FRANCIA

Jean-Paul Belmondo: «Tuve la suerte de vivir en una Francia feliz»

A sus 83 años, el actor publica sus memorias. «Mille vies valent mieux qu’une» («Mil vidas mejor que una»), un monumental himno a la vida del un creador único

Muere Jean-Paul Belmondo

París Actualizado: Guardar
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He aquí una Francia desvergonzada, alegre, triunfante, divertida, inteligente, madre y amante desenfadada, abierta a todas las culturas y todas las experiencias; encantadora, sofisticada, intelectual, popular, aventurera... Es la Francia, ahora difunta, que Jean-Paul Belmondo (83 años) presenta en su libro de memorias, «Mil vidas mejor que una», que ahora se publica. Como el propio actor reconce en la presentación de su libro, y con una frase no exenta de melancolía: «Ah, la Francia feliz que yo tuve la suerte de vivir…».

Mirando hacia atrás sin ira, Belmondo cuenta la historia de su vida, su carrera, sus mujeres y sus familias, con la elegancia feliz de sus grandes papeles, la desfachatez elegante del aventurero capaz de las más grotescas y felices aventuras.

Su familia… una familia burguesa, instalada en Neuilly-sur-Seine, al oeste de París, refugio desde finales del XIX de la antigua aristocracia horrorizada con el «asesinato» de la ciudad. Con un padre escultor que se obstinaba en llevar a sus hijos al museo del Louvre, todos los domingos, para hablarles de alta cultura.

Sus mujeres… en verdad, la relación de Belmondo con las mujeres merecerías varios volúmenes de tamaño considerable. Sin olvidar a su primera esposa (Elodie Constantin) y su última compañera (Bárbara Gandlofi), un rosario de noviasy una legendaria actriz muerta ( Laura Antonelli), Belmondo recuerda con evidente respeto y admiración intacta a dos mujeres, Ursula Andress (80) y Carlos Sotto Mayor (54)

La historia de la ruptura con Andress, contada por Belmondo, tiene mucho de alta comedia burlesca. Él la había abandonado en el lecho para largarse a ver un combate de boxeo. Tras el combate, ebrio, descubrió que ella había cerrado la puerta de la casa con llave. Ni corto ni perezoso, Belmondo pensó que la mejor manera de sorprender a su amante, en el lecho, era trepar con una escalera, hasta el balcón del dormitorio. Cuando el actor estaba a punto de alcanzar su objetivo, Ursula se aomó de pronto por el balcón y empujó la escapera.

De su aventura con Carlos Sotto Mayor, Belmondo recuerda la impresión física que la cantante hizo en J acques Chirac(alcalde de París, por aquellos años), siempre dispuesto a «rendir homenaje» a cualquier señora de buen ver, acompañada o por acompañar.

Del cine, los actores y directores… Belmondo es una mina inagotable. Ha trabajado con todos los grandes directores franceses: Alain Resnais, Louis Malle, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, François Truffaut, Jean-Pierre Melville, Claude Lelouch, Gérard Oury... y no pocos extranjeros, como Vittorio De Sica, Mauro Bolognini o Peter Brook. Entre los actores y las actrices, sus relaciones amistosas y mucho más son una suerte de panteón cosmopolita: de Jean Seberg a Catherine Deneuve, de Alain Delon a Dean Martin. Tiene para todos palabras cariñosas y recuerdos encantadores.

Sólo Jean-Pierre Melville, grande entre los grandes, no cuenta con sus simpatías: en vida casi terminaron a puñetazos, en vida. A Godard le reconoce su creatividad subversiva y de Truffaut guarda un recuerdo feliz del rodaje de «La sirena del Mississippi». Sobre Alain Delon evoca una amistad intacta, a pesar de orígenes y carreras tan distintas. Con mucho tacto, Belmondo recuerda un detalle mal conocido del personaje Delon: una infancia atroz, en una Francia negra, origen último de la melancólica misantropía de muchos de sus personajes.

En escorzo, sin herir a nadie, sin descender a la taberna de la maledicencia, Jean-Paul Belmondo reconstruye a su manera la gran transición de la Francia feliz de su infancia y primera juventud, a pesar de las tragedias de la época, a una Francia en crisis y angustiada por su incierto destino, hoy. Menciona en particular a los primeros amigos: Jean-Pierre Marielle, el gran actor, un hermano, un cómplice de incontables aventuras, no sólo sentimentales; y Guy Bedos, el cómico en otro tiempo feliz hoy muy agriado. Belmondo recuerda sin melancolía, con mucho cariño, su propia aventura de joven viva la virgen, que podría distraerse robando las botellas de leche que los lecheros de la época dejaban en la puerta de una clientela selecta. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir fueron víctimas de esos robos de Belmondo, perpetrados tras una noche de francachela en un barrio de Saint-Germain definitivamente ido.

Las memorias de Belmondo son un milagroso himno a la vida y la creación. Trata con el mismo cariño las locuras subversivas de Godard (entre las que se encuentran varias obras maestras) que las historias folletinescas dirigidas al público inocente enamorado del cine de aventuras rocambolescas. Tras esa generosidad, la elegancia sonriente de Belmondo ilumina el rostro de una Francia que permanece intacta en el fulgor de sus encantadores recuerdos.

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