Romain Gary y Jean Seberg en 1966
Romain Gary y Jean Seberg en 1966 - ABC

Romain Gary y Jean Seberg: los servicios secretos les declararon marido y mujer

Un libro desvela cómo el espionaje galo montó su boda para evitar un escándalo intolerable para De Gaulle

Madrid Actualizado: Guardar
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El 16 de octubre de 1963 aterrizó en Ajaccio ( Francia) un avión de los servicios secretos franceses. De él bajaron tres pasajeros: una pareja y su acompañante. Al pie de la escalerilla les esperaba un coche, también de los servicios secretos, conducido por el capitán Domy Colonna-Cesari.

Su misión consistía en llevarles al pequeño municipio de Sarrola-Carcopino, en la Córcega profunda, para que la pareja contrajese matrimonio a toda prisa. Esta es la fascinante trama que desvela la reportera de «Le Monde» Ariane Chemin en «Mariage en douce». Pero, ¿por qué los servicios secretos organizaron la boda a toda velocidad? No se trataba de cualquier pareja.

Romain Gary y Jean Seberg

Él era Romain Gary, nacido Roman Kacew en Vilna (Lituania) en 1914; judío de origen polaco emigrado a Francia a finales de los años veinte; el único escritor galardonado dos veces con el Premio Goncourt; autor de novelas como «Las raíces del cielo» o «La angustia del Rey Salomón»; aviador durante la Segunda Guerra Mundial; compañero de la Liberación –una condecoración que Charles de Gaulle sólo otorgó a una reducida élite de resistentes–, y diplomático.

Ella, Jean Seberg, tenía 24 años menos y vino al mundo en Marshalltown, un pequeño municipio de Iowa (EE.UU.) del que, probablemente, no hubiera salido si Otto Preminger no la hubiera seleccionado para interpretar a Juana de Arco en un casting en el que participaron 18.000 candidatas. Fue el inicio fulgurante –poco tardó en convertirse en una figura de la nouvelle vague– de una trayectoria cinematográfica llena de películas inolvidables como «Al final de la escapada».

El origen de todo

Gary y Seberg coincidieron por primera vez en 1959 en Los Ángeles, donde el novelista ejercía de cónsul general de Francia. Ella había acudido a California en compañía de su primer marido, François Moreuil, un joven realizador al que había conocido durante un receso de un rodaje. El matrimonio fue invitado a cenar por el diplomático y su mujer, la escritora británica Lesley Blanch. Antes incluso de sentarse en la mesa, Gary empezó a dar la nota. Entre chistes y gamberradas, los ojos del escritor buscaban a los de Seberg.

La actriz permanecía en silencio, pero no indiferente a los requiebros del anfitrión. Moreuil tuvo que adelantar su regreso a Francia. Seberg se quedó unos días más en California. Su marido cometió el error fatal de decirle a Gary: «Se la confío». El puñetazo que le asestó a su rival meses después en un hotel parisino fue en vano: el novelista y la actriz ya eran tortolitos.

Entraban, salían, iban y venían. Hasta que les descubrió la prensa. Seberg echaba balones fuera –«Romain es un amigo al que admiro», se escudaba– mientras vivía el idilio con pasión; hasta el punto de que Gary –un mujeriego empedernido que escribió una novela sobre el declive sexual masculino– puso un límite: el amor, dos veces al día, ni una más.

Este malentendido amatorio era un pormenor al lado de los escollos que ambos tenían que vencer: combinar el juego del escondite con declaraciones ambiguas podía tener consecuencias catastróficas, sobre todo para Gary. Blanch admitía amantes, pero no el divorcio. Y si este se producía, la situación de concubinato podría hundir la carrera del diplomático, pues el gaullismo –Gary era su novelista de referencia– tenía su vertiente mojigata.

Gary sabía que el estirado Maurice Couve de Murville, entonces ministro de Asuntos Exteriores, no le iba a pasar ni una. En el Elíseo, Yvonne de Gaulle, la primera dama, hacía las funciones de aduanera de la moralidad: algunos se quedaron sin ser ministros debido a sus amoríos ilícitos.

La situación de la pareja, que ya era delicada, se hizo insostenible cuando Seberg se quedó embarazada. Prudente, dio a luz a Alexandre Diego Gary en Barcelona el 17 de julio de 1962. Blanch aceptó la realidad y, por fin, en septiembre de 1963, concedió el divorcio a Gary, que respiró tranquilo. Sin embargo, para que el alivio fuese total, había que organizar una boda discreta para diluir un escándalo aún latente.

Dificultades

Suficientes antecedentes como para que Gary recurriese al general Charles Feuvrier, compañero durante la guerra y uno de los mandamases del espionaje. Feuvrier llamó a Colonna-Cesari para que buscase un alcalde dispuesto a casar a una pareja de «famosos» y éste convenció al de Sarrola-Carcopino, no sin dificultades. «Si empiezas a poner pegas, llamas directamente al Elíseo», le dijo. El alcalde aceptó, incluso, no publicar las amonestaciones matrimoniales.

Seberg y Gary, tras divorciarse, se suicidaron con un año de diferencia. El general Feuvrier y su mujer también murieron. Sólo quedaba Colonna-Cesari. Tras una larga investigación, Chemin dio con él en una romería de la Córcega profunda. Tuvo que bailar un tango con él para que aceptase contar una historia que ya había superado el medio siglo. Y es que los espías son los espías.

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