroft, un hombre de rostro rojizo, no muy agraciado y de extraña boca, nació en un pueblo del Sur de Inglaterra. Su padre era un humilde dependiente de una tienda textil, que buscando mejor vida decidió llevarse a la familia a Belice —la antigua Honduras británica— y se convirtió en funcionario del servicio colonial. Allí pasó su infancia Michael, que pronto despuntaría como un visionario para los negocios. Su jugada maestra es el pelotazo con empresas moribundas, muchas veces apostando al filo de las normas. Empezó de contable en una compañía de limpieza. Pero a los 27 años pidió un crédito de 15.000 libras para comprar una firma de la competencia que agonizaba. Cinco años después la vendía por 1,3 millones de libras. Tenía 32 años y ya era millonario. Hoy encarna la fortuna número 38 del Reino Unido y la 1.250 del mundo, según «Forbes», con un patrimonio de 1.470 millones de dólares y por supuesto, mansiones, jet y dos yates rutilantes de 46 metros de eslora.

Ashcroft hizo el negocio de su vida en 1997, cuando vendió su firma de limpieza y seguridad ADT al gigante estadounidense «Tyco» por 6.700 millones de dólares. Ha tocado todos los palos empresariales. Incluso ha sido manager de un grupo de rock, ha tenido una participación en el certamen de Miss Mundo y posee un banco que es dueño de medio Belice.

Caída en desgracia

«Thatcheriano» de credo, se acercó a los conservadores cuando la crecida de Blair los desarboló por completo. En 1998 se convirtió en su tesorero y luego en su vicepresidente. En 2000 ingresa en la Cámara de los Lores por los tories, pero con la promesa de que se hará ciudadano fiscal británico y renunciará a las ventajas offshore de Belice. Pero en marzo de 2010 admite que ha hecho trampas y que se ha acogido al estatus de «no domiciliado» para seguir aprovechándose del paraíso hondureño. Cameron lo defiende y pretexta que no conocía su situación fiscal, que se había enterado hace solo un mes (en el libro, Ashcrof asegura que se lo había dicho un año antes). Faltan solo dos meses para las elecciones y el magnate es un engorro. Deja la vicepresidencia del Partido Conservador y la cartera prometida tampoco llegará. En 2012 entró en el Consejo de la Reina por recomendación de Cameron, pero ese detalle no ha aplacado su sed de revancha. En marzo Ashcroft ha hecho algo insólito: renunciar a la Cámara de los Lores.

Los servicios del inteligente Ashcroft a los tories son innegables. Les hizo ver que las elecciones se ganan en las pequeñas circunscripciones electorales marginales, donde invirtió muchos millones para ayudar a la causa conservadora (hasta el punto de que ante una denuncia laborista la Comisión Electoral abrió una investigación por compra de votos, que acabó eximiendo a Ashcroft).

El magnate se siente utilizado. Cree que se le admitió en el cielo patricio de Cameron y Osborne, pero que en realidad nunca lo consideraron un igual, sino un advenedizo, un plebeyo de los de las risas de los clubes gamberros de Oxford. Ashcroft es un personaje contradictorio y curioso. Se trata de uno de los mayores filántropos del Reino Unido y ha prometido donar la mitad de su fortuna en vida, como Gates y Buffett. Defensor de las ballenas, es también un coleccionista compulsivo de objetos bélicos, que incluso sufragó una ala del «Imperial War Museum». Su último interés son las encuestas electorales. Se ha convertido en el mayor consultor privado del Reino Unido y las cuelga gratis en su web.

Ashcroft continuará buscando a Cameron. Pero el primer envite lo ha ganado el primer ministro, al que el magnate retrata con aguda mala leche: «Es un político que busca el poder, pero que realmente no sabe que quiere hacer con él».

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