Luisa Isabel Álvarez de Toledo y su marido, José Leoncio González de Gregorio
Luisa Isabel Álvarez de Toledo y su marido, José Leoncio González de Gregorio - ARCHIVO ABC

Los hijos de la duquesa roja no quieren que se exhumen los restos mortales de su padre

Una mujer de 63 años presentó una demanda de paternidad contra el que fue marido de Isabel Álvarez de Toledo

MADRID Actualizado: Guardar
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Si la familia no lo impide y la Justicia lo permite, el 21 de abril serán exhumados los restos mortales de José Leoncio González de Gregorio y Martí, marido de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, conocida como la duquesa roja, y padre de sus tres hijos, Leoncio, Pilar y Gabriel, además de un cuarto, Javier, fruto de una relación extramarital y al que reconoció en vida. Según una sentencia, hay orden de exhumar el cuerpo para realizar una prueba de ADN y demostrar si Rosario Bermudo (63 años), natural de Écija aunque residente en Torrejón de Ardoz (Madrid), es realmente su hija biológica, como reclama en una demanda. La única prueba que presenta es una imagen borrosa. Por ello, hace más de un año solicitó por vía judicial que los hijos del difunto se sometieran a un análisis de ADN para cotejarlo con el suyo.

«Lo que nos han pedido es algo que va totalmente contra nuestro derecho a la intimidad, porque yo no tengo porqué saber si soy hijo biológico de mi padre o no. Es muy fuerte que parezca que nos criminalizan por no someternos a la prueba, algo que considero un abuso anticonstitucional», aclara Gabriel González de Gregorio.

«Este vínculo de paternidad sólo se puede pedir al padre. Lo otro es un abuso de derecho», insiste Gregorio. «Tengo perfecto derecho a no querer saber quién es mi padre biológico», añade. «Esta señora está reconocida por su padre legal de la misma manera que a mí me reconoció el mío a los veinte días de nacer y vete a saber si soy hijo del butanero. Estas cosas hay que hacerlas en vida de los afectados, no tras su muerte. Los hijos no tenemos porqué sufrir este acoso. En nuestro caso es uno más, porque entre el juicio con la Fundación Medina Sidonia y otros procesos estoy por irme a vivir a Cuba», se desahoga. «En un país como el nuestro, donde la gente pone tantos cuernos, hay muchos que no son hijos de su padre, pero no tienen por qué saberlo y menos si otros les obligan a hacerse una prueba», insiste.

En cuanto al asunto de la herencia, también hay disparidad de criterios ya que, como explica Gabriel, «una cosa es demostrar la paternidad y otra la herencia que puedan cobrar. En pleno juicio con la Fundación intentaron parar el proceso con la pretensión de querer coger dinero de la herencia de nuestra madre, que para nada le correspondería. Al final no lo consiguieron, pero está claro cuáles eran las intenciones».

Ducado de Fernandina

Sin duda, la gran perjudicada de todo este asunto es Pilar González de Gregorio. A este pleito se suma el que sostuvo con un sobrino, quien consiguió arrebatarle el ducado de Fernandina y que hoy no tiene titular, ya que para que otro miembro de la familia pudiera ostentarlo tendría que pasar por otro proceso que incluye hasta el visto bueno del Rey. Para Pilar fue un trago muy duro, ya que siempre defendió la legalidad y el acuerdo de su madre y hermanos para que recuperara un ducado que se iba a perder para siempre, como así ha sido. Ese proceso, sumado a su lucha para conseguir que se reconozca su herencia legítima por parte materna, ha supuesto un desgaste durante todos estos años, y eso que ella y sus hermanos finalmente han sido reconocidos como herederos de la XXI duquesa de Medina Sidonia. «Voy a hacer todo lo que legamente me permitan para evitar la exhumación de mi padre. Esta señora no ha aportado ninguna prueba, ni tan siquiera ha podido demostrar que no es hija de su padre legal, y ahora quieren abrir la tumba de mi padre. Jamás imaginé que una demanda así pudiera prosperar», se queja Pilar.

En caso de que Bermudo pudiera demostrar que es hija de Leoncio, tendría derecho a su herencia legítima, cuyo valor al menos en las propiedades que dejó en Soria no será el mismo que en el 2008 cuando falleció, como recuerda Pilar. «Cuando supimos la existencia de Javier, yo misma me ofrecí para ayudarlo y mi padre reconoció en vida que era su hijo. No entiendo porqué esta señora ha tenido que esperar todos estos años para poner esa demanda. A su edad lo normal era que lo hubiera hecho en vida de mi padre y no ocho años después de su muerte», añade con gran malestar.

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