Los efectos del coronavirus

Policías aguafiestas

La Patrulla Verde de Toledo detecta un aumento de fiestas en viviendas, sobre todo de universitarios

Dos de los agentes acudieron uniformados al encuentro con ABC Manuel Moreno

Esta funcionalidad es sólo para registrados

En la página de la Policía local de Toledo en Facebook los han comparado con Sherlock Holmes y su ayudante, el doctor Watson. Habría que añadir otro más porque son tres. Por ejemplo, Plinio, jefe de la Policía local de Tomelloso creado por Francisco García Pavón; por aquello de darle un toque más nuestro a esta historia.

Sus protagonistas no son detectives propiamente. Son los tres agentes municipales que forman la Patrulla Verde de la Policía local de la capital de Castilla-La Mancha. Actúan al caer la noche, trabajan hasta bien entrada la madrugada, siempre van vestidos de paisano y en un coche camuflado.

No leerán sus nombres por mantener su anonimato, con lo que les llamaremos Holmes, Watson y Plinio. Sherlock es el más antiguo; lleva 20 años en este equipo, al que Watson y Plinio llegaron en enero, cubriendo las plazas libres por jubilación de sus compañeros.

Gente reincidente

Los adjetivaremos los aguafiestas porque aparecen cuando menos te lo esperas en una tienda donde venden bebidas alcohólicas, en un local de ocio nocturno, en un botellón o en viviendas donde se organizan fiestas, mucho más frecuentes desde el verano debido a la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2. «Quienes organizan ahora estas fiestas, en pisos y en chalés, suelen ser gente reincidente los fines de semana y, generalmente, son universitarios», afirma Watson.

Él y sus compañeros de la Patrulla Verde se adaptan a las circunstancias y ahora están volcados en el covid-19, aunque no dejan de lado sus funciones medioambientales.

Por la noche intentan que se cumplan las medidas sanitarias mientras controlan el aforo de los locales, vigilan que no haya botellones, ni se venda alcohol a menores ni tampoco fuera del horario fijado. «Con eso ya evitamos que se organicen muchos botellones», afirma Watson, quien remarca: «Somos muy estrictos y jugamos con el factor sorpresa; podemos aparecer en cualquier momento».

Beber en la calle

Los botellones están prohibidos en la ciudad desde el 14 de julio. «Tres personas reunidas y bebiendo en la calle ya es un botellón», ponen como ejemplo. Y, para su control, cuentan con el apoyo indispensable de otros compañeros, que con el coche patrulla logran diluir la concentración de personas. Luego, si el grupo vuelve a reunirse, Sherlock, Watson y Plinio pueden aparecer como por arte de magia.

También lo hacen en bares y en establecimientos de ocio nocturno. «Prácticamente la mayoría de estos locales cumple las normas, pero hay algunos que son reincidentes», asevera Sherlock, el más veterano de los tres, siempre vestidos de calle por una cuestión lógica. «Hay un bar con un vigilante fuera que siempre espabila a la gente que hay dentro cuando ve cosas raras por las inmediaciones. Por eso vamos de paisano y no levantamos sospechas. Esperamos pacientemente y, por nuestra experiencia, sabemos cuándo debemos entrar», explica Watson.

Se comportan igual cuando vigilan desde la calle que una tienda no venda bebidas alcohólicas a menores o fuera del horario de siete de la mañana a diez de la noche. Y muchas veces las apariencias no engañan. Cuando un adulto sale con mercancía, esperan a que se confirmen sus sospechas y entregue las bebidas al menor, que aguarda en la calle. Una vez pillados, actúan, demuestran el incumplimiento y levantan el correspondiente acta a la tienda infractora, generalmente regentada por orientales, que en varios casos superan el horario límite de cierre. «Porque su mentalidad es vender», subraya Sherlock.

Controlan también el uso de las mascarillas —«la primera vez, advertimos; la segunda, denuncia»—, y que no haya reuniones de más de 10 personas no convivientes. «Apelamos al sentido común», repite Watson.

Echarán en falta alguna declaración de Plinio, pero él no pudo asistir al encuentro de ABC con sus dos compañeros, que siempre tienen a mano un sonómetro como herramienta de trabajo. Porque el tema de los ruidos lo controlan muchísimo, siempre con el apoyo de otros compañeros en un coche policial. Dicen que el Ayuntamiento se ha preocupado de que el límite de los decibelios sea muy bajo durante la noche. «La gente tiene el derecho a descansar», recalca Watson, quien subraya también que los locales en Toledo, «quitando un par o tres», les facilitan sus inspecciones. «Saben que el día que incumplen levantamos acta porque nosotros no nos casamos con nadie», advierte.

«Que la gente nos llame»

Hacemos una prueba en su despacho. En el de al lado, separado por un cristal, Teresa Morales se jubila después de 38 años en el cuerpo y está charlando animadamente con unos compañeros. «¡Mira, el sonómetro marca 53 decibelios! Es una barbaridad. Imagínate esto en un bar o en un pub... Serían propuesto para sanción porque con estos decibelios tú no podrías pegar ojo en tu casa», asegura Watson.

«El límite del ruido transmitido en esta ciudad está entre 25-28 decibelios y, por encima, es sancionable. Solo con el ruido de unos ordenadores se alcanzan los 20 decibelios», explican al unísono él y Sherlock, quienes lanzan otro mensaje alto y claro: «Que la gente no tenga miedo a llamar; gracias a la ley de protección de datos, tu vecino no sabrá que te has quejado por los ruidos».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación