El matrimonio, durante una cena oficial en el Palacio del Eliseo
El matrimonio, durante una cena oficial en el Palacio del Eliseo - EFE

Anne Gravoin, una elegante violinista con mano de hierro para los negocios

La mujer de Manuel Valls, aspirante socialista al Elíseo, ha conquistado a los franceses con su estilo «chic sobrio»

Corresponsal en París Actualizado: Guardar
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Nathalie Soulié (50 años), la primera esposa de Valls, la madre de Benjamin (1991), Ugo (1993) y los gemelos Alice y Joachin (1999), es una mujer de una sencillez desarmante y una modestia intachable, que vivió con silenciosa amargura la aventura pasional de su esposo, tras veinte años de matrimonio, con una señora casada, de su edad, madre de una hija (Juliette, 1992), Anne Gravoin, violinista y empresaria.

Gran señor, antiguo monaguillo devoto en una iglesia parisina, Valls no podía prolongar sin sufrir él mismo una relación amorosa «sin futuro». Con celeridad, consumó el divorcio para contraer segundas nupcias con Anne Gravoin, en 2010, en la misma ciudad donde se casó por vez primera, en 1987, Évry (Essone), donde fue alcalde entre 2001 y 2014.

Sin duda, los gustos musicales compartidos pudieron influir de alguna manera en la primera complicidad de la pareja Valls-Gravoin. Quizá la ambición más alta pudo ser un lazo pasional mucho más profundo.

Faceta empresarial

Anne Gravoin continúa una carrera personal de violinista, en varias orquestas que oscilan entre el acompañamiento audiovisual y la música de cámara financiada con donaciones muy diversas, incluso africanas. Pero su carrera más importante es la de empresaria y productora de grupos de música ligera y muy ligera, de pequeñas y grandes estrellas francesas, como Johnny Hallyday o Laurent Voulzy. Sus actividades musicales la han llevado a colaborar con cantantes como el propio Laurent Voulzy, Marc Lavoine y Michel Jonasz. Tan rica vida profesional puede quedar eclipsada, por momentos, cuando Valls irrumpe en la vida pública en situaciones simbólicas importantes.

Tras los atentados yihadistas de enero 2015, Anne Gravoin acompañó a su esposo durante una aparición pública, en el parisino bulevar Voltaire, al frente de un grupo de cómplices políticos. En vísperas de que Valls aspirase a la candidatura socialista a la próxima elección presidencial de finales de enero, Anne Gravoin arropó a su marido durante una gira africana con mucho aparato publicitario «presidencial»: apariciones solemnes, de la mano; fotografías íntimas de obligada sonrisa hueca…

Los esposos Valls comparten el gusto por una indumentaria de hombre providencial «llamado» a los más altos destinos nacionales, y de señora de una sencillez de «heroína» presta al «sacrificio» de la ambición suprema, nada accidental. Son algo así como un matrimonio entre Clemenceau (el héroe patriótico admirado por Valls) y la Juana de Arco de Dreyer (la heroína de las heroínas francesa, presta al martirio para cumplir con su deber).

Valls siempre viste la «armadura» del traje más estricto (azul, de calle; gris oscuro o claro, según las exigencias de la etiqueta administrativa o diplomática), a juego con camisas blancas y corbatas a tono (rojas o grises, de preferencia). Anne «osa» la falda corta con relativa frecuencia. Pero su uniforme oficioso son los trajes lisos, de colores neutros o llamativos (nada de estampados, para no «romper» las líneas geométricas de un rigor prusiano).

En solitario, la pareja oscila entre el look de la monja y el monje soldados (al gusto «moderno» de los salones más sobrios) y el «chic sobrio» de los «grandes servidores del Estado», iniciando juntos, de la mano, como quien entra en religión o un confesionario, la larga marcha hacia el Palacio del Elíseo: el único destino que les interesa. Si los colegas y compañeros socialistas -entre quienes cae francamente mal tan flamante elegancia- no se obstinan en rechazar los mensajes de amor ideológico y promesas de «unión» de un candidato que llegó a teorizar, en otro tiempo, la existencia de «dos izquierdas irreconciliables».

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