El campeón sueco con la actriz Liv Tyler
El campeón sueco con la actriz Liv Tyler - EFE
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Magnus Carlsen, la misteriosa vida privada de una mente maravillosa

El campeón del mundo de ajedrez es una de las figuras más admiradas del planeta, pero más allá de alguna anécdota, su intimidad es un enigma

Madrid Actualizado: Guardar
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De Magnus Carlsen se acaba de estrenar un documental y se han escrito varios libros y miles de artículos. Ha trabajado como modelo de ropa, patrocina media docena de marcas y en el último mes ha sido uno de los hombres más fotografiados del planeta. La revista «Time» lo incluyó entre las cien personalidades más influyentes, y «Cosmopolitan», entre los más sexis. Su empresa, Play Magnus, está valorada en 15 millones de euros y magnates como Bill Gates y Mark Zuckerberg se vanaglorian de haberlo conocido. El campeón del mundo de ajedrez, nacido en Noruega hace 26 años, sigue siendo un enigma, pese a todo. En su país es un ídolo y la prensa lo respeta.

Carlsen sobre el césped del Bernabéu
Carlsen sobre el césped del Bernabéu

Se sabe que Carlsen es del Real Madrid, que sufrió acoso escolar y que tiene una memoria prodigiosa, pero de algunos aspectos de su vida no se sabe nada.

No se le conoce pareja, por ejemplo. «No tengo demasiado tiempo para desarrollar una relación seria», ha confesado alguna vez, confiado en que cuando deje de ser campeón del mundo quizá pueda «cambiar eso». Cabe esperar, por su bien, que no supere los 27 años que Emanuel Lasker mantuvo la corona. ¿Debería su novia jugar al ajedrez para conquistarlo? «La verdad es que no me gusta cuando salgo y las chicas empiezan a contarme cómo juegan al ajedrez con su abuelo. No lo puedo soportar. Es aburrido. ¡Quiero hablar de cualquier otra cosa!».

De momento, el entorno lo protege como a una pieza valiosa, una marca que genera entre uno y dos millones al año solo en patrocinios, más de lo que ingresa como deportista, que tampoco está mal. Por mantener el título en el último Mundial en Nueva York ganó 550.000 euros. Su padre Henrik y su representante, Espen Agdestein, se reparten el trabajo «sucio» mientras él se concentra en lo que mejor sabe hacer. La jugada más arriesgada de la carrera la realizó su progenitor, de hecho. Cuando el chico tenía 12 años, Henrik pidió una excedencia, vendió uno de los coches familiares, alquiló la casa familiar y todos se fueron con Magnus a recorrer el mundo para foguear al muchacho. Magnus cree que fue uno de los años más beneficiosos de su formación, «mucho más que ir a la escuela». Incluso bromea sobre el único pero de aquella decisión: «Ahora cuento los mismos chistes malos que mi padre».

Con su hermana Ingrid en Gibraltar
Con su hermana Ingrid en Gibraltar - John Saunders

A Carlsen también le gusta dormir muchas horas y tiene fama de perezoso. Garry Kasparov, otro genio del tablero, tuteló sus progresos durante un tiempo, pero pronto se vio que los métodos soviéticos del ogro de Bakú no encajaban con el espíritu más bohemio del noruego, un atractivo más de su personalidad, más parecida a la de Bobby Fischer que a la de sus predecesores rusos.

En efecto, desde que el genio americano acabó con el dominio cirílico en 1972, no había aparecido en el universo de las 64 casillas una figura tan mediática y misteriosa a la vez. La gran diferencia entre ambos es que Magnus no ha dado síntomas de desequilibrio. «No juego como una obsesión. Algunas personas sí se obsesionan, pero yo no. Mis exigencias son altas y me propongo lograr todas las victorias posibles, pero lo más importante es que disfruto jugando», declaraba en una entrevista con ABC. La presión de los admiradores (tiene club de fans, como los artistas) es algo que sobrelleva como cualquier estrella. Con ocasión de su conversación con este diario, que tuvo lugar en México, hablaba de los baños de masas, sobre todo con públicos tan apasionados como el latino. «Me suele gustar. Depende de mi estado de ánimo, pero a veces es demasiado», confesó.

Hace algunos años circuló el rumor de que padecía Asperger o algún síndrome parecido, pero en las distancias cortas queda claro que solo es tímido. A buen seguro, el bullying que sufrió en el colegio, por el mero hecho de ser más inteligente y distinto, no le ayudó a forjar un carácter más abierto. Es un joven normal, que disfruta con sus amigos y que, como principal peculiaridad, descubrió pronto que podía ser el mejor del mundo en algo. Además de aplicarse en seguir siéndolo, le gusta jugar al fútbol, al baloncesto y al póquer con sus amigos, actividades en las que tampoco le gusta perder.

Como es natural, también es «un poco friki». «Si no lo fuera, seguramente no sería tan bueno», sostiene Miguel Illescas, ocho veces campeón de España, que ha jugado contra el muchacho y ha escrito un libro sobre él. En la película documental de Benjamin Ree, recién estrenada, él mismo explica que su pasión por el ajedrez no lo convierte en «uno de esos casos borderline».

Magnus ha sido comparado con frecuencia con una máquina (también con Justin Bieber, por su físico). Juega casi tan bien como ellas y es el primer campeón que se ha criado entre ordenadores, lo que ha moldeado un estilo de juego a veces casi inhumano, por su calidad y la frialdad con la que ejecuta a sus rivales. En realidad, utiliza la informática para entrenar, pero ni siquiera está demasiado interesado en jugar contra los programas, como refleja en sus respuestas, más sociables de lo que cabría esperar: «Es mucho más interesante enfrentarse a personas. Los ordenadores solo son una herramienta para analizar».

Tampoco presume de superdotado. Incluso ha llegado a explicar que parte de su éxito se debe a la limitación de sus intereses. «No soy la persona más lista del planeta. Miren a John Nunn –gran maestro británico que a los 15 años ingresó en Oxford para estudiar matemáticas–. Fue uno de los diez mejores del mundo y un gran talento, pero nunca llegó a campeón del mundo porque era demasiado inteligente. Tenía demasiadas cosas que ocupaban su mente».

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