Fuera de sitio

Linda Evangelista y el odio a estar gordo

«Ni haciendo un esfuerzo puedo imaginar qué se siente al ser una de las mujeres más guapas del mundo, una de las modelos más ricas del planeta, un icono de los 90. Y mucho más jodido de aceptar cuando ya no es más que tu pasado»

Lola Sampedro

Lola Sampedro

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Supongo que hay que ser Linda Evangelista para entender a Linda Evangelista. Ni haciendo un esfuerzo puedo imaginar qué se siente al ser una de las mujeres más guapas del mundo, una de las modelos más ricas del planeta, un icono de los 90. Ser todo eso tiene que ser bastante complicado de asimilar cuando lo vives, cuando es tu presente. Y mucho más jodido de aceptar cuando ya no es más que tu pasado, cuando los años te han transformado en una persona tan normal que ya ni te reconoces en el espejo .

La modelo publicó el otro día en su perfil de Instagram el motivo de haber desaparecido estos últimos cinco años. Contó que un tratamiento estético al que se sometió tuvo el efecto contrario al esperado. Es decir, en lugar de reducirle grasa de papada, brazos y muslos, provocó que las células adiposas crecieran aún más, según ella, de forma irreversible. L inda ha llevado a la clínica a los tribunales y deberá probar que su versión es la correcta y no otra mucho más simple: la vida pasa, envejeces, ensanchas y poco a poco acaba por colgarte todo.

Linda Evangelista tiene 56 años y ese escrito lo publicó en su red social después de que se publicaran unas fotos de ella en Nueva York en las que, según sostienen, está «irreconocible». Lo cierto es que yo en esas imágenes solo veo a una mujer de 56 años con aspecto de una mujer de 56 años; con un poquito de papada y el cuerpo ensanchado, nada más.

Lo que me llamó la atención no fueron esos supuestos kilos de más, sino que fuera tan mal vestida , con una chaqueta negra de saldo, una camiseta vieja y un pañuelo barato en el cuello. Supongo que el atuendo cobra sentido después de leer la confesión de Linda. Tras el tratamiento ya no se volvió a reconocer en el espejo y cayó en una depresión durante estos últimos cinco años. Se miraba y sentía tanto asco de sí misma que ha vivido prácticamente encerrada en su casa todo este tiempo. Eso es tremendo, que se escondiera para que nadie viera que en 2021 ya no es la Linda Evangelista de1994.

El agujero de la depresión es demasiado oscuro y complicado como para reducirlo a haber engordado unos kilos. Doy por sentado que la mochila de la modelo canadiense estaba cargada con más tormentos. Más allá de su depresión y lo que la llevó a caer en ese pozo, en su caso hay ecos de otras taras que tenemos como sociedad. El más evidente, la gordofobia. Nos preparan desde niños para eso, para odiar la gordura. Nos enseñan a tiramos toda la vida huyendo de ella y, como consecuencia, despreciando a la gente gorda. Ese desprecio y ese odio nacen, como todos los odios, del miedo a engordar tú también. Te molesta ver en lo que tú te podrías convertir, por eso lo odias. Con la pobreza ocurre lo mismo.

Una amiga me contó una vez, hace varios años, que un hombre la acababa de llamar gorda. Ella caminaba por la calle hacia la cafetería en la que había quedado conmigo, cuando un desconocido pasaba y le gritó eso, «gorda», desde su ventanilla bajada. Yo no daba crédito, idiota de mí, le pregunté si era un chaval como si la juventud pudiera excusar todo aquel asco: «Lola, tenía nuestra edad».

Me contó que desconocidos la habían llamado gorda toda la vida, muchas veces, de niña y ya de adulta. Yo estaba muy asombrada porque nunca lo he vivido y nunca lo he visto, pero sé que ella me contaba la verdad y que esa verdad no es algo anecdótico que empieza y se acaba en mi amiga . La gordura provoca ese rechazo, tanto que algunas prefieren esconderse porque saben que ahí afuera todo sigue y seguirá igual, apestando. Ese dolor solo lo conocen ellas. El resto seguiremos tapándonos la nariz.

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