GILLES BENSIMON

Diana Picasso: «Para mi abuelo, los toros eran una gran tradición»

Hace nueve años la nieta del pintor sufrió un robo de 50 millones de euros en obras de arte. Ahora prepara una novela inspirada en aquel suceso

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Diana Widmaier Picasso (París, 1974) nació un año después de la muerte de su abuelo. Quizá esa sea la razón por la que lleva casi toda su vida intentando conocer a Pablo Picasso a través de su obra. Ahora es una experta mundial en la pintura y escultura picassiana. Widmaier es hija de Maya Picasso, el fruto de l a relación prohibida entre el genio malagueño y la joven sueca Marie-Thérèse Walter. Su madre creció en una marginalidad e ilegitimidad que ella recuerda feliz. «Ser Picasso nunca ha significado un peso para mí. Me siento afortunada y orgullosa», dice en conversación telefónica con ABC. «Llegó un momento en el que sentí la necesidad de involucrarme más en el legado de mi abuelo», recuerda desde Nueva York.

Primero estudió Historia del Arte en La Sorbona, donde se especializó en los Grandes Maestros. Luego trabajó para la casa de subastas Sotheby’s en Londres y París. Y en 2003 comenzó a elaborar un ambicioso catálogo sobre las más de 2.000 esculturas que hizo Picasso a lo largo de su vida. También ha escrito ensayos y ha comisionado dos exposiciones sobre su abuelo con un éxito apabullante: «Picasso y Marie-Thérèse: L’amour fou», en la galería Gagosian de Nueva York, y «Picasso Manía», en el Grand Palais de París, una muestra que acaba de finalizar.

Nadie puede negar que Diana sea nieta de su abuelo. Luce rasgos casi cubistas: rostro angular, nariz de Cleopatra y ojos muy separados. Su rubia cabellera es herencia de abuela Marie-Thérèse, la musa y amante del pintor, quien se ahorcó en 1977. Widamier es consciente de la «maldición de los Picasso» -el suicidio de su abuela y de su primo Pablito, la locura de Dora Maar, las disputas fraticidas por la millonaria herencia-, pero no está dispuesta a arrastrar su apellido por el fango como han hecho otros. Tampoco quiere encender la mecha de la polémica opinando sobre su prima Marina Picasso, que ha tachado a su abuelo de déspota misógino. «Tengo una buena relación con todos los miembros de mi familia, incluida Marina. Respeto la manera en que cada uno vive el legado de mi abuelo», añade con elegancia.

Ella lo hace con un optimismo casi filosófico. «Para Picasso el arte no tenía pasado, ni presente ni futuro, así que probablemente he adoptado la manera de pensar de mi abuelo», dice. No lleva la carga de los dramas de la generación de su madre: Picasso tuvo cuatro hijos (tres fuera del matrimonio) de tres mujeres diferentes que compitieron por el amor del pintor. Widmaier es una de sus siete nietos, la más volcada en la investigación de la obra escultórica del artista.

Estudiando a su ancestro descubrió que Picasso «sentía un constante deseo de renovación». Ella vivió su particular cambio una noche invernal de 2007, cuando unos ladrones entraron en su casa de la Rue de Grenelle, en el exclusivo distrito VII de París, y extrajeron 50 millones de euros en pinturas. En el botín se encontraba «Maya con muñeca», un colorido retrato de la madre de Diana. Seis meses después la Policía atrapó a los cacos y recuperó las pintutras, pero la nietísima del arte decidió mudarse a Nueva York para superar el trauma. Ahora está escribiendo una novela autobiográfica inspirada en aquel suceso que se publicará en 2017.

-Vive entre Nueva York y París... ¿le queda tiempo para España?

-Amo el arte español, particularmente a los Grandes Maestros como Velázquez, El Greco y Goya. El flamenco también forma parte de mi mundo. Escucho mucho a Paco de Lucía, Vicente Amigo y Diego El Cigala. Y adoro el trabajo de Pedro Almodóvar. Recuerdo con especial cariño una exposición fascinante en la Cinemateca de París en la que Pedro rendía tributo al arte visual y especialmente a la obra de Picasso. Siento una conexión con España, porque es un país capaz de expresar muy bien la belleza y el drama de la pasión.

-Y, ¿viene mucho por aquí?

-El año pasado, con motivo de la inauguración de la exposición «Picasso Manía», invité a la bella y talentosa bailarina Cecilia Gómez y a la gran artista Lucero Tena a actuar en casa de mi amigo Azzedine Alaïa, en París. Mi abuelo amaba el entretenimiento y como él era originario de Andalucía quería rendirle tributo a esa región de España. Actualmente vivo en Nueva York, pero intento ir a España al menos dos veces al año. Disfruto visitando el Museo del Prado y el Museo Picasso de Barcelona.

-¿Qué opina del museo malagueño dedicado a su abuelo?

-Mi primo Bernard y sus padres, Paul y Christine Ruiz-Picasso, crearon el maravilloso Museo Picasso de Málaga. Es una institución magnífica y una aportación maravillosa a la ciudad. La casa donde nació mi abuelo también es un lugar imprescindible y me encanta recorrer Andalucía. He hecho muchos viajes por carreteras andaluzas.

-Supongo que su madre le ha contado muchas anécdotas sobre su abuelo. ¿Alguna que no sepamos?

-Mi madre me contó que mi abuelo utilizó excremento de cuando ella solo tenía tres años de edad para representar una de las manzanas de «Bodegón», de 1938. Para Picasso, los excrementos de un niño que todavía se alimentaba del pecho de su madre tenían una textura y un color únicos. Mi abuelo podía transformar algo material como el excremento en algo sublime. La fascinación por la vida orgánica es algo característico de la genialidad picassiana.

-Se cumplen 79 años del «Guernica». ¿Qué significa para usted esa pieza?

-Para mí es una pintura crucial porque enseña la tragedia de la guerra y el sufrimiento al que fueron sometidos civiles inocentes. «Guernica» también nos recuerda que el arte es y debe ser un arma poderosa. Además, mi abuela, Marie-Thérèse, aparece tres veces en el mural: ella es la niña desesperada que corre en un primer plano; es la niña que sostiene la lámpara que emerge de una ventana superior; y es la madre que llora sobre su hijo muerto. Creo que mi abuela fue un símbolo de esperanza y paz en medio de toda esa destrucción.

-¿Qué opinaría su abuelo sobre el movimiento antitaurino?

-Picasso enseñó una pasión ardiente por la tauromaquia y la utilizó como artista. Su afecto por los toros y por aquellos que toreaban era una herencia de su padre, quien le inició en las corridas cuando era un niño. La tauromaquia fue uno de sus temas preferidos hasta el final de su vida. Como sabrá, en los años 50 participó en las fiestas taurinas del sur de Francia y pasó mucho tiempo en compañía de los toreros. Él consideraba ese arte como una gran tradición española. Con eso lo digo todo.

Ver los comentarios